Capítulo 4.

Sofia.

La repulsión que siento por mí misma me hace pasar grandes tragos de licor, cuidando de que nadie me vea. Los recuerdos me invaden, pero ya no hay lágrimas. Quizá se debe a que vacié mi alma.

Soy físicamente igual, puedo verlo en el reflejo frente a mí, pero ya no me reconozco.

Cuatro años han pasado desde esa noche. Tres años, dos meses y diecisiete días desde que crucé la salida de esa cueva debido al acuerdo que hice con Abraham Myers para casarme con su hijo. Estoy fuera, pero no soy libre y tal vez, nunca lo sea.

—Levanta la cabeza.

Mis ojos se clavan en el dueño de esa voz.

—Cinco minutos te pedí. —Vierto todo el licor del vaso en mi boca, antes de volver a mi postura. —¿No puedes vivir ese tiempo sin mí?

Me cuelgo del brazo de Dylan, adoptando mi cara más enamorada.

Dentro del salón nos esperan sus padres y los socios de la familia, entre los que me sumerjo cómo la pieza de colección que soy para ellos.

Me repugnan todos; la forma en que se ríen, como hablan, sus frases de “poder” y que respiren también. Pero los soporto cómo si en verdad disfrutara de la fiesta de cumpleaños de Dylan, aguanto sus besos y los recibo con esa sonrisa que él también muestra. Ese es mi papel, hasta que decide que es suficiente y sólo los hombres se retiran de seguro para una reunión sobre sus negocios y el tan famoso diamante gris que han mencionado los días anteriores.

—Tuve que verlo con mis propios ojos para comprobar que era verdad—, el gesto abandona mi cara cuándo la voz de Grace llega a mis oídos. —Te casaste con uno de los enemigos de mi hermano.

—¿Desde cuándo estás aquí? —me cuesta un mundo que no se note la emoción por verla.

—En la ciudad hace un mes. En el festejo del cumpleaños de tu esposo, lo suficiente para que mi confianza de que fuera una mentira, se desvanezca.

Siento orgullo de que sea tan buena para mentir, pero un puño de palabras se acumulan en mi garganta al no poder decir la verdad.

—Creí en tí. Confié que…

—Es mejor que te vayas. —Nadie puede verla.

—Siempre esperé que aparecieras y lo buscaras. Pero eso nunca pasó. —se le quiebra la voz.

—Nadie sabe dónde está. Sí lo busqué. —confieso controlando mis latidos lo más que puedo.

—No lo hiciste. Desde hace tres meses apareció en la peor prisión que pudieron elegir para alguien cómo él. —revela dejándome con la sangre fría al no pensar tanto a cuál se refiere. —¿Sabes cuántos han salido de ahí? ¿Estás al tanto de cuántos han muerto ahí?

Apareció. Está con vida. Me cuesta respirar al sólo repetirlo en mi cabeza.

—Donovan tiene amigos.

—Legalmente nadie puede y es la única forma en la que no tendría que vivir escondido—, con sólo tres palabras me deja claro lo que quiere. Para eso me buscó. —Hace años dijiste que harías lo que fuera por él. Es hora de que lo cumplas.

No tengo idea de cómo hacerlo, porque ahora de los Castel no queda nada. Mi apellido dejó de existir prácticamente, pues ahora es el que tiene mayor importancia en Brooklyn, es el Slade. Ronald y Sabine Slade.

—Puedes ayudarme. Yo sola no puedo—, recibo la tarjeta que me da en donde sólo está su número, mirándola desaparecer al marcharse.

—¿Sucede algo? —aprieto mi mano y me giro hacia Dylan, volteando su cara con la mano.

—Me mentiste todo este tiempo—lo confronto recibiendo su mano en mi cuello, cortándome el paso del aire. —Donovan sí apareció. No está muerto.

Mis uñas le abren la piel, usando su dolor para alejarme de él, haciéndolo doblarse con un rodillazo a su entrepierna. Tensa su garganta, mirándome con rabia desde su lugar.

—Quiere matarte—, expone gritando al sentarse cómo puede. Muevo la cabeza. —El dragón quiere matarte porque te culpa de todo lo que sucedió. Cuándo ponga un pie fuera de esa cárcel vendrá por tí antes que por Ronald. Uno de los prisioneros de confianza para nosotros se lo dijo al alcaide.

Retrocedo sin creer.

—Por eso no te lo dije. Tú lo quieres libre, pero él te quiere muerta. —establece.

—¿Por qué creería que yo soy la culpable?

—Porque dejaste morir a su hijo—, se yergue. El pulso se me dispara. —Porque sabe que le ocultaste que tendrías un hijo y luego lo dejaste morir.

Por supuesto que se lo dijeron. El objetivo era destruirnos y lo hicieron de la peor manera.

Camino hacia atrás, mientras Dylan repite lo mismo.

—¿Ocurre algo? —Danna, una de las invitadas me sostiene cuándo casi tropiezo. Niego antes de caminar más rápido hacia el auto que abren para mí. Conduzco con otro auto siguiéndome, mientras la palabra “hijo” y “muerto” me acechan.

Murió. Mi hijo murió al nacer, luego de tantas…

Me arranco el collar de esmeraldas que quema mi garganta cuando me detengo, intento encontrar la forma de respirar, pero no distingo ni siquiera dónde estoy.

Palpo mis cicatrices y el repudio a ellas es tanto que al verme en el espejo solo veo a la mujer llena de suciedad y cortes que salió de esa cueva. Pero al cerrar los ojos y tomar varias respiraciones profundas, encuentro el reflejo de esta mañana.

Me repito que ya no estoy ahí y no voy a volver a estarlo.

Tardo casi tres horas en volver a controlar mi cuerpo, regresando a la casa de los Myers, dónde encuentro a Abraham y Dylan, girándose hacia a mí al mismo tiempo.

—Al fin te dignas en aparecer, —me echa en cara.

—Buscaba la paz que aquí no encuentro—, mi respuesta lo enfada al instante.

—Entonces, espero que haya encontrado tanta cómo para lidiar con el diamante gris que tendrás a tu cargo—, se acerca Abraham.

—He dicho que no trabajo con piedras preciosas.

—Tampoco con niños, animales o matrimonios por conveniencia y el último tuvo una excepción, —recalca. —Te atienes a lo que hay y listo. Porque si aún no te ha quedado claro, las opciones se acabaron para tí, Sofía.

—Tengo una—, camino sin darles más respuesta que esa. Voy directo a mi habitación en donde me deshago de la ropa, sacando el celular desechable que activo, marcando el número.

Era para emergencias y esto tiene algo de eso.

—Lo haré—, declaro pasando saliva. —Con una condición.

—Tú dirás, —Grace suspira del otro lado.

—No le digas que fui quien lo hizo.

—¿Por qué? —levanto la tela de mi vestido y me pongo una sudadera antes de verme en el espejo.

—Quiero que haga lo que tiene planeado hacer, —manifiesto agotada.

—Lo dices porque no sabes…

—¿Respetarás mi condición?

Se queda en silencio por varios segundos en lo que limpio mi cara del maquillaje que esconde las cicatrices que tengo en él.

—Está bien. —accede y asiento cortando la llamada.

Hace cuatro años perdimos. Yo perdí mucho más meses después y con ello acabaron conmigo.

Me casé con un Myers, porque su ambición los hizo atacar a las posesiones de Ronald. Pero no son capaces de hacerlo directamente a él. En cambio, Donovan es el ser más rencoroso que existe y le quitaron tanto cómo a mí.

Lo quiero fuera porque estoy segura de que no se va a detener para ir por Ronald. Aunque nuestro cara a cara, no será el que alguna vez quise tener.

Ya no es mi esposo. Ahora es mi enemigo, porque todos se encargaron de sacarme de su vida cómo lo primero y ponerme cómo lo segundo.

Va a venir por mí, va a venir por los Myers y más que todo, irá por Ronald. Espero que lo haga. Nadie más que él podrá lograrlo.

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