Capítulo XXXIX

Cierro los ojos y respiro profundo.

Solo dejo que mis oídos capten absolutamente todo.

El movimiento de las hojas con la ventisca haría que cualquier se adormeciera, al igual que el vaivén constante del agua en la laguna, que se mueve con suavidad por los peces debajo del hielo de la superficie. Algunas aves nocturnas se mueven en sus nidos o sobrevuelan algunas madrigueras para hallar comida, como los búhos, que están atentos a los roedores que corretean en la hierba alta. Más allá de la pradera se alcanza a oír los gruñidos y ladridos de los perros salvajes, que están lejanos a los lobos, pues cada uno tiene su estructura de vivencia. Si aguzas más los tímpanos, puedes percibir el movimiento de las patas de los grillos, que provocan un sonido estremecedor. Aunque la nieve devora todo a su paso, estos insectos son resistentes. Vete a saber por qué. Si nivelas los latidos de tu corazón hasta hacerlos casi imperceptibles, puedes escuchar a las crías de las ardillas ro

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