Capítulo 95
Los empleados del bar de María trabajaban por turnos, con horarios que les permitían suficiente descanso.

Al salir del dormitorio ya arreglada, encontró a Andrés esperándola en la mesa. Al oír la puerta, él fue a la cocina a servir la sopa que mantenía caliente.

María se acercó alegremente y lo abrazó por detrás:

—Buenos días, señor Vargas.

Andrés dejó los cubiertos, se giró para abrazarla y le dio un suave beso. —Buenos días, mi señorita González.

Sonrieron y juntos llevaron el desayuno al comedor. Después de comer, cuando María iba a lavar los platos, Andrés la detuvo:

—Déjalos en el fregadero hasta la tarde.

—¿La tarde?

María lo miró confundida.

Andrés la tomó de la mano mientras salían. —Esta tarde viene el instalador del lavavajillas.

—Lo programé para ayer, pero como fuimos de compras, lo cambié para hoy. No te preocupes, volveré para recibirlos.

María asintió, pero en el ascensor cayó en cuenta: —¿Por qué decidiste comprar un lavavajillas?

—Debimos comprarlo al mudarnos, pero no
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