Sofía Castel.
Al bajar los escalones, Phoenix sostiene una taza con café entre las manos, cambia el gesto tenso en cuánto me ve. —¿No es tarde para que salgas? —pregunta mirando su reloj. —Elisa quiere que pase la noche con ella. Hace mucho no voy. —miento. —Pues dile a Elisa también puede ingresar a esta casa. No sólo en la suya se pueden quedar—, deja la taza sobre una mesita. —Si tienes unos minutos quiero que hablemos sobre algo. —¿Ahora? —se me está yendo el tiempo. —Puede ser mañana, si tienes prisa. —comprende. Me da un beso en la frente y pasa de largo. Es un manipulador que sabe cómo actuar para crear culpa en alguien y que haga lo que quiere. —¿De qué se trata? —lo alcanzó en la puerta. Mira arriba de las escaleras y sonríe entrando conmigo. —Tengo diez minutos. Se sienta atrás de su escritorio, sacando un folder negro que abre. —Tienes veintidós años. Sabes cómo llegaste a esta casa. —se refiere a mi adopción. —Sin embargo; debes comprender que has sido una Castel desde tu nacimiento. Además de beneficios, tienes obligaciones. —Voy a serte leal toda la vida, si es lo que quieres preguntar—, manifestó con premura. Sonríe genuinamente. —Eso lo sé. Pese a tu origen, tienes más sangre Castel que la misma Sabine. —alcanza mi mano sobre la mesa del escritorio. —Sé que has querido saber tu origen y no sabes cuánto me pesan mis errores, porqué aún cuándo de uno de ellos saliste tú, no actué como debí. —se ve agotado. —Lo dices como si fuera tu hija bastarda. —Lo tomo con humor, pero él niega con seriedad. —Desearía que llevaras mi sangre cómo una—, continúa. Siempre me ha hecho sentir que soy su segunda descendencia. Se enorgullece de lo que hago aún con ese carácter duro que posee. —Pero no es sobre eso que debemos hablar. Sino de tu boda. —¿Mi qué? —me atraganto con mi saliva. —El poder se empieza con alianzas y se maximiza de la misma forma—, inicia. —Y sé que entiendes cuán importante es que haya herederos para los Castel. Genes fuertes. Descendencia memorables. —Papá, de eso quería hablar contigo—, con la mirada me indica que no siga. —Déjame terminar. Ronald es un tipo ambicioso y me guarda rencor por haber interferido en lo que hizo, —no me da detalles. —Espera que en unos años, cuando ya no pueda mantenerlo a raya, esté tan débil como para quitarme el lugar. Estoy confundida. Creí que se llevaban bien por la forma pacífica en la que hablan. —Por eso pienso que tú relación con el Dragón es una buena alianza. Con Chris llegamos a un acuerdo que uniría a las dos familias. —Me toma por sorpresa que haya discutido eso con el padre de Donovan. —Debes entender que un hijo tuyo con Donovan sería el heredero de todo lo que conoces. —Ronald y Sabine ya están... —No confíes en él—, exhala con fuerza. —Yo no lo hago. Nunca lo he hecho y menos ahora que tengo como hacerlo irse de aquí. Estará más agresivo. —siento su preocupación. No sé cómo decirle que estuve en la boda de ambos. Que lo hicieron a escondidas. Que yo también me casé. —Pero Sabine... —¿Lo has visto? —asiento. —Eso no debió pasar. —¿También crees que hay genes que no son buenos para hacer alianzas? —sacude su cabeza de lado a lado. —Más bien, creo que hay reglas de la naturaleza que no se deben romper. La sangre de un mismo clan al mezclarse se transforma en aberrante—, suelta dejándome sin habla. —Los lazos sanguíneos están por algo. Y ellos no supieron respetarlos. —¿De qué hablas? —mi mente trabaja para conectar las ideas, pero no quiere aceptarlo a la vez. —Papá. —La voz de Sabine desde la puerta le cambia el gesto de inmediato, disimulando se recuesta en el espaldar de la silla. —Creí que ya no estabas—, sonríe en mi dirección. —Puedes irte. Recuerda lo que te dije—, me dice papá. Los veo a ambos y me alejo, pues no quieren que nadie oiga su discusión. Siempre lo hacen y nunca he sabido el motivo real de esas disputas. Esos gestos de hastío en Sabine regresan. Esas que me recalcan que no tengo una relación de hermanas con ella. Las mismas que me dicen un momento que le caigo bien y al otro me acribilla la espalda. Nunca me aceptará. Las palabras de Donovan se repiten en mi cabeza al verla, pero ella… —Dile que envié saludos —le doy una mueca. —Tengo que contarte algo—, me dirijo a mi padre. La dureza con la que mira a Sabine desaparece cuándo sus ojos me buscan. —Espera unos minutos. No tardaremos—, sonríe, pero no es de las sonrisas de siempre. La de ahora me genera angustia. No digo nada más, porque sé que quieren privacidad. Me encargo de avisarle a Donovan que llegaré tarde, aunque le moleste esperar, deberá hacerlo, porque esto le conviene. Puedo tantear el terreno con mi padre antes de irme. Antonia camina con una taza entre sus manos, igual a la que llevaba papá, por lo que deduzco que es para él. Me sonríe saludando con una mano y sólo le brindo una mueca en respuesta. Fue ella quien me entrenó, pero justo también la persona que me dijo que siempre debía ser objetiva. Aunque ahora sostiene una relación sentimental con mi padre no me cae bien ni mal, solo me mantengo al margen. No es algo que me compete para opinar. Veo salir a Sabine furiosa de la oficina de papá y Antonia la sigue. Ellas sí se llevan bien. Camino con rapidez hacia el despacho de mi padre, encontrándose con la mano sobre su cara, a la vez que suelta el teléfono sobre el escritorio. —¿Ahora por qué se enojó? —exhalo. Mi papá, se vuelve a sentar indicando que imite su acción. —¿Qué quieres decirme? —me cambia el tema viéndose decaído. Estoy nerviosa. Las manos me sudan con dos respuestas posibles. Ahora es cuando debo ser directa con él. Sin rodeos. —Estoy embarazada —eleva la mirada. La nota desolada que antes había en su rostro se esfuma. Su comisura sube por un instante, antes de pararse para venir conmigo. —Vaya que…—su rostro refleja su contrariedad. Atrapa mi rostro y aprieta los labios conteniendo las lágrimas que se arremolinan en sus ojos. —Una buena noticia entre tantas malas. —me sonríe. Dejo que me abrace, porque al menos una de las dos personas que deben saberlo reaccionó bien. Esa calidez llena de amor por parte de quién ha cuidado de mí todos estos años, me envuelve cómo la brisa que alimenta mi alma. —Tienes algo tan valioso que nadie podrá obsequiarte algo igual—, suspira sin soltarme. —No sólo por los genes que carga, si no porque será amado por toda su familia. Mi pecho se remueve. Lo abrazo más fuerte, mientras me repite que me adora, varias veces, durante varios minutos. —Ahora más que nunca cuida de ti. No confíes en nadie hasta que hable con Donovan y estés junto a él lejos de aquí. —establece con autoridad. —Papá, explícame qué te tiene así. —Debo hablar con el dragón también, ambos deben entender que hay muchas cosas aquí que representan un peligro —su mirada me hace arder los ojos. —Hay enemigos que no vemos tan claro porque no queremos y yo cometí el error de subestimar a quién no debía. —mentiría si le dijera que comprendo. —Tú y ese bebé son nuestro futuro. Uno que querrán destruir. —Acuna mi rostro con sus manos. —No confíes ni siquiera en Sabine, menos en Ronald. Ninguno de ellos son buenos para tí o el bebé. —No lo saben —, aseguro. —No deben saberlo hasta que te pongamos en un lugar seguro. Aunque no entiendo nada, solo asiento. Ese protocolo debería usarse si fuera una Castel de sangre, pero a quien le corresponde el cargo es a Sabine. Guardo las preguntas para después. Sólo quiero llegar al lugar, donde Donovan me está esperando, a la vez ruego internamente porque la noticia no lo haga alejarse de pequeño bebé y de mí. Le envío un mensaje avisando que estoy saliendo, sin evitar reírme cuando su respuesta es tan perversa como lo son sus pensamientos. Mientras cierro la puerta, una sensación de inquietud me recorre la espalda. Algo no está bien. El silencio alrededor nunca fue tanto. Los hombres que cuidan cada puerta no están. Un frío me recorre y eriza los vellos de la nuca haciéndome girar con rapidez. De repente, alguien me toma del cuello estampando mi cabeza contra la pared. Le doy un codazo y me deslizo en el suelo a tiempo que recibo un puñetazo directo a la cara, rompiéndome la nariz. Aturdida, aún lucho, viendo a Sabine sosteniendo una jeringa que clava en mi cuello, al tiempo que Ronald me sostiene las manos, descubriendo que fue quién me golpeó. Mientras mi hermana me inyecta el contenido de la jeringa, su expresión no cambia, y en ese momento, sé que estoy frente a un verdadero monstruo. Siento la sangre inundar mi boca. Ahogándome al tener la sensación de estar en hielo. No puedo mover las manos, mucho menos los pies. Antonia pasa de largo, poniéndose a las órdenes de Ronald, quien me saca de la casa luego de lanzarme a su hombro. No tengo control de mi cuerpo. Solo veo que no hay nadie a quien avisar de lo que sucede, no encuentro a nadie para decirle que se cometió traición contra el clan y… Una detonación resuena e ilumina la oficina de papá dejándome sin poder respirar. Hay sangre en la ventana. Quiero gritar. Ir con él y saber que se encuentra bien. Pero tales esperanzas son aplastadas por Sabine, la cual viene con la ropa salpicada de líquido carmesí. Sonríe en mi dirección, pero lo que veo es una sonrisa que no llega a sus ojos, fría, una mueca que parece más una amenaza que una muestra de alegría. Esa sonrisa es la de alguien que disfruta del sufrimiento ajeno, una sonrisa que revela la verdadera naturaleza de su alma. Mi hermana es el enemigo del que tanto hablaba papá. Besa a Ronald, quién ríe con ella antes de subir al auto, mientras mis ojos se nublan. —Vamos por los Hunt. —dice Ronald encendiendo el auto, mientras Sabine toma mi móvil buscando lo que ya intuyo. La dirección donde Donovan se encuentra.Donovan Hunt “Sofía asesinó a su padre, señor. El clan está bajo ataque.” La garganta me arde al leer las mismas palabras una y otra vez. Algo me impulsa a comprobarlo porque odio las maldit@s mentiras. Pero al intentar salir lo que veo me hace empujar la puerta y cubrirme antes de que la ráfaga de balas arrase con ella. Nunca pensé que esto me pasaría. Probablemente fui ingenuo al creer que una traición nunca llegaría a mi vida. Pero cuando veo a Ronald bajar de su auto con varios sujetos rodeando mi casa, sé que es el momento de actuar. Saco las armas y me preparo antes de abrir la puerta que conecta con el pasillo hacia las escaleras. Me muevo hacia la ventana, en donde escucho las sirenas de las patrullas a lo lejos. Hay varios autos y de cada uno descienden al menos cuatro tipos con armas. Estoy rodeado. Sé que si no salgo muerto, lo haré con esposas. —Necesito que guardes algo por mí. —hablo al tipo al otro lado de la línea que acepta, dando a entender que puede intuir lo
Sofia.La repulsión que siento por mí misma me hace pasar grandes tragos de licor, cuidando de que nadie me vea. Los recuerdos me invaden, pero ya no hay lágrimas. Quizá se debe a que vacié mi alma.Soy físicamente igual, puedo verlo en el reflejo frente a mí, pero ya no me reconozco. Cuatro años han pasado desde esa noche. Tres años, dos meses y diecisiete días desde que crucé la salida de esa cueva debido al acuerdo que hice con Abraham Myers para casarme con su hijo. Estoy fuera, pero no soy libre y tal vez, nunca lo sea. —Levanta la cabeza. Mis ojos se clavan en el dueño de esa voz. —Cinco minutos te pedí. —Vierto todo el licor del vaso en mi boca, antes de volver a mi postura. —¿No puedes vivir ese tiempo sin mí? Me cuelgo del brazo de Dylan, adoptando mi cara más enamorada. Dentro del salón nos esperan sus padres y los socios de la familia, entre los que me sumerjo cómo la pieza de colección que soy para ellos. Me repugnan todos; la forma en que se ríen, como hablan, sus
Sofía Castel.Espalda recta, cabeza en alto, cabello perfecto, imagen impecable para que la figura del gobernador Kirchner no quede por el suelo en el minuto que se acerque a mí. La máxima autoridad debe ser perfecta, tanto cómo lo son sus gustos y a saber sobre eso me dedico al atravesar la puerta sin mirar a ningún otro lado que no sea el frente. Mis pies tocan el mármol y todos están pendientes. Mi colonia se dispersa, atrayendo más miradas; me aseguré de que las feromonas fueran efectivas.Me siento en la mesa del centro manteniendo la imagen de chica descuidada hasta que la carta llega a mí. El mesero se planta a mi lado y asiento sutilmente antes de que este llene mi copa para luego retirarse. Me deja sola en lo que preparan mi pedido pasado noventa y siete segundos para que unos pies se planten frente a la mesa. Subo con lentitud hasta toparme con ese rostro conocido para mí, que sonríe pícaramente, dejando en claro que no se irá sin una respuesta afirmativa a lo que desea pr
Donovan Los reos me miran de lejos, nadie se acerca y espero así continúe porque ganas de hacer crecer mi lista no faltan. Rasuro mi barba mientras leo el periódico que me hace apretar las cuchillas que deslizo por mi barbilla. Muerto. El hijo de perra está muerto, sin darme el tiempo de mandarlo al infierno yo mismo. El maldit0 de Slade no pudo haber caído por algo que podía haber esperado. Matarlo con mis propias manos ha sido la única razón para mantenerme con vida todos estos años. Copiar cada cicatriz que tengo en el cuerpo ha sido mi motivación para vivir y ahora…Miro mi reflejo con la imagen que tengo detrás de mí. Esa es otra. Ella es mi otra deuda para cobrar. Me faltan muchas. Pero espero solo una. Disfrutaré romper su alma, impregnar su ser de dolor, volver trizas cada centímetro de su vida y volcar su razonamiento, porque así como llegó a ser fuerte, sé que puedo llevarla al infierno para hacerla conocer el miedo. Me limpio el rostro y observo a quiénes me evitan.
Donovan. —Buenas noticias, Hunt —me dice el mismo custodio de todas las noches. Es un viejo que cree que la vida es un rosal con algodones de azúcar—. Sea cual sea el trato que hicieron por ti, funcionó. El gobernador te quiere fuera esta misma noche.—Tardó mucho —respondo, soltándome de la barra y cayendo al suelo. Bajo los brazos y empiezo a quitarme las vendas hechas de ropa vieja, desenredándolas sin mirarlo. No me sirve, y aquello que no me genera beneficios va directo a la basura o no merece mi interés.—Tu libertad representa delitos pagados, pecados perdonados. No lo arruines —debo soportar su discurso sobre humanidad—. Es una nueva oportunidad para regenerar tu vida, muchacho. Aprovecha.Vive de sueños.—Nadie que conoce el infierno querrá volverse bueno por sentirlo, sino porque le conviene, —paso a su lado. —Cuando te pida un sermón, lo voy a escuchar. Antes de eso, úsalos para tu conveniencia. —Eres una causa perdida, —exclama derrotado. —Soy una misión que nadie puede
Sofía Castel. “¿Qué voy a hacer?”La pregunta se repite en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco. Con cada palabra del médico, las opciones se multiplican.Pensé que la prueba estaba defectuosa, pero los análisis no mienten. Lo confirman en lugar de descartar.Donovan no quiere hijos. Lo ha dicho muchas veces. Al menos no ahora, por eso nos hemos cuidado… excepto esa vez.¡Por Dios! ¿Qué voy a hacer?Sus palabras calcinan mi mente con cada metro recorrido. A medida que pasan los segundos, lo siento más mío. Descubro ese deseo de conocerlo y, solo de imaginar que tiene sus ojos o los míos, lo quiero ver.Aún recuerdo el día en que lo conocí en aquella cafetería. Nuestro primer encuentro me hizo pensar que siempre odiaría a la arrogancia personificada que tenía frente a mí. Sin embargo, bastaron solo un par de meses para que esas miradas, tan características de él, despertaran en mí el deseo de descubrir qué secretos ocultaba su silencio.Donovan Hunt, conocido como el Dragón. Un