Los habitantes me ven sobre el hombro, escupen al suelo o hacen muecas. Ingiero saliva y hago lo posible para ignorarlos. Paso al lado de los puestos que venden herramientas de cultivo. El mercader me observa con los labios despegados, mostrándome una mueca de hastío. Me detengo en medio del mercado y miro mi alrededor. Todos me contemplan con odio, lástima y rencor. Me estremezco. Siento cómo mis vellos desean salirse de sus poros y huir lejos de aquí. Esas miradas… ¿Por qué me miran así?
Me tropiezo con el hombro de alguien más. El quejido me hace volver en sí. Me vuelvo y miro a la mujer extendida en el barro vestido por la nieve. Ella masculla algo, se incorpora y recoge su canasta, de la que salieron volando algunas frutas. Me arrodillo a su lado a punto de ayudarla, pero cuando me ve se echa hacia atrás y contiene un grito. Sus ojos azules se oscurecen y enrojecen con ira. Mi mano se que
—¿Duele? —le inquiere preocupada mientras pasa una gasa húmeda con yodo por su mano.—No —contesta sin hacer ninguna mueca.Desvío la mirada y la poso en mis manos juntas; muevo los pulgares para hacer retroceder el temblor.Me paralicé, no pude por lo menos mover los pies en un impulso no pensado para protegerla o estar a su lado. Me siento decepcionado conmigo mismo. Aunque ella me afirmó que todo estará bien, el remordimiento se agolpó en mi estómago y ahora trepa por mi garganta.La desazón al contemplar cómo me veían, como si tuviera una enfermedad muy contagiosa, me dejó estático y congestionado con pensamientos pesimistas que no quisieron soltarme hasta que ella intervino. Solo fui al pueblo y pasé al mercado para buscar a Marcus, y sucedió eso. ¿Cómo pueden aferrarse a ese sufrimiento silencioso a cambio de
—¿Por qué las sombras no la protegieron?—Sin sus órdenes son solo eso, sombras —contesta concentrada suturando el corte en mi antebrazo—. No podrán ayudarla o hacer algo por ella sin una orden previa.Hago una mueca cuando la aguja atraviesa mi piel.—Yo… —titubeo— hice un trato con ellas.Detiene la aguja a unos milímetros de mi carne y alza la cabeza para observarme.—¿Un trato? ¿Qué tipo de trato? —Muevo la mandíbula y desvío la mirada—. ¿Qué tipo de trato? —repite con la voz tensa.Mis ojos caen en Eli, que está acostada en nuestra cama. Está cubierta por las cobijas de pieles en su frente yace una compresa fría. Sus labios se mueven y su cabeza se mueve casi sin ser percibida. Habla entre sueños. Verla así me aflige y me da rabia, ya que no llegu&
Breogán atraviesa la puerta y deja caer su peso en la silla de la mesa nueva que dispuse para que todos se sienten a comer sin incomodarse. Estira las puntas de su bigote mientras mastica la boquilla de su pipa. Marcus sigue dormido a los pies de nuestra cama y Brunilda está igual en su cama. Le sirvo una taza de té al viejo y me acerco para dársela. —Gracias, muchacho. —Deja de masticar la pipa, que deja al lado del platito de la taza, sopla el vaho y le da un sorbo largo—. Ah, justo lo que necesito para calentarme. —No hay de qué. Se estira, apoya ahora todo su peso en el espaldar de la silla y se mece. —Eres su pareja, ¿no es así? Entumezco con la mano en el espaldar de mi silla. Estaba a punto de sentarme. —Sí, lo soy. —Me siento por fin. —Me alegra eso. —Lo miro ceñudo—. Ah, la diosa guerrera merece que la amen. —Mueve la mano para dejarla en el costado de su boca y se inclina—. No como otras —susurra con la vista fija en
La palma de mi mano escuece en cuanto la apoyo en la rugosidad del tronco del abeto a mi lado. Aprieto los dientes. Sacudo la cabeza cuando la idea de regenerarme de una vez pasa por mi cabeza. El lobo blanco se detiene a cinco pasos de mí y ladea la cabeza con curiosidad. Apoyo el dedo índice entre mis labios, pidiéndole que haga silencio. Se queda quieto, sin mover siquiera los bigotes de su hocico.Aguzo el oído y me concentro en la variedad de sonidos que suelta el bosque hasta dar con la que no pertenece a él.Snær se tensa.Son pasos desiguales.Ambos dejamos de estar alertas cuando nos percatamos de que es un campesino con un caballo, el cual relincha y pisotea el suelo.Continuamos con nuestra caminata en dirección a la manada de lobos que está cerca del camino que atraviesa la cordillera. Montaron su guarida en tres cuevas no tan hondas que les permite estar cerca de un grupo abundante
El silencio se acrecienta.Siento cómo los latidos de mi corazón son lo único que captan mis tímpanos.—¿Cómo podremos ayudarte? —inquiere finalmente.Exhalo.El Monte de los condenados es casi impenetrable, solo los dioses pueden entrar a él. Ni siquiera las sombras tienen el derecho de volverse vivas cuando están allí; permanecen quietas, inamovibles, sin personalidad, sin vida. Aquel que sea lanzado a ese monte se verá opacado por una soledad sobrecogedora. Es el lugar ideal para los pérfidos y los abyectos. Una vez logré estar allí y no pude mantenerme en pie por mucho tiempo. Sentía que mis penas y culpas se disolvían sobre mis hombros, haciéndolos pesados. Aunque puede verse como un sitio espléndido por sus largos mares verdes y largos cielos azulados, el remordimiento reina y se esparce en quienes lo visitan. Y
«Esta podredumbre que se siente en el ambiente es digna de temer», es lo primero que pienso cuando nos detenemos en el camino que conduce a la parte trasera de la ciudadela, donde los muros son más bajos.Breogán parece sentir el hedor también, porque hace una mueca.—Algo está mal, de manera que…Se ve interrumpido por un graznido que parece más bien un chillido.Munin aterriza en mi hombro y vuelve a graznar con fuerza. Mueve su cabeza hasta que roza la punta de su pico con mi nariz. La pequeña pupila se dilata cuando se posa en mis ojos. Grazna de nuevo. Mi mirada se dispara hacia Breogán, que entiende al instante qué ocurre. Entendemos con más ahínco por qué hay este purulento aroma al fijar la vista en lo alto de los muros. Trago una buena cantidad de saliva y me pongo rígida. Los largos cabellos de las cabezas oscilan con el viento. Las mand&
Aunque estoy mareada y confundida, logro empujarlo con todas mis fuerzas. Breogán oye la reyerta y no tarda en acercarse con el rostro preocupado. Me ponga a horcajadas sobre su abdomen y presiono su pecho contra el suelo. Entretanto, aprieto mi antebrazo derecho contra su cuello para mantenerlo más quieto. Sus ojos desorbitados se fijan en mi cuello, donde la yugular palpita confundida.—¡Hay que alimentarlo ahora!—¡En eso estoy! —Desenrosca la tapa de la botella que contiene la sangre de Oliver—. Incorpóralo.Cassius se interesa en él, así que aprovecho para girarnos y levantarlo de un modo que no me explico. Apreso su cuello de nuevo con el mismo antebrazo, de esta manera hago palanca, y enrosco mis piernas en su cintura. Breogán le acerca la boca de la botella. Él no duda en pegarse a ella y beber ese líquido carmesí. Dejo de ejercer presión a medida qu
Apoyo todo mi peso en el muro frontal que divide las cosechas de frutas con las de vegetales. Exhalo con pesadez y me encorvo. Mi mano no tarda en tantear el muro para también apoyarse en él. Pestañeo una, dos, treces veces más para recomponerme y fingir que estoy bien.Le sacudo la cabeza a Breogán, que se acerca con una mueca intranquila.—Estoy bien —le susurro.—Estás más blanca que el mismo blanco.Asiento y enderezo la cabeza. El sol me ciega por un tiempo indefinido, el cual aprovecho para calmar el dolor incesante en mi cráneo, donde seguro mi cerebro se remueve inquieto. Absorbo una bocanada de aire y cierro los ojos con fuerza. El mundo me da vueltas. Mi estómago, que no está preparado para la situación, se retuerce y gira en su posición. Me reclino y expulso ese efluvio cargado de vómito que él expulsó después de dar la quinta vuelta. Me presiono el abdomen y toso, escupiendo lo último que queda de vómito.Breogán palmea mi espalda y suspira.—Yo… —Resuello, sacudo la cabez