Su agarre en mi cuello es muy fuerte, no logro deshacerlo. Siento cómo el paso del aire a mis pulmones se cierra y cómo mi boca se seca. Pataleo y le araño los antebrazos, incluso a veces levanto el brazo para pegarle con el codo en la cara, pero nada. Mis ojos, sin quererlo, empiezan a entornarse. Sin embargo, me aferro a mi fuerza de voluntad y le sostengo la mirada. Me sonríe con triunfo, arrogancia, satisfacción… Sus ojos carmesís están fijos en los míos, midiendo mis reacciones. Alzo la pierna y lo golpeo en el abdomen, pero tampoco surte efecto.
Mi fuerza, resistencia y voluntad menguan por segunda vez.
Mis uñas rasguñan su piel y las puntas de mis dedos se hunden en su carne. Me aferro a él aunque sé que no me soltará. Es un reflejo que no puedo ignorar, es puro instinto.
¿Cómo fui capaz de caer en su artimaña? Incluso engañó
Las artes de lucha empezaron a atraerme cuando conocí varias culturas y no dudé un segundo en aprenderlas. Todo lo que veía arriesgado e impetuoso debía aprenderlo. Luego llegaron las armas de fuego. También aprendí a usarlas. Todo lo que sirva para una batalla, una guerra, lo aprendí, incluso las estrategias. Devoré miles de libros al respecto. Y ahora siento que todo el aprendizaje que obtuve no sirve de nada. Ver lo que sucede frente a mí y no poder resolverlo me llena de frustración. Saber, asimismo, que me quitaron casi todas mis facultades me encadena más en la nada.«Espera, ¿por qué me ahogo en ese vaso de agua?».Hundo el ceño.Estoy sentada en el porche. La nieve cae sobre mi cabeza y hombros, acumulándose allí. No siento su gelidez ni el del ambiente. Me siento vacía. Quizás ese sueño me afectó.
Muevo el cerrojo del rifle y me quedo quieta. Es un animal hermoso, pero necesitamos alimentar a los ciudadanos que no tengan los recursos para comprar alimentos o las tierras para sembrar. Fijo la mira y exhalo despacio. El gamo mueve sus orejas y busca con su hocico entre la nieve para dar con el pasto que aún crece debajo de ella. Dejo de respirar, apunto y aprieto el gatillo. El gamo cae de medio lado. Me levanto y acomodo el rifle en mi hombro, no sin antes atar bien la correa cruzada en mi pecho. Me acerco al animal, que mueve la cabeza con desconcierto. Inspiro profundo. Si no tuviera que hacerme cargo de esto, no lo mataría. Desenvaino el cuchillo de caza que me prestó Oliver y me arrodillo a su lado. Mi mano tiembla un poco cuando empuño el cuchillo y lo acerco a su cuello. Cierro los ojos y giro la cabeza.«Ya está hecho. Respira profundo».Tendré que bañarme para quitarme esta sensación agri
Los habitantes me ven sobre el hombro, escupen al suelo o hacen muecas. Ingiero saliva y hago lo posible para ignorarlos. Paso al lado de los puestos que venden herramientas de cultivo. El mercader me observa con los labios despegados, mostrándome una mueca de hastío. Me detengo en medio del mercado y miro mi alrededor. Todos me contemplan con odio, lástima y rencor. Me estremezco. Siento cómo mis vellos desean salirse de sus poros y huir lejos de aquí. Esas miradas… ¿Por qué me miran así?Me tropiezo con el hombro de alguien más. El quejido me hace volver en sí. Me vuelvo y miro a la mujer extendida en el barro vestido por la nieve. Ella masculla algo, se incorpora y recoge su canasta, de la que salieron volando algunas frutas. Me arrodillo a su lado a punto de ayudarla, pero cuando me ve se echa hacia atrás y contiene un grito. Sus ojos azules se oscurecen y enrojecen con ira. Mi mano se que
—¿Duele? —le inquiere preocupada mientras pasa una gasa húmeda con yodo por su mano.—No —contesta sin hacer ninguna mueca.Desvío la mirada y la poso en mis manos juntas; muevo los pulgares para hacer retroceder el temblor.Me paralicé, no pude por lo menos mover los pies en un impulso no pensado para protegerla o estar a su lado. Me siento decepcionado conmigo mismo. Aunque ella me afirmó que todo estará bien, el remordimiento se agolpó en mi estómago y ahora trepa por mi garganta.La desazón al contemplar cómo me veían, como si tuviera una enfermedad muy contagiosa, me dejó estático y congestionado con pensamientos pesimistas que no quisieron soltarme hasta que ella intervino. Solo fui al pueblo y pasé al mercado para buscar a Marcus, y sucedió eso. ¿Cómo pueden aferrarse a ese sufrimiento silencioso a cambio de
—¿Por qué las sombras no la protegieron?—Sin sus órdenes son solo eso, sombras —contesta concentrada suturando el corte en mi antebrazo—. No podrán ayudarla o hacer algo por ella sin una orden previa.Hago una mueca cuando la aguja atraviesa mi piel.—Yo… —titubeo— hice un trato con ellas.Detiene la aguja a unos milímetros de mi carne y alza la cabeza para observarme.—¿Un trato? ¿Qué tipo de trato? —Muevo la mandíbula y desvío la mirada—. ¿Qué tipo de trato? —repite con la voz tensa.Mis ojos caen en Eli, que está acostada en nuestra cama. Está cubierta por las cobijas de pieles en su frente yace una compresa fría. Sus labios se mueven y su cabeza se mueve casi sin ser percibida. Habla entre sueños. Verla así me aflige y me da rabia, ya que no llegu&
Breogán atraviesa la puerta y deja caer su peso en la silla de la mesa nueva que dispuse para que todos se sienten a comer sin incomodarse. Estira las puntas de su bigote mientras mastica la boquilla de su pipa. Marcus sigue dormido a los pies de nuestra cama y Brunilda está igual en su cama. Le sirvo una taza de té al viejo y me acerco para dársela. —Gracias, muchacho. —Deja de masticar la pipa, que deja al lado del platito de la taza, sopla el vaho y le da un sorbo largo—. Ah, justo lo que necesito para calentarme. —No hay de qué. Se estira, apoya ahora todo su peso en el espaldar de la silla y se mece. —Eres su pareja, ¿no es así? Entumezco con la mano en el espaldar de mi silla. Estaba a punto de sentarme. —Sí, lo soy. —Me siento por fin. —Me alegra eso. —Lo miro ceñudo—. Ah, la diosa guerrera merece que la amen. —Mueve la mano para dejarla en el costado de su boca y se inclina—. No como otras —susurra con la vista fija en
La palma de mi mano escuece en cuanto la apoyo en la rugosidad del tronco del abeto a mi lado. Aprieto los dientes. Sacudo la cabeza cuando la idea de regenerarme de una vez pasa por mi cabeza. El lobo blanco se detiene a cinco pasos de mí y ladea la cabeza con curiosidad. Apoyo el dedo índice entre mis labios, pidiéndole que haga silencio. Se queda quieto, sin mover siquiera los bigotes de su hocico.Aguzo el oído y me concentro en la variedad de sonidos que suelta el bosque hasta dar con la que no pertenece a él.Snær se tensa.Son pasos desiguales.Ambos dejamos de estar alertas cuando nos percatamos de que es un campesino con un caballo, el cual relincha y pisotea el suelo.Continuamos con nuestra caminata en dirección a la manada de lobos que está cerca del camino que atraviesa la cordillera. Montaron su guarida en tres cuevas no tan hondas que les permite estar cerca de un grupo abundante
El silencio se acrecienta.Siento cómo los latidos de mi corazón son lo único que captan mis tímpanos.—¿Cómo podremos ayudarte? —inquiere finalmente.Exhalo.El Monte de los condenados es casi impenetrable, solo los dioses pueden entrar a él. Ni siquiera las sombras tienen el derecho de volverse vivas cuando están allí; permanecen quietas, inamovibles, sin personalidad, sin vida. Aquel que sea lanzado a ese monte se verá opacado por una soledad sobrecogedora. Es el lugar ideal para los pérfidos y los abyectos. Una vez logré estar allí y no pude mantenerme en pie por mucho tiempo. Sentía que mis penas y culpas se disolvían sobre mis hombros, haciéndolos pesados. Aunque puede verse como un sitio espléndido por sus largos mares verdes y largos cielos azulados, el remordimiento reina y se esparce en quienes lo visitan. Y