Kenzo empezó a negar de manera frenética, con la propia energía que solo el miedo podía tener, el pavor que se apoderó de su cuerpo fue tanto que lo llevó a moverse de una manera tan desquiciada que se derrumbó de lado. De pánico se pintaron sus ojos cuando sintió como el primer hombre lo alzó del suelo, acariciando sus brazos de una manera que provocó que su corazón se encogiera. Empezó con fuerza a balbucear blasfemias y oraciones que eran incapaces de ser comprendidas, todo debajo de aquella cinta gris.
—Oh, ¿qué dices? No puedo escucharte. —Se acercó a él y retiró la cinta de sus labios, de un brusco jalón que arrancó un jadeo del herido muchacho—. Vamos, habla.
—¡Ten misericordia de mí! ¡Jamás he hecho mal a nadie!
Aquellas suplicas causaron un eco dentro del Wood.
<Una sonrisa macabra se marcaba en los labios de Derek a medida que caminaba a paso lento por los sucios pasillos de aquel lugar, los gritos de pánico y dolor de Kenzo se escuchaban retumbar, el eco de estos iban de un lado a otro, como un vaivén sin rumbo especifico. Había caminado, al menos seis habitaciones lejos desde el lugar en donde Kenzo era tomado, pero los gritos del antedicho se podían escuchar de igual forma como los escucharía una persona que estuviese en la habitación continúa a su sala de tortura. La naturaleza de los gritos, era tan horrorizada, que, por un segundo, él se vio tentado a volver a la habitación a ver que era lo que con su cuerpo era llevado a cabo, pero tenía prioridades, así que dominó aquel impulso, ya más adelante podría conocer aquella información.De pronto, Derek frenó en seco, se llevó las manos a la cabeza, como quien se h
—Vamos, ponte de pie —pidió Derek a Adalia, recibiendo como única respuesta una mirada atormentada por el miedo—. No me hagas repetírtelo. —P-pero, Derek, es q-que… mi p-pie… —Cierto, eso —susurró, dejando salir un suspiro, fijó su mirada hacia una pared de la habitación, una pared sucia con lo que parecía ser sangre seca, seca desde hace mucho tiempo, sangre que se había quedado como una huella, o tal vez una advertencia de que lo que había tenido lugar allí no había sido nada bueno—. No importa, siéntate, no es importante que estés de pie. —La sujetó por la cintura, fina como siempre, cada vez más, la sentó sobre la única mesa que había en la habitación y le pareció cómico lo alejados que los pies de ella quedaron del suelo—. Eres tan pequeña —un beso se clavó en los labios de ella, la lengua de Derek rozó con la suya, como siempre, recorriendo el fondo de su garganta, luego abandonó sus labios y fue hacia su cuello, en donde mordió con tantas fuerza qu
Un nudo grueso se concibió en la garganta seca de Adalia, no creyó que hubo lugar para comentar nada al respecto de esas palabras, pues con el miedo que sabía que sus ojos reflejaban, era suficiente para reflejar su condición interna, aunque por su cabeza el impulso de lanzar una queja pasó, rápido y casi de manera incauta como si incluso a pensar por sí misma temiera, decidió no decir nada, no comentar nada ante lo que, como una orden Derek había decretado, incluso bajó su mirada, para que este no fuese capaz de leérsela, aunque suponía que ya lo había hecho.Él, por su lado, sintió un poco de sorpresa, aunque este fue un sentimiento mínimo, casi nulo, su cuerpo se sentía extraño al tenerlo, pues no era mucha la frecuencia con la que Derek solía sorprenderse. Esperó de ella una queja, una objeción, aunque sea, uno de esos frecuent
Por completo ajenos a lo que ocurría en la otra habitación, si habiendo escuchado el disparo, pero pasándolo por alto justo como pasaban por alto cada grito e imploración que se escuchaban resonar en el aire, los torturadores de Kenzo continuaban, siguiendo las órdenes que les habían aplicado, no tener clemencia de su víctima, y, solo era necesario ver los ojos rojos y agónicos de Kenzo para saber que la misión impuesta se estaba llevando a cabo de la mejor manera.El grupo de torturadores se trataban de ocho sujetos, cuyas características físicas eran dignas de ser descritas, para tal vez así, poder crearse un dibujo mental de estos infames.El primero, que era el líder el grupo era un hombre de piel preciosa y morena, color canela apasionante, ojos oscuros, aunque no tanto como lo era su corazón, era el único del grupo que no tenía ningún tatuaje, su
Su rostro se frunció, en él se dibujó una mueca de confusión. Adonis, el infame mayor de aquel grupo de maleantes, elevó su rostro, aunque luego este descendió, dirigiéndose hacia su reloj; habían transcurrido ya, una media hora desde que Derek le había dicho que enseñaría a Adalia a disparar. Recordaba con exactitud las palabras de Derek, le había dicho este que no tardaría más de veinte minutos en regresar, conociendo Adonis, lo detallista y obsesivo que Derek podía llegar a ser con el tiempo, le parecía un tanto extraño que no estuviese a tiempo. Seguro se ha dedicado a hacer otras cosas, supuso, restándole importancia.—Se ha tardado como una hora, ¿no crees que deberías ir a buscarlo? —preguntó Ojo Gris a Adonis.—No —negó el infame—. No son mis asuntos. Si él no ha llegado en
El arma se resbaló de sus dedos, el sonido que causó al impactar contra el sucio suelo de aquel lugar fue uno seco, con un eco horrendo que retumbó dentro de ella, ayudando a que los nervios que apresaban a sus palpitantes extremidades se hicieran todavía más corpulentos.Entre gruñidos Derek llevó su mano izquierda a su hombro derecho y cayó sentado al suelo, su rostro se tiñó de un aterrador color rojo, desde la distancia que los separaba, podía con claridad ver las venas que en su frente se dibujaban, con toda la velocidad que su pierna herida le permitió, intentó colocarse de pie, supo que iba a caer, y aunque, entre susurros escuchaba a la voz de su razón advertirle que intentar caminar no era una buena idea, ignoró por completo aquella voz molesta y lo intentó hacer, intentó ponerse de pie, cayéndose al suelo, aunque viéndolo venir. Pero n
Tenía las manos y los pies atados. Estaba herido desde los pies hasta la cabeza, no había fracción de su cuerpo en donde no residiera bosquejado, como mínimo, un rasguño o una cuchillada ligera: sus labios rotos, por la deshidratación y los golpes, su lengua descalabrada, sangre había saliendo de ella, sus ojos abultados, su nariz quebrada, sus brazos golpeados, de la misma manera su estómago, piernas arañadas por cortes de cuchillos y ni hablar de sus genitales, ¿cómo podría imaginar que su depravación tendría un precio tan elevado? Tan doloroso… tan cruel… tan merecido…Desde la distancia, Kenzo observaba a Adalia hablar con Derek, o, dicho de una forma más precisa, a Derek hablar con Adalia, porque no veía que la boca de la muchacha se abriera en ningún instante, o al menos no lo había visto en el tiempo en que permanecía
¿Cuál es el sentido de acudir a una batalla que se sabe de antemano que se perderá? Era lo único que podía preguntarse Kenzo mientras con una dificultad lamentosa intentaba correr, sus extremidades querían rendirse y entre gritos pedían clemencia, entre gritos clamaban a su dueño que hacia un lado echase el orgullo y que solo se dejara vencer, que solo se dejase morir, que su cuerpo dejase caer en la apasionante negrura que conlleva la muerte, no soportaba más un segundo de persecución, y apenas esta daba la apariencia de haber comenzado, su piel, ajena al sudor de la carrera que había mantenido, revelaba lo que su mente ya sabía: apenas había empezado a correr y ya estaba exhausto, parecía una aglomeración flácida que corría por simple afán. Tropezaba con las ramas, las piedras se incrustaban en sus pies descalzos, insectos caminaban por sus muslos, sentía frío, e imploraba a que se tratara del frio de la muerte. El silencio que había en aquel lugar, era el augurio más terr