Capítulo XLVIII

«—La espada ahora también hace parte de ti, Oliver. —La invoca con la mirada férrea y me la extiende—. Puedes utilizarla cuando lo desees.

Titubeo, pero a lo último la agarro.

Mi brazo se resiente por su peso y mi hombro se queja. Reprimo el quejido y la alzo con fuerza. La hoja negra resplandece por los rayos del sol que se filtran entre los árboles. La empuñadura se amolda a mi mano y parece aligerar su peso, ya que mis dedos dejan de estar blancos por la presión que ejerzo para no soltarla. La cadena en su extremo tintina cuando la muevo. La hoja, cuando hace contacto con el aire, hace un sonido peculiar. Me emociono.

Observo a Eli con los ojos brillantes.

Me sonríe con orgullo.

—Ahora debes acostumbrarte a ella y ella a ti. —Se cruza de brazos y señala con la barbilla el tronco que cortó ayer—. Prueba su filo en él.

Levanto la

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