Capítulo XL

Las hortensias no parecen querer sucumbir al frío invernal, antes se aferran a la tierra donde hace poco fueron trasplantadas. Las observo con los labios apretados en un fina línea. Estoy melancolico. Las lágrimas no hacen parte de esa melancolía. Se me secaron cuando la producción llegó a su fin. Me encantaría llorar, pero no lo logro. Lo único que puedo hacer es sentarme a su lado y agarrar una gran porción de tierra para espolvorearla sobre sus flores.

Sé que Joanne le dijo a Marcus que prefería obtener flores de su parte en vida que después de muerta. ¿Y Alina y yo? ¿Qué podríamos darle? Sus flores favoritas. No sabíamos qué más podríamos darle a su tumba para verla bella, ni siquiera se nos pasó por la mente hacer una lápida, solo una cruz con una corona de pequeñas flores silvestres.

Mi corazón se remueve y mi pecho se comprime. Allí está el ardor usual tras los párpados y la nariz, pero no hay lágrimas a su paso. Carraspeo y me hago un ovillo. La gelidez mañan

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