Examino el mapa de la ciudadela concentrado y sin querer desviar mi interés de él. Alina se sienta a mi lado y extiende un pergamino con el mapa de las cloacas, el sitio donde los Abanderados, los rebeldes, se reúnen para conspirar contra la monarquía. Richard no tarda en sentarse frente a nosotros para revisar un viejo cuaderno de tapa gris. Entretanto, Eli y Cassius miran por la ventana el caer de la nieve.
Hago una mueca cuando mis dedos sin uñas rozan el filo del mapa y reprimo la necesidad de maldecir por el ardor en la zona. Alina me mira por el rabillo del ojo y arquea una ceja. Subo un hombro. Según me dijo, Eli se encargó del verdugo. Cuando quise saber más, se negó a decirme y decidió cambiar de tema. Tampoco me tomé el atrevimiento de preguntárselo a Eli cuando la vi llegar a mi cabaña con un Marcus ausente, que en este instante está sentado en el porche.
—Bien, para entrar a la ciudadela debemos ingresar por el río que hicieron desagüe —comenta Richard mi
Hundo la mano en la helada agua y me pongo de rodillas sobre el grueso hielo que empieza a cubrir la laguna. Miro mi reflejo por unos segundos antes de levantar la mirada hacia el hombre que se apoya en un bastón con la empuñadura de un búho. Se quita el sombrero y me reverencia. —Bàs. —Eli —asiente. —¿Qué vienes a decirme? —Mis dedos se entumecen y la piel de mis nudillos se arruga. Sonrío cuando siento la aleta de un pez que pasa rápidamente debajo de mi palma—. ¿Qué sabes? —Harán de ojos ciegos. Saco la mano del agua y la refugio en el interior de mi gabardina con los dientes apretados. —¿Otra vez con lo mismo? —mascullo de pie. —Es la misma jugada de siempre, Eli. —Pero la más efectiva —espeto antes de andar con furia lejos de la laguna—. ¡Saben cómo estropear todo! —¿De qué te sirve enfurecerte? —emerge a mi lado con el sombrero ya cubriendo su cabeza—. No te servirá de nada. Empieza a desvanecerse
A la mañana siguiente, justo cuando estoy calzándome las botas, lo siento detrás de la puerta. Detengo a Snær justo a tiempo y le ordeno con una mirada que se quede para proteger a Marcus, que duerme en su cama más perdido en el mundo de los sueños que en la realidad. Cuando mis dedos rodean el pomo de la puerta, sé que debo hacer a continuación. Dejo que mis dedos se deslicen por la madera y que mi frente repose sobre ella. Cierro los ojos con fuerza y presiono los dientes. La puerta empieza a temblar con su esplendor. Apoyo todo mi peso en ella y anclo las uñas a su madera vieja. Siento cómo son empujadas hasta las cutículas, que hacen lo posible para que no se deslicen más allá en mi carne. Mis pies resbalan poco a poco, así que obligada me toca ahincarlos en la madera rojiza que hace de piso, la cual cruje a medida que soy empujada. Estoy por ordenarles que hagan algo, cuando la oscuridad se cierne sobre mí para cubrirme. Jadeo y dejo de encorvarme.
Deslizo los dedos por la superficie de la barra y noto cuán sucia está, cosa que no me importa en lo absoluto. Desde luego, es una incomodidad, pero no es que sea muy evidente. Presiono los labios concentrada con hallar un taburete, que atisbo justo frente a las estanterías llenas de botellas de cristal que contienen variedades de licor. Una sonrisa amenaza con salir de mis labios cuando la ginebra atrae mi interés. Tenerla en estas circunstancias podría tomarse como un lujo. No soy muy dada al alcohol, pero sé apreciar uno que se fermentó con devoción.El tabernero, un hombre con más barriga que existencia, me contempla con desconfianza detrás de la barra, al igual que las personas que beben sentadas en las mesas o a mis lados. Desvío la mirada de la suya, porque siento que sostenérsela podría manifestar un reto que en realidad no deseo ejecutar, y la poso en una radio vieja, de quiz&a
«A veces las palabras dulces son las más ácidas», decía mi padre cada vez que golpeaba mis tobillos con la espada de madera o cada vez que me derribaba con todo su peso sobre mí. No sé por qué lo recuerdo ahora. ¿Acaso sucederá algo? Meneo la cabeza y me levanto. Enrollo la bufanda alrededor de mi cuello y la acomodo mejor sobre mis hombros. La gelidez del invierno se aseveró hace unos días y parece querer permanecer hasta marzo, si es que mi pronóstico no está mal. Me acerco al fuego y me dispongo a lanzar unas ramas más. Observo cómo las llamas las consumen, embelesada. Contengo el aliento y cierro los ojos. El frío cala en mis pulmones y me da la sensación helada que desea mi corazón para calmarse. Más allá de los abetos, cruzando un camino de tierra humillado por la nieve, están los altos muros de la ciudadela. Estoy lo suficientemente apartada como para encender una fogata y avizorar desde la distancia. Al principio mis pensamientos se rehusaron al conte
Cassius bebe el té como si el sabor no le pareciera repugnante. Dejo de observarlo para sujetar la tetera y servirme un poco. Con este frío, algo caliente se agradece. —Es bueno que estés aquí y no con Eli —comenta después de unos minutos cómodos en silencio. —Me extraña esta visita —resuello ignorando por completo su ironía. Sonríe. —Puedo permitirme una que otra escapada. —Apoya el filo de la taza en sus labios y le da un sorbo al líquido semiclaro—. Por tu mirada, sabes a qué me refiero. —¿Cómo no saberlo? —Se me quitaron las ganas de beberme el té caliente, así que lo aparto con disimulo—. ¿Aunque sea le pagas? Sus colmillos resplandecen cuando su sonrisa se ensancha. —Claro. Asiento. —¿A qué se debe el honor de verte? —Aloysius ya sabe quién eres para Eli. Me fuerzo a no mostrar ninguna emoción, pero debajo de la mesa, sobre mis muslos, aprieto los puños. —¿Y qué hará al resp
—La puta del pueblo y el caramelito.No me pasa desapercibido cómo se lame los labios cuando me mira.Alina se pone hosca al instante.Victoria, la belleza plástica entre los suyos, la que tanto veneran por ese encanto, pero para mí, como para muchos, es más ignorada que la cucaracha fuera de la casa. No le veo nada de atractiva. Su cabello rojo fuego está recogido en un rodete con una trenza en su inicio, sus ojos rojizos están difuminados con un gris oscuro en los párpados y sus labios, que sobresalen más de lo natural, están pintados de un rojo pasión, casi como su pelo. Es más alta que Alina, pero no más que Eli. Si las ponemos una al lado de la otra, la diferencia es grata. No es delgada con corte atlético como Eli, es curvilínea, con la grasa en los lugares adecuados. No, mi Eli no es tan delgada, tiene músculos y también curvas descaradas
«—La espada ahora también hace parte de ti, Oliver. —La invoca con la mirada férrea y me la extiende—. Puedes utilizarla cuando lo desees.Titubeo, pero a lo último la agarro.Mi brazo se resiente por su peso y mi hombro se queja. Reprimo el quejido y la alzo con fuerza. La hoja negra resplandece por los rayos del sol que se filtran entre los árboles. La empuñadura se amolda a mi mano y parece aligerar su peso, ya que mis dedos dejan de estar blancos por la presión que ejerzo para no soltarla. La cadena en su extremo tintina cuando la muevo. La hoja, cuando hace contacto con el aire, hace un sonido peculiar. Me emociono.Observo a Eli con los ojos brillantes.Me sonríe con orgullo.—Ahora debes acostumbrarte a ella y ella a ti. —Se cruza de brazos y señala con la barbilla el tronco que cortó ayer—. Prueba su filo en él.Levanto la
—Alina, ¿estás bien? —le pregunto cuando estoy frente a ella. No tardo en agarrarla de los brazos e inspeccionarla con los ojos—. ¿Dónde está Oliver? —Lo busco detrás de ella. Arrugo la nariz al no verlo ni siquiera a la distancia—. ¿Qué sucedió? —le cuestiono con ansiedad.—Oh, Eli… —Posa sus manos en mis hombros y me aparta de ella mientras sacude—. Oliver… Oh, lo siento.Me alejo más de ella y la observo ceñuda.—¿Qué pasó con Oliver?Desvía la mirada y suspira.—Eli, será difícil para ti procesarlo. —Se muerde el labio.En ningún momento me mira a los ojos. ¿Por qué? A ella le encanta mirarlos sin importar lo que ocurre.Entrecierro los ojos y la intimido con ellos hasta que levanta los suyos. Los contemplo d