Sofía Castel.
Espalda recta, cabeza en alto, cabello perfecto, imagen impecable para que la figura del gobernador Kirchner no quede por el suelo en el minuto que se acerque a mí. La máxima autoridad debe ser perfecta, tanto cómo lo son sus gustos y a saber sobre eso me dedico al atravesar la puerta sin mirar a ningún otro lado que no sea el frente. Mis pies tocan el mármol y todos están pendientes. Mi colonia se dispersa, atrayendo más miradas; me aseguré de que las feromonas fueran efectivas. Me siento en la mesa del centro manteniendo la imagen de chica descuidada hasta que la carta llega a mí. El mesero se planta a mi lado y asiento sutilmente antes de que este llene mi copa para luego retirarse. Me deja sola en lo que preparan mi pedido pasado noventa y siete segundos para que unos pies se planten frente a la mesa. Subo con lentitud hasta toparme con ese rostro conocido para mí, que sonríe pícaramente, dejando en claro que no se irá sin una respuesta afirmativa a lo que desea proponer. —¿Necesita algo? —pregunto con descuido tomando de mi copa. —No requiero compañía, gracias. Mueve las comisuras de sus labios preguntando con la mano si puede sentarse a lo que ladeo la cabeza. —Creo que tiene problemas auditivos porque claramente dije que no quiero compañías, señor. —Nael Kirschner —se presenta. —Me gustaría invitarle una copa, señorita... —Sofía. —Un gusto, Sofía. —se sienta frente a mí. Corro la silla hacia atrás, poniéndome en pie alcanzando el bolso del que saco billetes que coloco sobre la mesa. —Recordé que tengo algo importante que hacer. —me excuso. —¿Estás huyendo de mí? —pregunta directamente sumándose otro punto. —Esas justificaciones son las que suelen dar las mujeres cuando el tipo no les agrada y quieren zafarse de él. Un poco curioso. —añade. —¿Curioso? ¿Por qué le resulta curioso? —le doy la atención que quiere. —Porque no me mira como si fuera la quinta maravilla del mundo, o un cajero automático. —lanza su primera jugada. —No entiendo, porqué debería verlo como tal cosa si no lo conozco en absoluto. —enmiendo. —Ahora, con su permiso. Me retiro. Una sonrisa se le escapa mirando por encima del hombro a sus amigos que están desde la mesa en donde se encontraba. El frío se cuela por mi vestido cuando salgo al exterior y las piernas se me erizan al sentir las gotas de lluvia que me caen en los hombros y brazos. Empiezo a contar los segundos llegando a mi cuenta regresiva favorita. Diez, suelto una bocanada de aire cruzando mis brazos para verme más vulnerable. Nueve, miro al cielo suplicando con la mirada que no llueva más fuerte, pero tal súplica jamás será escuchada. Ocho, curvo un poco la espalda. Siete, saco el móvil, impaciente. Seis, me cubro de las gotas de lluvia con las manos en la cabeza, “inocentemente”. Cinco, cuatro, tres... Un saco es puesto sobre mis hombros a modo de protección, antes de sentir como un paraguas me cubre del todo. Observo al tipo que hizo tal cosa y sonrío tensando un poco los hombros —¿Necesitas ayuda, linda? —pregunta simplemente. —¿Otra vez usted? —levanto una ceja. —¿Me persigue, señor Kirchner? —Lo está asegurando, no precisamente preguntando. —manifiesta sin dejar de reír —Como dije antes, me parece curiosa su manera de actuar. ¿Espera taxi? —asiento —Porque es difícil que con esta lluvia llegue rápido, ya que las carreteras se ponen un tanto peligrosas y ellos deben tener más cuidado a la hora de conducir. —Que mal. Ni modo, tendré que esperar un poco más. —digo desganada. —Si prefiere puedo acercarla a su casa —miro dudosa de la respuesta. —Si gusta puede mandarle la foto de mi credencial a alguien cercano para que sepan con quien viajará. No soy peligroso. Lo prometo. Él no, pero yo sí lo soy. —Le va a parecer un poco desconfiado y exagerado, pero solo así me quedaré tranquila. —agrego tomando la captura de su placa y credencial. —Con confianza. —la agarra de nuevo en lo que envío las fotos con los datos a quién las recibe de inmediato. —Ahora... Abre la puerta del vehículo indicando que suba primero y así lo hago. Rodea el auto hasta quedar a mi lado. —No es a casa a donde debo ir. —exclamo —Si puede acercarme al museo donde tengo que ir, se lo agradecería mucho. —Por supuesto. Tavo, vamos a la dirección que te dará la señorita. —Señor. —asiente el sujeto a quién le digo la dirección que debe tomar. Quince minutos después llegamos y él sigue sin quitarme los ojos de encima, pero debo aguantarlo hasta que esto acabe. —No tienes conocimiento sobre política ¿no es así? —cuestiona y niego. —Eso explica todo. Asiento bajando antes que diga algo entrando con rapidez para no mojarme. Suspiro hondo llegando a la gran sala en lo que veo a la chica que se acerca en cuanto se da cuenta de mi presencia. Verla en persona de nuevo, luego de semanas sólo me pone a arder los pulmones al saber cuánto la protegió. —¿Llegué tarde? Ella niega. —No, eres puntual cómo siempre. —exhala también moviéndose hacia la esquina. Miro mi aspecto en un cristal que tengo frente a mí. Observo por el mismo reflejo a la figura que se posa a mi lado haciéndome reír. —Su gusto por perseguir a las chicas le traerá problemas, señor Kirchner. —hablo reparando mi imagen más que la suya. —Es difícil dejar de pensar en la única mujer que no me ha visto como el resto. —comenta con las manos metidas en el bolsillo. Dijeron que era un hombre que sabía atrapar a las mujeres y tenían razón. —Es usted un narcisista, señor Kirchner - chasqueo la lengua. Sonríe medianamente. —Debió irse a casa con su té nocturno y sus dos perros. —Su cara parece un poema al escucharme. Abre la boca para preguntar, pero Grace vuelve esta vez. —Es que pone los trabajos muy fáciles, señor gobernador. —Sus gestos se descomponen cuando el clic de mi arma se clava en su frente. —Eso de desear que yo lo viera ya se le había cumplido, porque fue muy fácil entrar a su casa estas semanas, mientras hacía ejercicio. Su seguridad no es tan buena, ni tan fiel. —¿A que se… Grace coloca una navaja en su cuello y su rostro pierde color. —Mucho gusto, señor gobernador—, saluda la hermana de Donovan. —Para que esto no se vea tan mal, quiero que sepa que voté por usted. Sus propuestas me convencieron y debo decir que algunas las ha sabido cumplir, muy a su modo. —me mira y me alejo. —Solo que es un político con poder en este estado y en un mundo como el suyo pueden hacerse reales los planes como los míos. Uno de sus hombres aparecen por un lado con una silla mientras lo encadenan. Nadie habla porque solo se quiere lograr lo que tanto deseó ella y de algún modo yo, por mucho que sea consciente que es darle paso a la misma muerte en el plano terrenal. —¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Quién los mandó? —tiembla cuando levantan el maletín para sacar el portátil que ponen en sus piernas. Me saco el vestido mientras este es puesto al tanto de lo que Grace quiere y prefiero no oír el nombre que se menciona, así que solo me cambio de ropa saliendo por la puerta trasera, dispuesta a olvidar la condición que puse para estar aquí y traer a la presa a dónde la querían, conseguir planos y darle lo que pude encontrar sin que Dylan lo sepa. Me odia y sé cuán rencoroso puede ser, pero eso no me preocupa. Somos iguales. A mí no me interesa recordar lo mierd@ que es la vida para los débiles y peor aún darme cuenta que perdí también. La lluvia sigue cayendo cuando subo al taxi que espera por mí en el callejón. —La esposa del Sr. Myers, ¿lista para volver? —pregunta Bruno y sonrío. Es mi amigo, como lo es Elisa desde hace años. Antes de… —Necesito dormir. Llévame a... casa. —paso saliva con la molestia que eso genera. Esa no es mi casa, pero es donde estoy confinada. Me siento vacía desde hace casi cuatro años y por eso tuve que hacer un trato con Dylan Myers, casarnos para no regresar a ese sitio asqueroso en el que perdí todo. Mi libertad siempre se ha visto comprometida desde hace años, pero ahora es más soportable. En menos de una hora ya estoy llegando al lugar del cual todos abren sabiendo que se trata de mí, me saco la gabardina al entrar a casa quedando solo en pantalones y crop top. Los tacos los tiro a un lado caminando de ese modo a la cocina, en dónde recibo el mensaje de confirmación que me deja con la sangre helada. "Trabajo culminado. Él va a salir." Pero ya nada es lo mismo. No tengo lo único que quería en mi vida y la vida que ahora tengo es la que jamás quise tener. —Volviste rápido esta vez. —dicen detrás de mí. —Es raro, pero agradable ya que tengo asuntos que resolver contigo. —Estoy cansada, Dylan. Dejemos eso para mañana, además estoy con resfriado—, me toco la nariz. —Ronald Slade murió. —detiene mis pasos con el frío que me recorre y el asco que me toma con el terror que le tengo a sólo recordar todo de nuevo. Doy media vuelta y este tiene en sus manos un periódico que pone frente a mi cara, con la imagen de una casa casi destruida que reconozco perfectamente. Es aquella de la que adquirió luego de la caída del verdadero dueño. Figura un número muy alto de cadáveres, entre los que se halla el de Ronald Slade. El aire me falta, pero logro disimular el ardor que tengo entre pecho y espalda. Él no pudo morir tan fácil. No lo merecía. El infeliz que me metió en una ratonera, quitándome mucho más que mi libertad está muerto, pero no cómo deseé que pasara. No siento el alivio que creí. —¿Te encuentras bien, amor? —La burla en la voz de Dylan no pasa desapercibida, pero devuelvo una mueca sin demostrar un poco de lo que pasa realmente. —Estás pálida. —Quién está pálido de tanto meterse mierd@s eres tú. —regreso el golpe haciendo que me vea con enojo. Ahora es él quien tiene los puños apretados, mientras sonrío con descaro. Un puño suyo dolería menos que la impotencia que tengo. —Olvidas a quien le conviene estar en este matrimonio por lo visto. —se agarra de lo que sea para hacerme daño, sin saber que los daños los sufrí mucho antes y ahora nada puede hacerlo. —¿Olvidas que a tu papito no le gustará saber que dejaste más pérdidas que ganancias del reciente negocio? —su risa se desvanece. —Yo ya caí, esposo. Ya probé el polvo y tú aún no sales del ala de tu papito. —Perra infeliz —escupe. —Los halagos para cuando estemos en público, mi amor. —sonrío palmeando suave su mejilla al pasar a su lado. —Que tus pesadillas sean tan dolorosas como si las hubieses vivido. —me detengo pasando el trago espeso y amargo de mi realidad. Los ojos me arden, pero como siempre, disimular se me da bastante bien. —Por eso te quiero, siempre recordando mis mejores batallas. —le sonrío de nuevo. Descalza, con el pecho abierto cual herida mortal, subo las escaleras que me dejan en mi habitación, en donde me encierro y me obligo a no caer de nuevo en eso que he tenido que olvidar. Me obligo a respirar hondo y no caer. Debo lograrlo. Llorar no me sirvió de nada y ahora menos lo hará. Ronald no merecía morir. No podía…Nadie lo podía matar ¿y ahora aparece muerto? No. Puedo verme como una paranoica, pero no creo su muerte. Aunque facilitaría todo si lo estuviera. Mis pesadillas no dolieran tanto. Fui débil, y una idiota que me dejé arrebatar lo único que traté de cuidar y no lo logré. Me quitaron el alma cuando…murió. Me arrancaron la capacidad de sentir. La necesidad de querer sentir algo ya no está. La única razón para ayudar a la hermana del dragón es porqué sé que cuando él ponga un pie fuera de prisión va a hacer que la sangre corra. No quiero aclarar nada con él. Ya nada lo vale. Me arrancaron todo lo que tenía de él y sí me tiene en el concepto que dicen, ya no es de mi interés. Prefiero que lo haga él y no alguien más. Su salida está lista y nadie está preparado para ello. De algún modo, yo tampoco lo estoy.Donovan Los reos me miran de lejos, nadie se acerca y espero así continúe porque ganas de hacer crecer mi lista no faltan. Rasuro mi barba mientras leo el periódico que me hace apretar las cuchillas que deslizo por mi barbilla. Muerto. El hijo de perra está muerto, sin darme el tiempo de mandarlo al infierno yo mismo. El maldit0 de Slade no pudo haber caído por algo que podía haber esperado. Matarlo con mis propias manos ha sido la única razón para mantenerme con vida todos estos años. Copiar cada cicatriz que tengo en el cuerpo ha sido mi motivación para vivir y ahora…Miro mi reflejo con la imagen que tengo detrás de mí. Esa es otra. Ella es mi otra deuda para cobrar. Me faltan muchas. Pero espero solo una. Disfrutaré romper su alma, impregnar su ser de dolor, volver trizas cada centímetro de su vida y volcar su razonamiento, porque así como llegó a ser fuerte, sé que puedo llevarla al infierno para hacerla conocer el miedo. Me limpio el rostro y observo a quiénes me evitan.
Donovan. —Buenas noticias, Hunt —me dice el mismo custodio de todas las noches. Es un viejo que cree que la vida es un rosal con algodones de azúcar—. Sea cual sea el trato que hicieron por ti, funcionó. El gobernador te quiere fuera esta misma noche.—Tardó mucho —respondo, soltándome de la barra y cayendo al suelo. Bajo los brazos y empiezo a quitarme las vendas hechas de ropa vieja, desenredándolas sin mirarlo. No me sirve, y aquello que no me genera beneficios va directo a la basura o no merece mi interés.—Tu libertad representa delitos pagados, pecados perdonados. No lo arruines —debo soportar su discurso sobre humanidad—. Es una nueva oportunidad para regenerar tu vida, muchacho. Aprovecha.Vive de sueños.—Nadie que conoce el infierno querrá volverse bueno por sentirlo, sino porque le conviene, —paso a su lado. —Cuando te pida un sermón, lo voy a escuchar. Antes de eso, úsalos para tu conveniencia. —Eres una causa perdida, —exclama derrotado. —Soy una misión que nadie puede
Donovan—Debes estar bromeando. —acusa mi hermana con un nivel de molestia que tira a la decepción. —Prometiste que...—No prometí nada, Grace. Tú solo decidiste que nos iríamos y sabes que no soy de dejar deudas al azar.Su cara de decepción genera un pinchazo extraño, sin embargo; mi decisión está tomada. Tanto ella como yo sabemos que mi decisión no será cambiada. Hay cosas que no se deben dejar al destino, a la vida o al karma, como muchos creen. Si no lo hago yo, no estaré tranquilo. —Donovan.—Viajaré contigo por una única razón y no va a cambiar. —establezco. —Te reunirás con...—Con quien tiene algo mío.—Estás limpio, Donovan. ¿Perderás tu libertad por una venganza? —su pregunta busca una respuesta negativa. Una que no debo dar para que entienda que no me echaré para atrás.Tomo la maleta, de dónde saco un cambio de ropa. En el fondo encuentro lo que quiero, sacando el arma, el cual reviso para no tener fallas. El silenciador se lo coloco para luego ponerlo sobre la ropa, m
Donovan.Miro al sujeto calvo revolver mi trago antes de entregarlo, dando un solo trago para pasarlo. No es tan fuerte como lo recordaba, tal vez ya perdió su encanto. —La abstinencia te pegó duro—, dejo el vaso en su sitio, indicando que me dé otro en lo que prepara uno para el tipo a mi lado. —La cárcel es solo el infierno que refuerza las ganas de desgraciar la vida a todos—, comprimo la rabia que ahora hace parte de cada fibra. —Jugar con fuego no es bueno, cuando hay alguien que puede poner las cosas peores, ¿no?No sopesan las consecuencias que traería el querer tenerme cautivo. Solo crearon lo que ellos conocerán como su perdición. —Venganza. —deduce el escorpión. —Contención de su poder para tomarlo como mío. —mi objetivo está claro y mi ojo puesto en puntos específicos. Solo me falta estudiar la información que vine a traer, y luego de eso caerán uno a uno. En especial dos de ellos. —No cualquiera lo logra, sobre todo siendo quienes son. —me recuerda el austríaco. —Ve
Sofía—La mañana está perfecta, ¿no crees? —dice Dylan mientras subo los pies justo cuando pasa. Él mira mis piernas desnudas, pero lo ignoro. —Me quedé corto. Está estupendamente deliciosa.El satén se desliza por mi piel mientras sigo tomando el café y leo el periódico.—Hoy traerán un encargo de parte de uno de los socios de mi padre —informa Dylan mientras llena una taza—. Un diamante gris. Uno de los más raros, por lo cual piden extremo cuidado con él a la hora de transportarlo.—No trabajo con joyas, piedras preciosas o serpientes. Creo que no tengo que repetirlo —respondo con poca paciencia—. Busca a alguien más. Tienes a muchos a tu disposición, no sé para qué insistes.—Creí que te interesaría —dice ladeando la boca—. Buscaré a alguien más, solo que después no quiero arrepentimientos.Como si fuera a arrepentirme.Sigo con mi desayuno, la vista del jardín es preciosa. El clima está perfecto para pasar el día en la piscina, pero tengo trabajo. Me cambio de ropa, preparo mis bo
Sofía. —En tu lista no está cuidar niños—, declara Abraham con simpleza.—Porque ni siquiera es considerable—, suelto. —No trabajo en eso. No puedo tenerlo cerca. No es bueno que ningún pequeño lo esté. Han salido dañados quienes lo han hecho. Comienzo a sudar con la necesidad de verlo de nuevo, pero me obligo a no hacerlo, cuándo el cuerpo entero comienza a tener comezón. Mantengo mi cuerpo inmóvil aún con todo eso. —No importa en lo que quieras trabajar. Te lo llevas y te encargas de que no muera. Paso saliva. No soy buena con eso. Lo intenté una vez y no salió bien.—Mantenlo con la boca llena y no molestará. —dice siendo específico en lo que quiere que haga. Lo está haciendo para joderme, sabe lo ocurrido. Tiene conocimiento sobre todo. Es solo una táctica más para usar en mi contra.Escucho lo que dice, teniendo la mente en otro lado. La garganta me arde, al solo recordar la sangre. Ese líquido esparcido por todos lados en lo que estoy casi inconsciente, sudorosa y sin fuerz
Sofía —Seduce a Raúl y haz que te dé la ubicación de lo que mi padre quiere—, indica mi querido esposo. —Cualquiera cae ante tus encantos, amor. Úsalos ya que es para lo único que te sirvenOdio ese tono. Odio su gesto. Odio recordar cuál fue el acuerdo. Lo nota en mis gestos, ya que en privado no me los guardo. —La traición te luce muy bien, cariño, —le digo mientras le acomodo la corbata. —Es un traje hecho a tu medida.—Como a tí las máscaras, corazón, —dejo un beso en su mejilla guiñando un ojo antes de ir a la puerta para poder irnos. —Ese es tu dichoso beso de la muerte? —se ríe y me detengo. —¿Creíste que no estoy al tanto de lo que hacía el Dragón? En su versión era…—¿Razón para mencionarlo? —le muestro que no me interesa tomar ese tema. —¿Te digo la razón? ¿Crees que no me enteré que hablaste con la hermana de ese tipo? —me toma del brazo con fuerza—, y curiosamente Donovan Hunt salió de la cárcel posteriormente, ¿no te parece una gran coincidencia? —¿Le temes? ¿Dónde e
Sofía.Al bajar del auto, me recibe una multitud de personas enfocadas en forjar alianzas que les permitan solidificar su presencia en un clan lo suficientemente fuerte como para no sucumbir ante la primera revuelta. De la mano de Dylan, camino entre ellos, sonriendo ocasionalmente, avanzando con pasos calculados hacia el lugar donde sé que quedaré en el centro de atención, para ser vista por el objetivo de esta noche.Seduzco y obtengo lo que quiero. De eso se ha tratado esto. Esa es la orden esta noche. —Blanco fijo. —Dylan besa mi mejilla para disimular. Finjo reirme como la esposa enamorada y linda que muchas miran. —Manos a la obra. —No te emborraches tanto, eres más idiota en ese estado y no queremos errores esta noche. —me presiona el codo. Sus intenciones de hacerme daño no le sirven ya. —Cómo dije, no queremos errores.Me suelto de su agarre yendo a saludar a los socios de Abraham, el cual me presenta con un orgullo más actuado que nunca. Contesto algunas preguntas con grac