Ella era simplemente hermosa, observarla era como observar una obra de arte, como mirar a la más bella muñeca de porcelana cuya perfección resultaba simplemente imposible. Siempre la prima dona en las funciones de ballet, siempre el primer chelo en las orquestas y siempre la primera de la clase, constantemente inmersa en una encarnizada lucha interna para alcanzar la perfección que sus padres tan inflexiblemente le exigían a cada paso, desesperada por conseguir el mas pequeño atisbo de aprobación por parte de sus progenitores, destrozándose a si mismísima en un inútil intento por alcanzar aquel ideal imposible, un amor que jamás estaría a su alcance.
Layla siempre había sido una chica dulce, encantadora, educada y de grácil andar, y aquella timidez innata hacia que resultara aún más hermosa si eso era aún posible. Layla Charlotte Catherine Goldsmith, hija de Asterion Nathaniel Goldsmith, Conde Burgos, y su esposa Raquel Alana Mariel Goldsmith, condesa de Burgos, ambos siemre buscando asender en su estatus social. La menor de cuatro hijos, la segunda mujer. Sus dos hermanos mayores empresarios exitosos, el mayor y primogenito Nolan heredaría el título de conde, y su hermana mayor Irene se había casad con un rico marques, dejándola a ella, la más pequeña de sus hijos como su última moneda de cambio, su última oportunidad de escalar más en su estatus social, por no hablar de lo sencillo que resultaba manipularla, solo era cuestión de encontrar al candidato adecuado y entregar a su hija como una yegua de cría, lo cual gracias a su belleza no les resultaría nada difícil.
Layla era ligeramente más alta que el promedio de chicas, delgada, con una figura de suaves curvas, su piel pálida del color de la porcelana, suave y tersa, su largo cabello brillante y suave como la seda le caía de forma elegante en grandes risos dorados, sus ojos grandes de largas y espesas pestañas, de un color gris azulado, sus facciones finas, esculpidas por los mismísimos ángeles, su boca chica de labios gruesos y sensuales, sus manos finas y sus hermosos pies, protegidos apenas su madre se percató de los primeros signos de maltrato prohibiéndole bailar definitivamente. Aquello le había partido el corazón a la chiquilla de apenas doce años de edad, ella le había suplicado a su madre le permitiera continuar bailando, pero como siempre ella no la escucho “las damas no ruegan, solo los perros y los mendigos” le había dicho despectiva.
Pero ahora, observar aquello, en lo que la habían convertido era casi trágico, aquella belleza siendo reducida a cenizas, un simple recuerdo de lo que alguna vez fue. Su lustroso y largo cabello de risos de oro descansaba ahora en una trenza desecha, con sus mechones de aspecto áspero y de un rubio ceniciento, sus labios partidos, sus ojos una vez un tanto melancólicos lucían ahora hondas lagunas donde solo moraba una profunda desolación y desesperanza, sus pómulos sobresalientes por la extrema delgadez que ahora reinaba por todo su cuerpo, algo que contrastaba completamente con lo que alguna vez fueron pequeños pechos ahora grandes y llenos, listos para alimentar a su hijo, una pequeña y nueva vida que le fue arrebatada incluso antes de tener la oportunidad de existir, antes de que le permitieran tener la oportunidad de cargarlo en sus brazos, aquella vida perdida cuando su esposo, el hombre elegido por sus padres y a quien la habían entregado sin tan siquiera preguntárselo, la había empujado por las escaleras cuando lo encontró teniendo relaciones con una de sus amantes mientras ella se encontraba embarazada de siete meses de su primer hijo, siendo obligada a parir a su hijo neonato ya muerto. Aquello le destrozo el alma, Layla hablaba seis idiomas diferentes pero sintiéndose tan vacía como se encontraba fue incapaz de emitir sonido alguno, ya no contaba ni siquiera con fuerzas suficientes como para enfrentar a aquellos que la habían destruido. Y ahora, triste y desolada, se encontraba abandonada, sentada en una silla de ruedas con la mirada perdida en el infinito, olvidada en aquella sala de aquel hospital psiquiátrico, donde nadie, salvo sus padres y su esposo sabían que estaba, donde la habían escondido del mundo entero, donde todos fuera de aquel infernal lugar se habían permitido olvidarla, donde los pocos que se había tomado la molestia de preguntar se habían conformado con banales excusas sobre su paradero, donde el mundo había decidido dejar que se pudriera para no volver a pensar en ella jamás, siendo ahora una triste muñeca rota con la que ya nadie jugaría nunca más.
Sentada en la parte trasera del auto se puso cada vez más rígida al tiempo que abandonaban la carretera principal desviándose por un camino lateral y se adentraban en el paisaje boscoso.Notando el cambio de forma inmediata Marcus tomo la mano que ella mantenía firmemente colocada sobre su falda. –Layla, mírame—indico él, pero ella no hizo más que tensarse al lograr observar a lo lejos, sobrepasando las copas de los árboles, la punta de las torres del psiquiátrico y un leve temblor comenzó a apoderarse de su cuerpo –Layla mírame—ordeno con voz contundente, pero al ver que la chica no obedecía la tomo con cuidad pero firmeza por la barbilla, no necesitaba que ella se alterara aún más haciendo movimientos bruscos. Aterrada lo miro a los ojos, la angustia dibujada en cada una de sus bonitas facciones, pero él le sostuvo la mirada y apretó suavemente sus manos –Vas a salir de ahí, nadie volverá a encerrarte
Layla observo a Marcus desde la sombra del lobby del edificio y memorizo sus rasgos temiendo que esa fuera la última oportunidad que tendría de hacerlo, temiendo no volver a verlo, temiendo que todo su tiempo con él hubiera sido un sueño y ahora fuera tiempo de regresar a la pesadilla que era su realidad.Lo miro, y casi quiso llorar, pero no lo haría, no le daría nada más a ese terrible lugar que había terminado de consumirla en el peor momento de su vida, así que se centró en el único que la había mirado, el único que real mente la había visto en toda su vida, y mirando en su interior cuando nadie más lo hizo. Ella trato de memorizar cada uno de sus rasgos, su cabello castaño oscuro ligeramente largo que le llegaba a la nuca peinado hacia atrás con mucho fijador con extremo cuidado y meticulosidad, sus ojos cafés de aspecto frío pero que sabía de primera mano podían ser los más cálidos en el mundo, sus cejas pobladas, su rostro un tanto cuadrado, sus facciones severas, sus
El director se tomó un momento para observar a la joven con evidente desagrado en el semblante.— Todo aquí conocemos su situación actual señora Rosental, y nadie desea disgustarla síganos por favor — indico él autoritario, y ella lo observo con desprecio siguiéndolo cuándo comenzó a caminar hacia el interior del edificio recorrieron los lúgubres pasillos que contaban con una triste iluminación. Sus pasos sonando por todo el lugar haciendo eco de su avance, al menos hasta que llegaron a una puerta que parecía más resistente que el resto.El director la abrió indicándole a Layla que entrara, ella obedeció, y cuando el tomo asiento en el sillón detrás del escritorio ella se sentó en una de las butacas frente a él. Los guardias, aunque un tanto didutativos cerraron la puerta tras ellos dejándolos a solas al tiempo que ellos hacían guardia fuera de la puerta. Ella observo lo que había a su alrededor, analizando todo lo que había en el cómo le habían enseñado en los meses a
El director le había avisado a Layla que su esposo Robert ya había llegado a recogerla, así que se dio un último vistazo en el opaco y desgastado espejo de su pequeña habitación pasándose la mano por el cabello perfectamente peinado en un moño francés para asegurarse de que hasta el último cabello continuara en su lugar, Evangeline, la amable enfermera encargada de su cuidado y supervisión inclusive la había prestado un poco de su labial y el poco maquillaje que cargaba en su bolso para que pudiera arreglarse más minuciosamente.Sin poderse demorar más conociendo perfectamente el carácter volátil y explosivo de su terrible esposo se apresuró hacia la oficina del director siendo escoltado por dos de los gorilas que tenía por guardias, respiro hondo recordándose quién se suponía que era, metiéndose lentamente en la piel de su antiguo yo y en ese momento aquel traje en el que había vivido prácticamente toda su vida parecía quedarle pequeño, asfixiándola y haciéndola sentir incóm
Después de salir de la oficina del director, Robert ni siquiera se volvió a dignar a dirigirle la palabra, se dedicó como siempre a responder mensajes y llamadas hasta que llegaron al palacio de invierno.El palacio de invierno, la residencia predilecta de la reina, era un lugar que parecía haber salido de una parecía haber salido de una pintura. Su arquitectura exquisita de torres y terrazas, de tejados azules y paredes blancas, lleno hasta el hartazgo de ventanas, ventanales y balcones que daban hacia el espectacular jardín del frente adornado con setos, fuentes y rosales cuidados con esmero, todo hasta el último detalle colocado de forma perfecta entre las flores y senderos empedrados, aunque por supuesto dentro de las puertas del palacio las muestras de extravagancia y opulencia no eran menos sorprendentes, con candiles, candelabros de cristal, oro y plata, y pinturas tan antiguas y famosas que valían más que ella misma, alfombras y muebles de la mejor calidad y la más ex
Cuando la reina indicó discretamente que deseaba retirarse y que ese encuentro debía terminarse en los próximos minutos con un gesto sutil, Robert invento una excusa sobre un motivo urgente que debía atender en su oficina y lo excuso ambos para poder irse.La reina acepto amablemente la excusa y les dio el permiso para retirarse, ambos salieron del palacio tan rápido como se podría considerar adecuado, y una vez que regresaron al auto, a solas con el chofer, el silencio se tornó nuevamente como el protagonista ente ambos, pero la sonrisa de suficiencia en el rostro de Robert a ella le resultó bastante inquietante, haciéndola cuestionarse que sería lo que se estaría tramando en aquella retorcida cabecita que tenía su aparentemente perfecto marido, pero aun así negándose a sucumbir ante la angustia que le causaba se dedicó a mirar por la ventana notando que se introducían en la ciudad siendo recibida por los escaparates de lujosas marcas, restaurantes y cafeterías tan exclusivo
Layla le había ordenado a Gabriela comprarle una báscula digital para monitorear su peso y el resto de la semana se la paso ordenándoles a ella y a el resto de personal pedirle al chef privado que Robert tenia de planta las veinticuatro horas del día, cocinarle todo tipo de comida, y ordenando a casi todos los restaurantes de prestigio de la ciudad, a casi a todas horas, en un intento desesperado para que comer y recuperar el peso que había perdido le resultará menos desagradable, y aunque al principio su estómago no lograba retener casi nada devolviéndolo todo al instante en un par de días después empezar comer se hizo más fácil con comidas más pequeñas de alto valor calórico y muchas veces al día. Cuando después de varios días de ese alocado régimen alimenticio y a tan solo un día del regreso de su esposo considero que había logrado rellenarlo suficiente en los lugares correctos y se dio un baño temprano para luego arreglarse cuidadosamente preparándose para salir. Layla se encont
Fuera de la habitación se escuchaba el fuerte barbullo causado por los sirvientes que realizaban los preparativos de último momento para la llegada de su esposo después de su largo viaje de trabajo a otra ciudad, y cuando de un momento a otro todo se tornó en un silencio sepulcral, Layla supo que él ya había llegado a la mansión.Sus pasos pesados y furico resonaron en la escalinata de la entrada siguiendo por el piso de mármol pulido de la planta baja y continuando hasta la escalera que conecta con la planta superior.Layla tomo aire preparándose para lo que vendría a continuación e infundiéndose con el coraje y el valor necesario para continuar con todo según lo planeado.Colérico, su esposo abrió la puerta de un golpe haciendo un gran estruendo que resonó por toda la mansión.—¿Porque demonios mi esposa no me ha recibido en la puerta? — bramó iracundo callándose de inmediato al mirarla.Ella sonrío traviesas desde s