Capítulo XLV

«A veces las palabras dulces son las más ácidas», decía mi padre cada vez que golpeaba mis tobillos con la espada de madera o cada vez que me derribaba con todo su peso sobre mí. No sé por qué lo recuerdo ahora. ¿Acaso sucederá algo?

Meneo la cabeza y me levanto.

Enrollo la bufanda alrededor de mi cuello y la acomodo mejor sobre mis hombros. La gelidez del invierno se aseveró hace unos días y parece querer permanecer hasta marzo, si es que mi pronóstico no está mal. Me acerco al fuego y me dispongo a lanzar unas ramas más. Observo cómo las llamas las consumen, embelesada. Contengo el aliento y cierro los ojos. El frío cala en mis pulmones y me da la sensación helada que desea mi corazón para calmarse.

Más allá de los abetos, cruzando un camino de tierra humillado por la nieve, están los altos muros de la ciudadela. Estoy lo suficientemente apartada como para encender una fogata y avizorar desde la distancia. Al principio mis pensamientos se rehusaron al conte

Annie Löwe

¡Hola, hola! Lamento tardarme muchísimo en actualizar. :c Haré lo posible para no desaparecerme de nuevo, lo prometo.

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