Capítulo 5
Al verla llegar, Daniel frunció el ceño, molesto.

—¿Dónde estabas? No pude contactarte, ¿crees que tengo tanto tiempo libre para seguir tus juegos?, mejor aprovechemos que estás aquí y vamos al registro civil antes de que cierren al mediodía.

María lo miraba confundida. Al parecer él no entendía que significaba la palabra: Terminar y tampoco vio que en el grupo familiar solo se hablaba de la ruptura y cancelación de su boda.

María apartó la mano que se posaba en su brazo y retrocedió un paso, su expresión completamente fría y distante.

—Daniel, fui muy clara anteayer, lo nuestro terminó y no me arrepiento. Nuestra boda se canceló y de eso toda la familia ha estado comentando, ¿no lo has visto?

—¡Ja! ¡No lo creo!—exclamó Daniel —. María, tú me amas con locura, no podrías dejarme. Aprovecha que vine a darte una salida digna.

María con los ojos como platos sólo pudo chillar cuando Daniel la jaló del brazo—: ¡Ay!

Daniel decía mientras la arrastraba a la salida:

—Olvidaré lo del jarrón, pero ahora ven conmigo que vamos a registrar nuestro matrimonio.

María, sin poder soltarse del agarre, gritó:—¡Daniel, suéltame!

El ambiente del bar era bastante tranquilo, así que el grito de María hizo que los pocos clientes voltearan a mirar.

—¡Daniel! ¡Ya te dije que terminamos! ¡¿Qué registro ni qué nada?! ¡Suéltame! ¡Que me sueltes!

Daniel apretaba con tanta fuerza que María sentía que iba a romperle la muñeca.

—¡Me estás lastimando, Daniel!

María protestaba pero él no mostraba ninguna reacción.

María, ya desesperada, repentinamente sintió que alguien la sujetó por la otra mano y un segundo después, oyó una voz

grave y profunda:

—¡Suéltala! ¿No entendiste? Te dijo que no quería ir?

Daniel se detuvo y volteó para encontrarse con la mirada fría de Andrés.

—Esto no te incumbe —dijo Daniel con impaciencia.

—Soy amigo de la señorita González, y si alguien intenta llevársela por la fuerza, me incumbe —dijo Andrés convencido.

Aprovechando que Daniel aflojó su agarre, Andrés tiró de ella con firmeza, protegiéndola con su cuerpo.

—El secuestro es un delito, y hay testigos de ello —aseveró Andrés.

—¿Cuando me viste secuestrando a alguien? —protestó Daniel furioso

—. ¡Ella es mi prometida!

Andrés puso su cálida mano en la nuca de María y preguntó con voz suave:

—Señorita González, ¿es eso cierto?

Temiendo que Daniel enloqueciera y volviera a agarrarla, María se aferró con fuerza al borde de la chaqueta de Andrés, furiosa:

—¡No lo soy!, ya terminé con él, pero quiere llevarle a la fuerza!

Andrés arqueó una ceja y curvó sus labios en una sonrisa burlona, mirando a Daniel con desprecio.

Daniel, masculló:

—María, si eres inteligente, vendrás por voluntad propia, no me hagas usar la fuerza. Y mírate bien, aparte de mí, ¿Quién más querría estar contigo? Me deberías agradecer que aún quiera registrar nuestro matrimonio.
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