Sofia.
La repulsión que siento por mí misma me hace pasar grandes tragos de licor, cuidando de que nadie me vea. Los recuerdos me invaden, pero ya no hay lágrimas. Quizá se debe a que vacié mi alma. Soy físicamente igual, puedo verlo en el reflejo frente a mí, pero ya no me reconozco. Cuatro años han pasado desde esa noche. Tres años, dos meses y diecisiete días desde que crucé la salida de esa cueva debido al acuerdo que hice con Abraham Myers para casarme con su hijo. Estoy fuera, pero no soy libre y tal vez, nunca lo sea. —Levanta la cabeza. Mis ojos se clavan en el dueño de esa voz. —Cinco minutos te pedí. —Vierto todo el licor del vaso en mi boca, antes de volver a mi postura. —¿No puedes vivir ese tiempo sin mí? Me cuelgo del brazo de Dylan, adoptando mi cara más enamorada. Dentro del salón nos esperan sus padres y los socios de la familia, entre los que me sumerjo cómo la pieza de colección que soy para ellos. Me repugnan todos; la forma en que se ríen, como hablan, sus frases de “poder” y que respiren también. Pero los soporto cómo si en verdad disfrutara de la fiesta de cumpleaños de Dylan, aguanto sus besos y los recibo con esa sonrisa que él también muestra. Ese es mi papel, hasta que decide que es suficiente y sólo los hombres se retiran de seguro para una reunión sobre sus negocios y el tan famoso diamante gris que han mencionado los días anteriores. —Tuve que verlo con mis propios ojos para comprobar que era verdad—, el gesto abandona mi cara cuándo la voz de Grace llega a mis oídos. —Te casaste con uno de los enemigos de mi hermano. —¿Desde cuándo estás aquí? —me cuesta un mundo que no se note la emoción por verla. —En la ciudad hace un mes. En el festejo del cumpleaños de tu esposo, lo suficiente para que mi confianza de que fuera una mentira, se desvanezca. Siento orgullo de que sea tan buena para mentir, pero un puño de palabras se acumulan en mi garganta al no poder decir la verdad. —Creí en tí. Confié que… —Es mejor que te vayas. —Nadie puede verla. —Siempre esperé que aparecieras y lo buscaras. Pero eso nunca pasó. —se le quiebra la voz. —Nadie sabe dónde está. Sí lo busqué. —confieso controlando mis latidos lo más que puedo. —No lo hiciste. Desde hace tres meses apareció en la peor prisión que pudieron elegir para alguien cómo él. —revela dejándome con la sangre fría al no pensar tanto a cuál se refiere. —¿Sabes cuántos han salido de ahí? ¿Estás al tanto de cuántos han muerto ahí? Apareció. Está con vida. Me cuesta respirar al sólo repetirlo en mi cabeza. —Donovan tiene amigos. —Legalmente nadie puede y es la única forma en la que no tendría que vivir escondido—, con sólo tres palabras me deja claro lo que quiere. Para eso me buscó. —Hace años dijiste que harías lo que fuera por él. Es hora de que lo cumplas. No tengo idea de cómo hacerlo, porque ahora de los Castel no queda nada. Mi apellido dejó de existir prácticamente, pues ahora es el que tiene mayor importancia en Brooklyn, es el Slade. Ronald y Sabine Slade. —Puedes ayudarme. Yo sola no puedo—, recibo la tarjeta que me da en donde sólo está su número, mirándola desaparecer al marcharse. —¿Sucede algo? —aprieto mi mano y me giro hacia Dylan, volteando su cara con la mano. —Me mentiste todo este tiempo—lo confronto recibiendo su mano en mi cuello, cortándome el paso del aire. —Donovan sí apareció. No está muerto. Mis uñas le abren la piel, usando su dolor para alejarme de él, haciéndolo doblarse con un rodillazo a su entrepierna. Tensa su garganta, mirándome con rabia desde su lugar. —Quiere matarte—, expone gritando al sentarse cómo puede. Muevo la cabeza. —El dragón quiere matarte porque te culpa de todo lo que sucedió. Cuándo ponga un pie fuera de esa cárcel vendrá por tí antes que por Ronald. Uno de los prisioneros de confianza para nosotros se lo dijo al alcaide. Retrocedo sin creer. —Por eso no te lo dije. Tú lo quieres libre, pero él te quiere muerta. —establece. —¿Por qué creería que yo soy la culpable? —Porque dejaste morir a su hijo—, se yergue. El pulso se me dispara. —Porque sabe que le ocultaste que tendrías un hijo y luego lo dejaste morir. Por supuesto que se lo dijeron. El objetivo era destruirnos y lo hicieron de la peor manera. Camino hacia atrás, mientras Dylan repite lo mismo. —¿Ocurre algo? —Danna, una de las invitadas me sostiene cuándo casi tropiezo. Niego antes de caminar más rápido hacia el auto que abren para mí. Conduzco con otro auto siguiéndome, mientras la palabra “hijo” y “muerto” me acechan. Murió. Mi hijo murió al nacer, luego de tantas… Me arranco el collar de esmeraldas que quema mi garganta cuando me detengo, intento encontrar la forma de respirar, pero no distingo ni siquiera dónde estoy. Palpo mis cicatrices y el repudio a ellas es tanto que al verme en el espejo solo veo a la mujer llena de suciedad y cortes que salió de esa cueva. Pero al cerrar los ojos y tomar varias respiraciones profundas, encuentro el reflejo de esta mañana. Me repito que ya no estoy ahí y no voy a volver a estarlo. Tardo casi tres horas en volver a controlar mi cuerpo, regresando a la casa de los Myers, dónde encuentro a Abraham y Dylan, girándose hacia a mí al mismo tiempo. —Al fin te dignas en aparecer, —me echa en cara. —Buscaba la paz que aquí no encuentro—, mi respuesta lo enfada al instante. —Entonces, espero que haya encontrado tanta cómo para lidiar con el diamante gris que tendrás a tu cargo—, se acerca Abraham. —He dicho que no trabajo con piedras preciosas. —Tampoco con niños, animales o matrimonios por conveniencia y el último tuvo una excepción, —recalca. —Te atienes a lo que hay y listo. Porque si aún no te ha quedado claro, las opciones se acabaron para tí, Sofía. —Tengo una—, camino sin darles más respuesta que esa. Voy directo a mi habitación en donde me deshago de la ropa, sacando el celular desechable que activo, marcando el número. Era para emergencias y esto tiene algo de eso. —Lo haré—, declaro pasando saliva. —Con una condición. —Tú dirás, —Grace suspira del otro lado. —No le digas que fui quien lo hizo. —¿Por qué? —levanto la tela de mi vestido y me pongo una sudadera antes de verme en el espejo. —Quiero que haga lo que tiene planeado hacer, —manifiesto agotada. —Lo dices porque no sabes… —¿Respetarás mi condición? Se queda en silencio por varios segundos en lo que limpio mi cara del maquillaje que esconde las cicatrices que tengo en él. —Está bien. —accede y asiento cortando la llamada. Hace cuatro años perdimos. Yo perdí mucho más meses después y con ello acabaron conmigo. Me casé con un Myers, porque su ambición los hizo atacar a las posesiones de Ronald. Pero no son capaces de hacerlo directamente a él. En cambio, Donovan es el ser más rencoroso que existe y le quitaron tanto cómo a mí. Lo quiero fuera porque estoy segura de que no se va a detener para ir por Ronald. Aunque nuestro cara a cara, no será el que alguna vez quise tener. Ya no es mi esposo. Ahora es mi enemigo, porque todos se encargaron de sacarme de su vida cómo lo primero y ponerme cómo lo segundo. Va a venir por mí, va a venir por los Myers y más que todo, irá por Ronald. Espero que lo haga. Nadie más que él podrá lograrlo.Sofía Castel.Espalda recta, cabeza en alto, cabello perfecto, imagen impecable para que la figura del gobernador Kirchner no quede por el suelo en el minuto que se acerque a mí. La máxima autoridad debe ser perfecta, tanto cómo lo son sus gustos y a saber sobre eso me dedico al atravesar la puerta sin mirar a ningún otro lado que no sea el frente. Mis pies tocan el mármol y todos están pendientes. Mi colonia se dispersa, atrayendo más miradas; me aseguré de que las feromonas fueran efectivas.Me siento en la mesa del centro manteniendo la imagen de chica descuidada hasta que la carta llega a mí. El mesero se planta a mi lado y asiento sutilmente antes de que este llene mi copa para luego retirarse. Me deja sola en lo que preparan mi pedido pasado noventa y siete segundos para que unos pies se planten frente a la mesa. Subo con lentitud hasta toparme con ese rostro conocido para mí, que sonríe pícaramente, dejando en claro que no se irá sin una respuesta afirmativa a lo que desea pr
Donovan Los reos me miran de lejos, nadie se acerca y espero así continúe porque ganas de hacer crecer mi lista no faltan. Rasuro mi barba mientras leo el periódico que me hace apretar las cuchillas que deslizo por mi barbilla. Muerto. El hijo de perra está muerto, sin darme el tiempo de mandarlo al infierno yo mismo. El maldit0 de Slade no pudo haber caído por algo que podía haber esperado. Matarlo con mis propias manos ha sido la única razón para mantenerme con vida todos estos años. Copiar cada cicatriz que tengo en el cuerpo ha sido mi motivación para vivir y ahora…Miro mi reflejo con la imagen que tengo detrás de mí. Esa es otra. Ella es mi otra deuda para cobrar. Me faltan muchas. Pero espero solo una. Disfrutaré romper su alma, impregnar su ser de dolor, volver trizas cada centímetro de su vida y volcar su razonamiento, porque así como llegó a ser fuerte, sé que puedo llevarla al infierno para hacerla conocer el miedo. Me limpio el rostro y observo a quiénes me evitan.
Donovan. —Buenas noticias, Hunt —me dice el mismo custodio de todas las noches. Es un viejo que cree que la vida es un rosal con algodones de azúcar—. Sea cual sea el trato que hicieron por ti, funcionó. El gobernador te quiere fuera esta misma noche.—Tardó mucho —respondo, soltándome de la barra y cayendo al suelo. Bajo los brazos y empiezo a quitarme las vendas hechas de ropa vieja, desenredándolas sin mirarlo. No me sirve, y aquello que no me genera beneficios va directo a la basura o no merece mi interés.—Tu libertad representa delitos pagados, pecados perdonados. No lo arruines —debo soportar su discurso sobre humanidad—. Es una nueva oportunidad para regenerar tu vida, muchacho. Aprovecha.Vive de sueños.—Nadie que conoce el infierno querrá volverse bueno por sentirlo, sino porque le conviene, —paso a su lado. —Cuando te pida un sermón, lo voy a escuchar. Antes de eso, úsalos para tu conveniencia. —Eres una causa perdida, —exclama derrotado. —Soy una misión que nadie puede
Sofía Castel. “¿Qué voy a hacer?”La pregunta se repite en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco. Con cada palabra del médico, las opciones se multiplican.Pensé que la prueba estaba defectuosa, pero los análisis no mienten. Lo confirman en lugar de descartar.Donovan no quiere hijos. Lo ha dicho muchas veces. Al menos no ahora, por eso nos hemos cuidado… excepto esa vez.¡Por Dios! ¿Qué voy a hacer?Sus palabras calcinan mi mente con cada metro recorrido. A medida que pasan los segundos, lo siento más mío. Descubro ese deseo de conocerlo y, solo de imaginar que tiene sus ojos o los míos, lo quiero ver.Aún recuerdo el día en que lo conocí en aquella cafetería. Nuestro primer encuentro me hizo pensar que siempre odiaría a la arrogancia personificada que tenía frente a mí. Sin embargo, bastaron solo un par de meses para que esas miradas, tan características de él, despertaran en mí el deseo de descubrir qué secretos ocultaba su silencio.Donovan Hunt, conocido como el Dragón. Un
Sofía Castel. Al bajar los escalones, Phoenix sostiene una taza con café entre las manos, cambia el gesto tenso en cuánto me ve. —¿No es tarde para que salgas? —pregunta mirando su reloj.—Elisa quiere que pase la noche con ella. Hace mucho no voy. —miento.—Pues dile a Elisa también puede ingresar a esta casa. No sólo en la suya se pueden quedar—, deja la taza sobre una mesita. —Si tienes unos minutos quiero que hablemos sobre algo.—¿Ahora? —se me está yendo el tiempo.—Puede ser mañana, si tienes prisa. —comprende. Me da un beso en la frente y pasa de largo. Es un manipulador que sabe cómo actuar para crear culpa en alguien y que haga lo que quiere. —¿De qué se trata? —lo alcanzó en la puerta. Mira arriba de las escaleras y sonríe entrando conmigo. —Tengo diez minutos.Se sienta atrás de su escritorio, sacando un folder negro que abre.—Tienes veintidós años. Sabes cómo llegaste a esta casa. —se refiere a mi adopción. —Sin embargo; debes comprender que has sido una Castel desde
Donovan Hunt “Sofía asesinó a su padre, señor. El clan está bajo ataque.” La garganta me arde al leer las mismas palabras una y otra vez. Algo me impulsa a comprobarlo porque odio las maldit@s mentiras. Pero al intentar salir lo que veo me hace empujar la puerta y cubrirme antes de que la ráfaga de balas arrase con ella. Nunca pensé que esto me pasaría. Probablemente fui ingenuo al creer que una traición nunca llegaría a mi vida. Pero cuando veo a Ronald bajar de su auto con varios sujetos rodeando mi casa, sé que es el momento de actuar. Saco las armas y me preparo antes de abrir la puerta que conecta con el pasillo hacia las escaleras. Me muevo hacia la ventana, en donde escucho las sirenas de las patrullas a lo lejos. Hay varios autos y de cada uno descienden al menos cuatro tipos con armas. Estoy rodeado. Sé que si no salgo muerto, lo haré con esposas. —Necesito que guardes algo por mí. —hablo al tipo al otro lado de la línea que acepta, dando a entender que puede intuir lo