Capítulo XXXVI

Tensa el arco y pone la flecha en la cuerda, que estira con fuerza.

Mi mirada vuela hasta el venado a unos metros de nosotros.

La melancolía me aflige con solo verlo.

Aparto la mirada cuando la flecha se clava en su costado y la dejo caer al suelo adornado de musgo.

—¡Y allí está la cena!

Lo miro aún con el mentón hundido.

—Papá, ¿sufrió?

Arruga el entrecejo y baja el arco.

—No, Eli, fue una muerte limpia e indolora. —Ladeo la cabeza. «¿Por qué me llama Eli? ¿Ese es mi nombre?»—. ¿Qué? ¿Qué pasa, pequeñuela? —Se arrodilla frente a mí con una sonrisa—. Era un venado adulto, de modo que moriría en cualquier momento. Si yo no lo hubiese matado, nadie habría podido aprovechar su carne. —Sostiene mis manos—. Él ya está reunido con su familia.

Trago saliva y me aferro a sus manos.

—¿Estás seguro?

Sonríe más.

—Claro, pequeñuela. —Se inclina para besar mi frente antes de levantarse—. Su muerte no

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