—La puta del pueblo y el caramelito.
No me pasa desapercibido cómo se lame los labios cuando me mira.
Alina se pone hosca al instante.
Victoria, la belleza plástica entre los suyos, la que tanto veneran por ese encanto, pero para mí, como para muchos, es más ignorada que la cucaracha fuera de la casa. No le veo nada de atractiva. Su cabello rojo fuego está recogido en un rodete con una trenza en su inicio, sus ojos rojizos están difuminados con un gris oscuro en los párpados y sus labios, que sobresalen más de lo natural, están pintados de un rojo pasión, casi como su pelo. Es más alta que Alina, pero no más que Eli. Si las ponemos una al lado de la otra, la diferencia es grata. No es delgada con corte atlético como Eli, es curvilínea, con la grasa en los lugares adecuados. No, mi Eli no es tan delgada, tiene músculos y también curvas descaradas
«—La espada ahora también hace parte de ti, Oliver. —La invoca con la mirada férrea y me la extiende—. Puedes utilizarla cuando lo desees.Titubeo, pero a lo último la agarro.Mi brazo se resiente por su peso y mi hombro se queja. Reprimo el quejido y la alzo con fuerza. La hoja negra resplandece por los rayos del sol que se filtran entre los árboles. La empuñadura se amolda a mi mano y parece aligerar su peso, ya que mis dedos dejan de estar blancos por la presión que ejerzo para no soltarla. La cadena en su extremo tintina cuando la muevo. La hoja, cuando hace contacto con el aire, hace un sonido peculiar. Me emociono.Observo a Eli con los ojos brillantes.Me sonríe con orgullo.—Ahora debes acostumbrarte a ella y ella a ti. —Se cruza de brazos y señala con la barbilla el tronco que cortó ayer—. Prueba su filo en él.Levanto la
—Alina, ¿estás bien? —le pregunto cuando estoy frente a ella. No tardo en agarrarla de los brazos e inspeccionarla con los ojos—. ¿Dónde está Oliver? —Lo busco detrás de ella. Arrugo la nariz al no verlo ni siquiera a la distancia—. ¿Qué sucedió? —le cuestiono con ansiedad.—Oh, Eli… —Posa sus manos en mis hombros y me aparta de ella mientras sacude—. Oliver… Oh, lo siento.Me alejo más de ella y la observo ceñuda.—¿Qué pasó con Oliver?Desvía la mirada y suspira.—Eli, será difícil para ti procesarlo. —Se muerde el labio.En ningún momento me mira a los ojos. ¿Por qué? A ella le encanta mirarlos sin importar lo que ocurre.Entrecierro los ojos y la intimido con ellos hasta que levanta los suyos. Los contemplo d
Esto es inconcebible.Entonces las siento, calientes, desoladas, cayendo por mis mejillas.Su sabor llega a mis labios cerrados fuertemente y prevalece allí, distante, acongojado.Me aparto de Alina, que intentaba retenerme, me acerco y me arrodillo a su lado. Mi mano, titubeante, se acerca a la suya. Mis dedos se deslizan por su dorso y tiemblan por su frialdad.Mi garganta se aprieta, mi pecho se comprime, mi nariz pica y mis ojos arden.Nuevas lágrimas son desbordadas sin siquiera quererlo.Me encorvo, lo agarro de los hombros y lo acomodo en mi regazo. Esta vez mis dedos se hunden en su cabello, ese rubio sucio del que tanto me burlé, y juguetean con sus mechones. Una lágrima cae en su mejilla, pálida y fría. Mi mirada se nubla cuando se detiene en sus ojos, que están abiertos y fijos en algún lado del cielo. Ese verde pasto ahora está apagado, sin brillo, sin esa vivacidad d
El bosque parece consumirme a medida que me sumerjo en él. La luz del sol no se filtra por el follaje de los árboles, por lo que mi entorno está sumido en las sombras. Mis pasos se oyen y mi presencia se siente con facilidad. Los animales que hibernan seguro me oyen, así como les que pastan por ahí. Los lobos sin duda alguna ya debieron oírme y huido para refugiarse con su manada. Debo encontrar su guarida y conocerlos. Quizá Snær me ayude a socializar con ellos. Los animales desconocen de los dioses. Aunque yo sea una diosa, los lobos no se inclinarán ante mí o no harán lo que les ordene en cuanto los vea, y esa tampoco es la idea. Ellos deben conocerme, saber quién soy de antemano sin importar mi procedencia. Agradezco no enaltecerme por ser una deidad. Es más, todo el protocolo referente a nosotros, pese a que me duele decir «nosotros», me parece absurdo. A algunos les permito re
La mujer mira por la ventana sentada en nuestra cama. Su cabello castaño rojizo está echado a un lado. Entre sus manos aprieta la taza de té con hierbas medicinales que le preparé. Aún humea. Viste una camisa de mangas largas que le presté. Sus piernas están cubiertas por una cobija de lana azulada y su espalda está recta, sin apoyarse en la pared. Desde aquí puedo ver la cicatriz que parte su ojo derecho a la mitad, la cual se extiende de su frente hasta el costado de su mandíbula. Debió doler. Ella no me habla, permanece en silencio, como si sopesara por qué está aquí. No la juzgo, yo estaría igual.Contengo el aliento y me levanto para atizar el fuego.Si no hubiera sido porque una sombra me advirtió de su llegada, la hubiera atacado sin contemplación. No sé qué es lo que planea Eli, pero de seguro involucra a esta extraña. Resp
Su agarre en mi cuello es muy fuerte, no logro deshacerlo. Siento cómo el paso del aire a mis pulmones se cierra y cómo mi boca se seca. Pataleo y le araño los antebrazos, incluso a veces levanto el brazo para pegarle con el codo en la cara, pero nada. Mis ojos, sin quererlo, empiezan a entornarse. Sin embargo, me aferro a mi fuerza de voluntad y le sostengo la mirada. Me sonríe con triunfo, arrogancia, satisfacción… Sus ojos carmesís están fijos en los míos, midiendo mis reacciones. Alzo la pierna y lo golpeo en el abdomen, pero tampoco surte efecto.Mi fuerza, resistencia y voluntad menguan por segunda vez.Mis uñas rasguñan su piel y las puntas de mis dedos se hunden en su carne. Me aferro a él aunque sé que no me soltará. Es un reflejo que no puedo ignorar, es puro instinto.¿Cómo fui capaz de caer en su artimaña? Incluso engañó
Las artes de lucha empezaron a atraerme cuando conocí varias culturas y no dudé un segundo en aprenderlas. Todo lo que veía arriesgado e impetuoso debía aprenderlo. Luego llegaron las armas de fuego. También aprendí a usarlas. Todo lo que sirva para una batalla, una guerra, lo aprendí, incluso las estrategias. Devoré miles de libros al respecto. Y ahora siento que todo el aprendizaje que obtuve no sirve de nada. Ver lo que sucede frente a mí y no poder resolverlo me llena de frustración. Saber, asimismo, que me quitaron casi todas mis facultades me encadena más en la nada.«Espera, ¿por qué me ahogo en ese vaso de agua?».Hundo el ceño.Estoy sentada en el porche. La nieve cae sobre mi cabeza y hombros, acumulándose allí. No siento su gelidez ni el del ambiente. Me siento vacía. Quizás ese sueño me afectó.
Muevo el cerrojo del rifle y me quedo quieta. Es un animal hermoso, pero necesitamos alimentar a los ciudadanos que no tengan los recursos para comprar alimentos o las tierras para sembrar. Fijo la mira y exhalo despacio. El gamo mueve sus orejas y busca con su hocico entre la nieve para dar con el pasto que aún crece debajo de ella. Dejo de respirar, apunto y aprieto el gatillo. El gamo cae de medio lado. Me levanto y acomodo el rifle en mi hombro, no sin antes atar bien la correa cruzada en mi pecho. Me acerco al animal, que mueve la cabeza con desconcierto. Inspiro profundo. Si no tuviera que hacerme cargo de esto, no lo mataría. Desenvaino el cuchillo de caza que me prestó Oliver y me arrodillo a su lado. Mi mano tiembla un poco cuando empuño el cuchillo y lo acerco a su cuello. Cierro los ojos y giro la cabeza.«Ya está hecho. Respira profundo».Tendré que bañarme para quitarme esta sensación agri