Me deja en el porche de mi cabaña con cuidado y se apresura a atar el caballo en la columna de madera que sostiene parte del techo. Ahora sí puedo apretar mi mano contra mi pecho para aliviar el ardor en mis dedos desprovistos de uñas. El dolor se extiende hasta mi codo y muere allí. No insiste, se disuelve con el pasar de los segundos, pero deja un leve escozor.
Observo la nieve para ignorar la ansiedad, que me apuñala cuando pienso en ella.
—Me alegra que resistieras —corta el silencio con la voz apagada.
Elevo la cabeza y lo miro.
Su expresión es seria, pero por sus labios, por la leve inclinación hacia abajo en ellos, sé que le mortifica lo que el verdugo hizo conmigo. Me asombro, pues es la primera vez que veo en su rostro ese tipo de emoción; viva y rugiente desolación.
—Vaya, tienes emociones humanas —me regodeo.
Aparta la mirada y se toquete
—¿Acaso la muerte quiere llevársela? —No, Oliver, no me refiero a salvarle la vida. Tampoco te explicaré con exactitud a qué me refiero con salvarla. El tiempo te lo dirá cuando sepa que estás predispuesto a entenderlo. Tiemblo con fuerza. Si estuviera en el pico de una montaña, estoy seguro de que esta gran bestia la rebasaría con facilidad. Los picos de los abetos se agitan cuando exhala y la tierra retumba cuando se acomoda mejor en sus patas traseras, que consumen hectáreas de bosque, aunque parece que se funde con la naturaleza, como si fuera su sombra. Si no supiera que es él quien genera las réplicas, con gusto echaría a correr hacia un descampado por un supuesto terremoto. Las aves, temerosas y agitades, salen de sus nidos y se pierden en la lejanía. Apoyado en una fuerte pata que podría ser del tamaño de la Torre Eiffel, el lobo blanco a duras penas destaca. —Por favor, dígame cómo la salvo. La ventisca que pr
Atravieso al quinto chupasangre con la respiración acompasada, manteniéndome tranquilo en todo momento. Aunque no sé manejar a la perfección la espada, siento que ella me conduce para hacer movimientos que desconozco. «¡¿Cómo es posible que haya tanto vampiros en el perímetro?! M****a, Cassius». Me arrodillo y corto los talones del sexto vampiro. De nuevo, la hoja se desliza por los ligamentos como estos fueran mantequilla. Snær derriba al séptimo y le muerde el cuello con rabia. Cuando estoy por dar un paso atrás, me paralizo al oír un grito femenino ensordecedor. —¡Alina! —¡Hunde la espada en una sombra, Oliver! —ruge Snær sin dejar de clavar los dientes en el pescuezo de su octava víctima. —¿Qué? —suelto alterado. —¡Haz lo que te dije! Desconfiado, clavo la hoja con fuerza en la sombra que proyecta un abeto viejo. —¿Ahora qué? —Lo miro sobre mi hombro. Tiemblo sin poder evita
Tensa el arco y pone la flecha en la cuerda, que estira con fuerza. Mi mirada vuela hasta el venado a unos metros de nosotros. La melancolía me aflige con solo verlo. Aparto la mirada cuando la flecha se clava en su costado y la dejo caer al suelo adornado de musgo. —¡Y allí está la cena! Lo miro aún con el mentón hundido. —Papá, ¿sufrió? Arruga el entrecejo y baja el arco. —No, Eli, fue una muerte limpia e indolora. —Ladeo la cabeza. «¿Por qué me llama Eli? ¿Ese es mi nombre?»—. ¿Qué? ¿Qué pasa, pequeñuela? —Se arrodilla frente a mí con una sonrisa—. Era un venado adulto, de modo que moriría en cualquier momento. Si yo no lo hubiese matado, nadie habría podido aprovechar su carne. —Sostiene mis manos—. Él ya está reunido con su familia. Trago saliva y me aferro a sus manos. —¿Estás seguro? Sonríe más. —Claro, pequeñuela. —Se inclina para besar mi frente antes de levantarse—. Su muerte no
Sostengo un cuerpo con fuerza. Cuando me fijo en él, me percato de que es Oliver. Aguzo los ojos para contemplarlo mejor y lo aprieto más contra mí. «Mi Oliver. Oh, mi Oliver». Alzo la mirada llorosa para ver a los guerreros correr a mis lados, ignorándome por completo. Alzan hachas y espadas con gritos de furia. Se golpean entre sí y se ladran órdenes. Algunos visten pesadas pieles y otros pesadas armaduras. Todos son vigorosos y altos. Exudan poder. Pestañeo. No escucho nada, solo puedo ver. Mi interés cae de nuevo en el rostro manchado de sangre a la altura de mi pecho. «No, no es mi Oliver. Son iguales, pero sé que no es él». Mis labios se mueven sin desearlo. —Thorfinn —sollozo. Después mis extremidades se mueven solas. No estoy en mi cuerpo, solo me hallo en mi mente. El ruido de metal chocando explota en mis tímpanos a la vez que cargo contra un sujeto de estandarte que no
Entierro las uñas en mi pecho y sollozo con más brío. Después río con fuerza por la ironía de todo esto. Me río hasta que mis pulmones se resienten y sueltan alaridos de presión. Me río hasta que las lágrimas se secan y dan paso a carcajadas potentes que escalan a casi gritos. Me duele admitirlo, pero fue una jugada maestra por parte de los dioses. No solo me obsequiaron una amnesia desequilibrante, también el descendiente de Thorfinn, el hijo del mejor amigo de mi padre y el hombre que me hizo sentir el amor en todo su esplendor. Supieron armar su tablero para hacerme sufrir como es debido, para que mi corazón sangre y se empequeñezca por el suplicio contundente que recibo al saber que nos reunieron para dilatar el sufrimiento que crece con el tiempo en mi cansada alma. Me hago un ovillo con los dedos enterrados entre las hebras de mi cabello. Si me recompensaron con Oliver, significa que me lo arrebatarán tan cruelmente como me arrebataron a Thorfinn, porqu
Cierro los ojos y respiro profundo. Solo dejo que mis oídos capten absolutamente todo. El movimiento de las hojas con la ventisca haría que cualquier se adormeciera, al igual que el vaivén constante del agua en la laguna, que se mueve con suavidad por los peces debajo del hielo de la superficie. Algunas aves nocturnas se mueven en sus nidos o sobrevuelan algunas madrigueras para hallar comida, como los búhos, que están atentos a los roedores que corretean en la hierba alta. Más allá de la pradera se alcanza a oír los gruñidos y ladridos de los perros salvajes, que están lejanos a los lobos, pues cada uno tiene su estructura de vivencia. Si aguzas más los tímpanos, puedes percibir el movimiento de las patas de los grillos, que provocan un sonido estremecedor. Aunque la nieve devora todo a su paso, estos insectos son resistentes. Vete a saber por qué. Si nivelas los latidos de tu corazón hasta hacerlos casi imperceptibles, puedes escuchar a las crías de las ardillas ro
Las hortensias no parecen querer sucumbir al frío invernal, antes se aferran a la tierra donde hace poco fueron trasplantadas. Las observo con los labios apretados en un fina línea. Estoy melancolico. Las lágrimas no hacen parte de esa melancolía. Se me secaron cuando la producción llegó a su fin. Me encantaría llorar, pero no lo logro. Lo único que puedo hacer es sentarme a su lado y agarrar una gran porción de tierra para espolvorearla sobre sus flores. Sé que Joanne le dijo a Marcus que prefería obtener flores de su parte en vida que después de muerta. ¿Y Alina y yo? ¿Qué podríamos darle? Sus flores favoritas. No sabíamos qué más podríamos darle a su tumba para verla bella, ni siquiera se nos pasó por la mente hacer una lápida, solo una cruz con una corona de pequeñas flores silvestres. Mi corazón se remueve y mi pecho se comprime. Allí está el ardor usual tras los párpados y la nariz, pero no hay lágrimas a su paso. Carraspeo y me hago un ovillo. La gelidez mañan
Examino el mapa de la ciudadela concentrado y sin querer desviar mi interés de él. Alina se sienta a mi lado y extiende un pergamino con el mapa de las cloacas, el sitio donde los Abanderados, los rebeldes, se reúnen para conspirar contra la monarquía. Richard no tarda en sentarse frente a nosotros para revisar un viejo cuaderno de tapa gris. Entretanto, Eli y Cassius miran por la ventana el caer de la nieve. Hago una mueca cuando mis dedos sin uñas rozan el filo del mapa y reprimo la necesidad de maldecir por el ardor en la zona. Alina me mira por el rabillo del ojo y arquea una ceja. Subo un hombro. Según me dijo, Eli se encargó del verdugo. Cuando quise saber más, se negó a decirme y decidió cambiar de tema. Tampoco me tomé el atrevimiento de preguntárselo a Eli cuando la vi llegar a mi cabaña con un Marcus ausente, que en este instante está sentado en el porche. —Bien, para entrar a la ciudadela debemos ingresar por el río que hicieron desagüe —comenta Richard mi