Capítulo LX

El silencio se acrecienta.

Siento cómo los latidos de mi corazón son lo único que captan mis tímpanos.

¿Cómo podremos ayudarte? —inquiere finalmente.

Exhalo.

El Monte de los condenados es casi impenetrable, solo los dioses pueden entrar a él. Ni siquiera las sombras tienen el derecho de volverse vivas cuando están allí; permanecen quietas, inamovibles, sin personalidad, sin vida. Aquel que sea lanzado a ese monte se verá opacado por una soledad sobrecogedora. Es el lugar ideal para los pérfidos y los abyectos. Una vez logré estar allí y no pude mantenerme en pie por mucho tiempo. Sentía que mis penas y culpas se disolvían sobre mis hombros, haciéndolos pesados. Aunque puede verse como un sitio espléndido por sus largos mares verdes y largos cielos azulados, el remordimiento reina y se esparce en quienes lo visitan. Y

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