Breogán atraviesa la puerta y deja caer su peso en la silla de la mesa nueva que dispuse para que todos se sienten a comer sin incomodarse. Estira las puntas de su bigote mientras mastica la boquilla de su pipa. Marcus sigue dormido a los pies de nuestra cama y Brunilda está igual en su cama. Le sirvo una taza de té al viejo y me acerco para dársela.
—Gracias, muchacho. —Deja de masticar la pipa, que deja al lado del platito de la taza, sopla el vaho y le da un sorbo largo—. Ah, justo lo que necesito para calentarme.
—No hay de qué.
Se estira, apoya ahora todo su peso en el espaldar de la silla y se mece.
—Eres su pareja, ¿no es así?
Entumezco con la mano en el espaldar de mi silla. Estaba a punto de sentarme.
—Sí, lo soy. —Me siento por fin.
—Me alegra eso. —Lo miro ceñudo—. Ah, la diosa guerrera merece que la amen. —Mueve la mano para dejarla en el costado de su boca y se inclina—. No como otras —susurra con la vista fija en
La palma de mi mano escuece en cuanto la apoyo en la rugosidad del tronco del abeto a mi lado. Aprieto los dientes. Sacudo la cabeza cuando la idea de regenerarme de una vez pasa por mi cabeza. El lobo blanco se detiene a cinco pasos de mí y ladea la cabeza con curiosidad. Apoyo el dedo índice entre mis labios, pidiéndole que haga silencio. Se queda quieto, sin mover siquiera los bigotes de su hocico.Aguzo el oído y me concentro en la variedad de sonidos que suelta el bosque hasta dar con la que no pertenece a él.Snær se tensa.Son pasos desiguales.Ambos dejamos de estar alertas cuando nos percatamos de que es un campesino con un caballo, el cual relincha y pisotea el suelo.Continuamos con nuestra caminata en dirección a la manada de lobos que está cerca del camino que atraviesa la cordillera. Montaron su guarida en tres cuevas no tan hondas que les permite estar cerca de un grupo abundante
El silencio se acrecienta.Siento cómo los latidos de mi corazón son lo único que captan mis tímpanos.—¿Cómo podremos ayudarte? —inquiere finalmente.Exhalo.El Monte de los condenados es casi impenetrable, solo los dioses pueden entrar a él. Ni siquiera las sombras tienen el derecho de volverse vivas cuando están allí; permanecen quietas, inamovibles, sin personalidad, sin vida. Aquel que sea lanzado a ese monte se verá opacado por una soledad sobrecogedora. Es el lugar ideal para los pérfidos y los abyectos. Una vez logré estar allí y no pude mantenerme en pie por mucho tiempo. Sentía que mis penas y culpas se disolvían sobre mis hombros, haciéndolos pesados. Aunque puede verse como un sitio espléndido por sus largos mares verdes y largos cielos azulados, el remordimiento reina y se esparce en quienes lo visitan. Y
«Esta podredumbre que se siente en el ambiente es digna de temer», es lo primero que pienso cuando nos detenemos en el camino que conduce a la parte trasera de la ciudadela, donde los muros son más bajos.Breogán parece sentir el hedor también, porque hace una mueca.—Algo está mal, de manera que…Se ve interrumpido por un graznido que parece más bien un chillido.Munin aterriza en mi hombro y vuelve a graznar con fuerza. Mueve su cabeza hasta que roza la punta de su pico con mi nariz. La pequeña pupila se dilata cuando se posa en mis ojos. Grazna de nuevo. Mi mirada se dispara hacia Breogán, que entiende al instante qué ocurre. Entendemos con más ahínco por qué hay este purulento aroma al fijar la vista en lo alto de los muros. Trago una buena cantidad de saliva y me pongo rígida. Los largos cabellos de las cabezas oscilan con el viento. Las mand&
Aunque estoy mareada y confundida, logro empujarlo con todas mis fuerzas. Breogán oye la reyerta y no tarda en acercarse con el rostro preocupado. Me ponga a horcajadas sobre su abdomen y presiono su pecho contra el suelo. Entretanto, aprieto mi antebrazo derecho contra su cuello para mantenerlo más quieto. Sus ojos desorbitados se fijan en mi cuello, donde la yugular palpita confundida.—¡Hay que alimentarlo ahora!—¡En eso estoy! —Desenrosca la tapa de la botella que contiene la sangre de Oliver—. Incorpóralo.Cassius se interesa en él, así que aprovecho para girarnos y levantarlo de un modo que no me explico. Apreso su cuello de nuevo con el mismo antebrazo, de esta manera hago palanca, y enrosco mis piernas en su cintura. Breogán le acerca la boca de la botella. Él no duda en pegarse a ella y beber ese líquido carmesí. Dejo de ejercer presión a medida qu
Apoyo todo mi peso en el muro frontal que divide las cosechas de frutas con las de vegetales. Exhalo con pesadez y me encorvo. Mi mano no tarda en tantear el muro para también apoyarse en él. Pestañeo una, dos, treces veces más para recomponerme y fingir que estoy bien.Le sacudo la cabeza a Breogán, que se acerca con una mueca intranquila.—Estoy bien —le susurro.—Estás más blanca que el mismo blanco.Asiento y enderezo la cabeza. El sol me ciega por un tiempo indefinido, el cual aprovecho para calmar el dolor incesante en mi cráneo, donde seguro mi cerebro se remueve inquieto. Absorbo una bocanada de aire y cierro los ojos con fuerza. El mundo me da vueltas. Mi estómago, que no está preparado para la situación, se retuerce y gira en su posición. Me reclino y expulso ese efluvio cargado de vómito que él expulsó después de dar la quinta vuelta. Me presiono el abdomen y toso, escupiendo lo último que queda de vómito.Breogán palmea mi espalda y suspira.—Yo… —Resuello, sacudo la cabez
Me despierto agitada, con la mano en el abdomen y la nariz bañada en sudor. Me incorporo sin apartar la mano de mi vientre y dejo caer la mirada en ella. Mi palma se aprieta con fuerza, como si quisiera proteger algo detrás de ella. Ingiero saliva, respiro profundo y alejo la mano sin dejar de mirarla. Sacudo la cabeza. «Son preocupaciones que no vienen al caso», me digo con los labios apretados.Intento recordar el sueño o la pesadilla, pero es en vano.Me recompongo alzando los hombros y moviendo la cabeza a los lados.—Eres la reina de las pesadillas. —La miro en el umbral de la puerta—. Desde que te conozco siempre las has tenido, no importa la ocasión o el instante. —Se acerca con una bandeja, donde reposa una tetera y una taza—. ¿Ya cómo te sientes?—Bien —contesto a secas.Asiente y deja la bandeja en la mesa de noche a mi lado.—¿Nada de mareos o vómito? —Me escruta con una larga mirada. Sus ojos de repente caen en mi vientre y se fruncen—. ¿Tienes cólicos estomacales?Presion
Las rocas saltan cuando las ruedas pasan sobre ellas. Con los labios apretados, jugueteo con mis dedos. Observo a la mujer frente a mí con la cabeza cubierta con una tela gruesa y vieja. Cabizbaja, me muevo un poco y enfoco mi vista en el largo camino de tierra. Los árboles le dan la bienvenida a un inmenso bosque, los caballos resoplan y el hombre que los guía está sumido en sus pensamientos. Regreso la mirada a mis pálidas manos con algunas manchas casi naranjas. Arrugo las cejas. ¿De verdad no soy capaz de recordar quién soy? Si no fuera por estas personas condescendientes y bondadosas, en este instante seguiría en medio de la nada a duras penas cubriéndome con los brazos y estando enlodada sin saber qué hacer o cómo sobrevivir. Me arrastré hasta llegar a un sendero bordeado de largos arbustos y descansé mi maltrecho cuerpo contra un tronco caído. Como no pude levantarme para huir, pues pensé que eran malhechores, dejé que me levant
La carreta se detiene y con ella se disipan mis pensamientos. Joanne sujeta mi mano y me i***a a bajarme. Una casucha con vallas de madera recién puestas me saluda a unos cuantos pasos. Amarrados en un pequeño establo, hay unos caballos, fuerte y vigorosos, que pastan. Al otro lado, entre más madera, hay unos cerdos. Nos acercamos a la vivienda; su fachada, decaída y vieja, no amilana mi deseo de ver su interior. Marcus abre la verja y nos invita a pasar. Se pasa los dedos por su barba y se quita el sombrero. Es alto y de complexión fuerte. De joven tuvo que ser un casanova. Se peina las hebras largas y blancas de su cabello antes de fingir no ser vanidoso con un gesto desdeñoso. Joanne me invita a pasar. Lo primero que hago es cuadrar los hombros por si sus hijos los esperan, pero solo veo unos pocos muebles muy cerca de una cocina y una cama en una esquina. Hay una puerta cerrada al lado de esta. Un estante lleno de libros se empotra a unos centímetros de u