Sofía Castel.
“¿Qué voy a hacer?” La pregunta se repite en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco. Con cada palabra del médico, las opciones se multiplican. Pensé que la prueba estaba defectuosa, pero los análisis no mienten. Lo confirman en lugar de descartar. Donovan no quiere hijos. Lo ha dicho muchas veces. Al menos no ahora, por eso nos hemos cuidado… excepto esa vez. ¡Por Dios! ¿Qué voy a hacer? Sus palabras calcinan mi mente con cada metro recorrido. A medida que pasan los segundos, lo siento más mío. Descubro ese deseo de conocerlo y, solo de imaginar que tiene sus ojos o los míos, lo quiero ver. Aún recuerdo el día en que lo conocí en aquella cafetería. Nuestro primer encuentro me hizo pensar que siempre odiaría a la arrogancia personificada que tenía frente a mí. Sin embargo, bastaron solo un par de meses para que esas miradas, tan características de él, despertaran en mí el deseo de descubrir qué secretos ocultaba su silencio. Donovan Hunt, conocido como el Dragón. Un hombre al que muchos consideran sin alma, me dejó sentirme segura entre esas manos que han causado tanto terror… Y ahora, un hijo suyo crece dentro de mi vientre. Me detengo frente al semáforo, donde las lágrimas caen solas, pero no son de tristeza. Claro que no. Mi mano se desliza hasta mi vientre, donde no hay ni el más mínimo cambio, pero él o ella está ahí. Sonrío como una idiota llena de ilusiones al ver una tienda para bebés al otro lado de la calle. —Sí que sabes cómo dar señales, pequeño bebé. —Escucho el claxon del auto detrás de mí y niego sin que la sonrisa abandone mi rostro. Tal vez Donovan ya tenga claro su destino y lo que quiere en la vida. Si no somos “pequeño bebé” y yo, aunque pierda al hombre que amo, no será razón para deshacerme del mini dragón. Sé que me ama, aunque sea un caradura con plomo en las venas y tan poco humor como yo tengo conocimiento de cocina. Pero no voy a forzarlo a seguir en algo que no desea. Al llegar a casa de mi padre, encuentro a Sabine bajando una caja de madera. —¿Qué te tiene a punto de vomitar tanta alegría? —se detiene mirándome con los ojos entrecerrados. —Sí que debe ser grande. —En realidad es algo muy pequeño. —Quiero gritarlo, pero su cara sin emociones me recuerda que no es ni el momento, ni la persona indicada para hacerlo. —Te enterarás luego junto con los demás. —Me recuerdas a mí en ocasiones—, me mira el rostro durante los segundos que dura su pausa. —Papá dice eso—, su semblante cambia a uno más difícil de comprender. —Lo siento, no quería… —¿Por llamarlo papá? —baja dos escalones más. —Phoenix se considera eso. Dale gusto. —Sabine. —Disfruta tu día, Sofía. No siempre son como hoy—. Gira el cuello para verme antes de entrar al despacho de mi padre. Quiero que no haya más desacuerdos entre los dos, pero cuando me dispongo a seguirla, me detiene ver el mensaje de Donovan: tiene una reunión con mi padre. Si quiero seguir ocultando que nos casamos, será mejor que haga un buen papel. Nos casamos a escondidas porque, al ser la hija adoptada de Phoenix, el líder del clan, estoy sujeta a estrictas normas que prohíben cualquier relación que no haya sido previamente aprobada por el consejo. Cualquier desobediencia podría resultar en severas consecuencias. Mi padre podría ser destituido y desterrado si se descubre que Donovan, quien debe casarse con alguien de “sangre real”, se ha unido a mí. La “sangre real” incluye a mi padre y a Sabine, su hija biológica, pero ella detesta a Donovan y nunca aceptaría casarse con él. Esto deja a las hijas de los otros tres fundadores como las únicas opciones aceptables. Las reglas son estrictas para mantener la pureza de la línea de sucesión y sus alianzas, y evitar cualquier conflicto de intereses. Donovan quiere solucionar esto a su manera, lo que me hace dudar si debo hablar de mi embarazo con mi padre y con él antes de que se revele nuestro matrimonio. Sé lo que pasa con los hijos "no aceptados" y temo por mi bebé. Veo a mi padre llegar a la casa y me alejo de la ventana cuando sus ojos y los de Donovan se dirigen hacia mí. Mis gestos me delatan. Phoenix siempre dice que la felicidad se muestra en los ojos, pero los motivos se gritan con un gesto. Al tenerlo cerca, estoy segura de que lo sabrá enseguida. Me adoptó cuando era una bebé, pero es como si esa conexión entre nosotros estuviera en nuestro ADN. La voz de Sabine se escucha en el piso inferior, iniciando otra riña con nuestro padre. Ahora no tengo interés en saber el motivo. No cuando las manos me sudan y las palabras no conectan en mi cabeza, lo que me indica que tampoco lo harán en mi boca. —¿Ahora qué te tiene así? —Mi corazón se detiene al escucharlo, haciéndome girar en mi eje de inmediato para ver a Donovan, apoyado en el marco de la puerta con la mano en el bolsillo. Su atractivo es despiadado, casi feroz, y su mirada arde con una intensidad que me deja sin aliento. No es solo su físico imponente, con rasgos cincelados y una presencia dominante; es la forma en que sus ojos, oscuros y penetrantes, parecen atravesarme, desnudando mis pensamientos y emociones por más que trato de dejarlas ocultas. Su mirada es neutral, pero cuando me acerco a besarlo, no duda en profundizarlo enseguida. Acaricia mi mejilla, se acerca a mi boca y se aleja de forma repentina. —Mírame. —Abro los ojos encontrándome con el verde de los suyos. —Te veo—, vuelve a besarme, pero se aleja nuevamente. —¿Me dirás qué demonios te tiene así? —Su voz grave me eriza completamente. Niego. No quiero que deje de besarme. Pueden ser sus últimos besos y no quiero arruinarlo dando la noticia que me ahoga con la emoción. —¿De qué quieres hablar con mi papá? —Citaciones al consejo. Videoconferencias con mi padre y...mi matrimonio, —me deja inmovil. —Lo fortuito no es lo mío. Menos si de mi mujer se trata y me cansé de esto—, toma mi mentón. —No van a decidir a quién debo ponerle un anillo en el dedo o su estúpida alianza se va al demonio. No se ve con intenciones de echarse para atrás, ni le atemoriza perder a los socios que tiene. desde hace un año. —Mañana te pones la bendita argolla y no la vuelves a esconder. —¿Mañana? —el aire se me atasca. —A más tardar. Necesito decirle, pero en privado. —¿Nos veremos esta noche en tu casa especial? —pregunto refiriéndome al lugar que llama así, porque es donde dejé de ser la hija de su socio y me volví la mujer que ahora no quiere soltar. Cree que no estoy dispuesta a dejarlo todo, pero sí lo haría. Aunque me detiene el que aún no sepa de mi embarazo. —Tengo algunas cosas para hacer con… —Por favor, —alcanzó sus labios y se aleja viéndome con sospecha. —Solo di que sí. Coloca la mano en mi frente y mis mejillas. —No tienes fiebre, pero hay algo en tus ojos. —me dice y sonrío pensando en lo tierno que es que note cada cambio. —¿Te sientes agripada? Porque sí es así, es mejor que te alejes, —mi sonrisa se borra de golpe—, estar rodeado de mocos no está en mis planes esta noche. Lo único que se gana es un golpe en el hombro, aunque con su complexión física, a la única que le duele es a mí. —Eres un cabrón, Donovan. —me doy la vuelta, pero me lleva de regreso a sus labios para adueñarse de ellos. No me deja negarme. No quiero hacerlo, cuando muestra un poco de humanidad como en este momento. Porque el resto del tiempo compite con una máquina. —Esa boca. —me reprocha. Sostiene mi cuello para que no me aleje. —Agradece que no puedo matar estas ganas que te tengo. —¿Quiere ver a su esposa esta noche, señor Hunt? —pregunto. Donovan asiente antes de abordar mis labios con esa poca suavidad que tiene conmigo. Lo odié desde que no aceptó mis disculpas en la cafetería. Tuve que reunirme con él debido a un favor que le hice a mi hermana y a Ronald, su esposo. Aunque mi padre no lo sepa aún, Ronald está casado con Sabine. Ella no quiso recibir a Donovan porque, por alguna razón, odia a todos los Hunt. Irónicamente, ambas nos casamos en secreto, pero solo yo sé que ella lo hizo. Me sorprendió su invitación a participar en su boda, pero aunque mi relación con Sabine es un poco distante, quiero que mejore. A mi boda solo asistieron mi amiga Elisa y su primo Bruno, mientras que a la de Sabine asistimos Antonia, la novia de papá, y yo. Me separo de Donovan cuándo mi hermana pasa frente a la puerta. Nos mira por un segundo y me sonríe como siempre, pero a Donovan lo ve con seriedad. Él le responde de la misma forma. —Es mi hermana, amor. —le limpió las comisuras de los labios. —Tienes una. Debería ser igual. —Conozco la envidia, Sofía. —me da su punto. —Sabine desborda eso cada vez que te ve. Grace jamás me vería de esa forma. —me toma el mentón y vuelve a besarme. No quiero discutir con él. —Cuándo tú y yo tengamos hijos, ella será su tía, cómo yo lo seré de sus hijos. —su semblante cambia de golpe ante mi comentario. —¿No quieres tener hijos conmigo? —Sí alguna vez considero la idea de tener hijos, será contigo. —Su declaración me da esperanza. Intento hablar y él me lo impide cuándo vuelve a besarme. —Ahora no he considerado esa idea. Pero así cómo me replanteé casarme, también puede suceder con tener a un...llorón que me saque de quicio cómo lo haces tú. —¿Esa es tu forma de decirme que me amas? —Busco sacar el lado tierno de un hombre que no lo tiene. —Sí lo sabes ¿por qué necesitas escucharlo? —tiene una roca cómo corazón definitivamente. Dos veces lo ha dicho, pero cada una ha sido capaz de alzarme con sólo ver que es auténtico ese sentimiento en alguien que describen cómo incapaz de sentir. —Tengo algo que decirte. —muevo el cuarzo gris que cuelga de su cuello. —Dilo. —incita a otra cosa cuando me mira cómo lo hace. Sacudo la cabeza y exhalo lentamente. —Creí que era una equivocación, pero me hice unos... —Dragón, lamento interrumpir. —me alejo inmediatamente con la voz de Antonia. —Phoenix te espera en su despacho. La mujer me sonríe, haciendo lo mismo con el hombre frente a mí, pero Donovan no la soporta, por lo que la ignora abiertamente, optando por escribir en su celular un mensaje que llega al mío cuándo se da la vuelta "Tengo que enviar a Grace a su internado, pero te veo esta noche." Antonia intenta formar una conversación, aunque no recibe respuesta al caminar dos pasos detrás de él. Sus reuniones son extensas y con el tema que van a tratar sé que va a ser mucho más, por lo que tendré que esperar a que papá tenga tiempo. Siento su ausencia de inmediato. Algo dentro de mí me pide no separarme de él. Tal vez sea la sensibilidad que he tenido desde que supe la noticia, pero siento que necesito su cercanía más que nunca. Nunca he sentido miedo como en este momento. Solo aumenta al saber que le juré lealtad al clan y con un matrimonio a escondidas y bebé en camino, tal vez deba irme para ponerlo a salvo. Levanto algunas prendas de mi cama y las guardo en el armario. Al ver los resultados del laboratorio de nuevo opto por romperlos, porque no es el momento de que otros lo sepan, cuando ni yo misma tengo claro cómo manejaré todo si decido hacerlo sola. —¿Saldrás? —me pregunta Sabine. Niego viendo el reloj. Sabe que miento, como también por quién lo hago. —Phoenix hacía lo mismo conmigo. Tranquila, no diré nada. —Quizás no se interpondrá en nada, contrario a lo que crees—, declaro. —Es más, mañana se hablará de esto y confío en que lo va a comprender. —¿De verdad? —enarca una ceja. —No esperes tanto. Los Hunt no tienen buena sangre para unir a la familia. —expresa detrás de mí, logrando que gire el cuello. Esboza una sonrisa y apoya su barbilla en mi cabeza. —Hay mejores opciones. Los Myers por ejemplo. Los Lander o los Grand también son mejor opción. —No creí que tuvieras esa opinión de los socios de papá. —le digo. Su rostro cambia, como lo hace cada vez que lo llamo de esa forma. Tal vez no le gusta y por eso me siento incómoda al pensar que estoy ocupando un lugar que no me corresponde. —Lo siento—, musito. Sus ojos tienen un ligero efecto familiar en mí. Cada vez que la veo, siento algo dentro de mi pecho y, por algunos fragmentos de segundos, llego a pensar que también siente afecto, a pesar de que muchas veces sentí que no. Aunque tiene razón de verme como una intrusa. Ocupé su lugar en la vida de nuestro padre cuando ella tenía quince. Eso de seguro influyó en crear esa barrera entre las dos. —¿Por qué? —, se hace la desentendida luego de una pausa de varios segundos. —Phoenix me contó sobre su relación. —Sus ojos me evalúan más de lo habitual. —Que no fueron unidos en un punto de sus vidas. ¿Por qué sucedió? —se sienta en la cama con los brazos sosteniendo su costado mientras me escucha. —Llámalo papá. No me ofende cómo crees. Suspira pesadamente. —Me enamoré de quién no debía según él— gira los ojos—. Ya sabes, amores prohibidos que se dan en las familias, —le resta importancia. —Pero ustedes no comparten lazos sanguíneos. Una risa es lo que obtengo. —Nunca estuvo de acuerdo—, añade. —¿Te gusta decir que ya no? —niega. —No específicamente—, se ríe con naturalidad. —Me caes bien, Sof. Has vivido como lo deseé y tienes la vida que quise. Un poco injusto, pero muy acertado—, se incorpora dejando esa culpa instalada en mí, como cada vez que los dice. —Disfruta tu noche. Lo más que puedas. Me guiña un ojo y no sé cómo reaccionar. Es muy reservada con su vida, aunque ahora dudo por qué papá aceptaría mi relación con Donovan, siendo quien es, si ve con malos ojos a Ronald, que es su hijo adoptivo.Sofía Castel. Al bajar los escalones, Phoenix sostiene una taza con café entre las manos, cambia el gesto tenso en cuánto me ve. —¿No es tarde para que salgas? —pregunta mirando su reloj.—Elisa quiere que pase la noche con ella. Hace mucho no voy. —miento.—Pues dile a Elisa también puede ingresar a esta casa. No sólo en la suya se pueden quedar—, deja la taza sobre una mesita. —Si tienes unos minutos quiero que hablemos sobre algo.—¿Ahora? —se me está yendo el tiempo.—Puede ser mañana, si tienes prisa. —comprende. Me da un beso en la frente y pasa de largo. Es un manipulador que sabe cómo actuar para crear culpa en alguien y que haga lo que quiere. —¿De qué se trata? —lo alcanzó en la puerta. Mira arriba de las escaleras y sonríe entrando conmigo. —Tengo diez minutos.Se sienta atrás de su escritorio, sacando un folder negro que abre.—Tienes veintidós años. Sabes cómo llegaste a esta casa. —se refiere a mi adopción. —Sin embargo; debes comprender que has sido una Castel desde
Donovan Hunt “Sofía asesinó a su padre, señor. El clan está bajo ataque.” La garganta me arde al leer las mismas palabras una y otra vez. Algo me impulsa a comprobarlo porque odio las maldit@s mentiras. Pero al intentar salir lo que veo me hace empujar la puerta y cubrirme antes de que la ráfaga de balas arrase con ella. Nunca pensé que esto me pasaría. Probablemente fui ingenuo al creer que una traición nunca llegaría a mi vida. Pero cuando veo a Ronald bajar de su auto con varios sujetos rodeando mi casa, sé que es el momento de actuar. Saco las armas y me preparo antes de abrir la puerta que conecta con el pasillo hacia las escaleras. Me muevo hacia la ventana, en donde escucho las sirenas de las patrullas a lo lejos. Hay varios autos y de cada uno descienden al menos cuatro tipos con armas. Estoy rodeado. Sé que si no salgo muerto, lo haré con esposas. —Necesito que guardes algo por mí. —hablo al tipo al otro lado de la línea que acepta, dando a entender que puede intuir lo
Sofia.La repulsión que siento por mí misma me hace pasar grandes tragos de licor, cuidando de que nadie me vea. Los recuerdos me invaden, pero ya no hay lágrimas. Quizá se debe a que vacié mi alma.Soy físicamente igual, puedo verlo en el reflejo frente a mí, pero ya no me reconozco. Cuatro años han pasado desde esa noche. Tres años, dos meses y diecisiete días desde que crucé la salida de esa cueva debido al acuerdo que hice con Abraham Myers para casarme con su hijo. Estoy fuera, pero no soy libre y tal vez, nunca lo sea. —Levanta la cabeza. Mis ojos se clavan en el dueño de esa voz. —Cinco minutos te pedí. —Vierto todo el licor del vaso en mi boca, antes de volver a mi postura. —¿No puedes vivir ese tiempo sin mí? Me cuelgo del brazo de Dylan, adoptando mi cara más enamorada. Dentro del salón nos esperan sus padres y los socios de la familia, entre los que me sumerjo cómo la pieza de colección que soy para ellos. Me repugnan todos; la forma en que se ríen, como hablan, sus
Sofía Castel.Espalda recta, cabeza en alto, cabello perfecto, imagen impecable para que la figura del gobernador Kirchner no quede por el suelo en el minuto que se acerque a mí. La máxima autoridad debe ser perfecta, tanto cómo lo son sus gustos y a saber sobre eso me dedico al atravesar la puerta sin mirar a ningún otro lado que no sea el frente. Mis pies tocan el mármol y todos están pendientes. Mi colonia se dispersa, atrayendo más miradas; me aseguré de que las feromonas fueran efectivas.Me siento en la mesa del centro manteniendo la imagen de chica descuidada hasta que la carta llega a mí. El mesero se planta a mi lado y asiento sutilmente antes de que este llene mi copa para luego retirarse. Me deja sola en lo que preparan mi pedido pasado noventa y siete segundos para que unos pies se planten frente a la mesa. Subo con lentitud hasta toparme con ese rostro conocido para mí, que sonríe pícaramente, dejando en claro que no se irá sin una respuesta afirmativa a lo que desea pr
Donovan Los reos me miran de lejos, nadie se acerca y espero así continúe porque ganas de hacer crecer mi lista no faltan. Rasuro mi barba mientras leo el periódico que me hace apretar las cuchillas que deslizo por mi barbilla. Muerto. El hijo de perra está muerto, sin darme el tiempo de mandarlo al infierno yo mismo. El maldit0 de Slade no pudo haber caído por algo que podía haber esperado. Matarlo con mis propias manos ha sido la única razón para mantenerme con vida todos estos años. Copiar cada cicatriz que tengo en el cuerpo ha sido mi motivación para vivir y ahora…Miro mi reflejo con la imagen que tengo detrás de mí. Esa es otra. Ella es mi otra deuda para cobrar. Me faltan muchas. Pero espero solo una. Disfrutaré romper su alma, impregnar su ser de dolor, volver trizas cada centímetro de su vida y volcar su razonamiento, porque así como llegó a ser fuerte, sé que puedo llevarla al infierno para hacerla conocer el miedo. Me limpio el rostro y observo a quiénes me evitan.
Donovan. —Buenas noticias, Hunt —me dice el mismo custodio de todas las noches. Es un viejo que cree que la vida es un rosal con algodones de azúcar—. Sea cual sea el trato que hicieron por ti, funcionó. El gobernador te quiere fuera esta misma noche.—Tardó mucho —respondo, soltándome de la barra y cayendo al suelo. Bajo los brazos y empiezo a quitarme las vendas hechas de ropa vieja, desenredándolas sin mirarlo. No me sirve, y aquello que no me genera beneficios va directo a la basura o no merece mi interés.—Tu libertad representa delitos pagados, pecados perdonados. No lo arruines —debo soportar su discurso sobre humanidad—. Es una nueva oportunidad para regenerar tu vida, muchacho. Aprovecha.Vive de sueños.—Nadie que conoce el infierno querrá volverse bueno por sentirlo, sino porque le conviene, —paso a su lado. —Cuando te pida un sermón, lo voy a escuchar. Antes de eso, úsalos para tu conveniencia. —Eres una causa perdida, —exclama derrotado. —Soy una misión que nadie puede