Capítulo 3
Apenas María abrió la puerta, Laura Fernández, su mamá, entró llorando en la sala.

—¡María! ¡¿Qué estás haciendo que no contestas el teléfono?! Si vas a terminar con él, termina, pero ¿por qué no contestas? ¿Quieres que me dé un infarto?

¿Eh? Esto no era como lo había imaginado. María parpadeó con expresión aturdida.

—Es que… puse mi celular en silencio, ¿cómo iba a escucharlo?

El padre de María, Roberto González, con cara de pocos amigos, entró junto con Laura y se sentaron en el sofá después de quitarse los zapatos.

María fue a la cocina y trajo agua.

—Cálmense, tomen agua.

La mirada de Roberto se detuvo en el brazo de su hija, que estaba cubierto con vendas, y levantando la vista notó el chichón amoratado y roto de la frente.

—María, ¿Qué te paso en el brazo y la frente? —le preguntó asombrado. María bajó la cabeza sin decir nada.

Entonces Laura miró con atención a su hija y notó las graves heridas en el brazo y la frente, como si la hubieran golpeado brutalmente y, aunque estaba enojada con ella por su impulsiva decisión, le dolió verla así.

—María, ¿qué te pasó? ¿Por qué estás tan lastimada? Y con Daniel, ¿qué fue lo que pasó?

Laura, le regañaba:

—El matrimonio no es un juego, María, ya se enviaron todas las invitaciones y ahora sales conque terminaron. ¿Cómo le daremos la cara a los Martínez?, ya deja de comportarte como niña. Siempre andabas terminando con Daniel y luego persiguiéndolo para reconciliarte, ya es tiempo de que dejes tus caprichos.

María la oía cabizbaja, sintiendo que sus lágrimas le quemaban la mano al caerle.

—No llores, primero explícanos bien qué pasó.

Laura estaba extremadamente irritada.

Como María siempre amenazaba con terminar su relación, su madre creía que ellos la malcriaron.

En ese momento, la última cuerda que contenía las emociones de María se rompió.

Se secó las lágrimas y miró a sus padres con los ojos enrojecidos y les soltó:

—¿Quieren saber cómo me hice estas heridas?, ¡pues fue Daniel ¿Y saben por qué? Porque accidentalmente romí el jarrón con gardenias que le regaló su primer amor, y él me empujó, me lastimó el brazo, y me exigió que me disculpara con sus flores. Cuando mi sangre goteó sobre las flores, me empujó y me golpeé la cabeza contra la esquina del escritorio.

—¿Qué? —dijeron sus padres al unisonó.

—Sí, como oyen y además, me llamó malvada y usurpadora del lugar de su primer amor.

Y viendo a su madre agregó—: Mamá, ¿por qué nunca preguntas qué hizo Daniel? ¿Por qué solo me culpas a mí? ¿Solo porque antes solía amenazar con terminar?

Después de decir esto, sin importarle la mirada atónita de sus padres, María se levantó enfadada, agarró una chaqueta y dijo:

—Voy a dar una vuelta, aquí el aire está muy pesado.

Bajó en el elevador y se sentó en una banca cerca del edificio, mirando distraídamente las luciérnagas a lo lejos.

De repente, una sombra se proyectó frente a ella. Al levantar la vista, vio que era el mismo hombre de esa tarde.

Sus facciones eran refinadas y atractivas, como si hubieran sido esculpidas cuidadosamente: cejas definidas y ojos brillantes, con un aire distinguido.

Llevaba camiseta negra que mostraba sus torneados músculos, pantalones casuales y tenis simples aunque de marca costosa.

—Hola —saludó María con los ojos todavía enrojecidos.

—Hola —la voz del hombre era sorprendentemente agradable, profunda, magnética.
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