El juego de la venganza
El juego de la venganza
Por: Nohemi Hernández
Prologo

Ella era simplemente hermosa, observarla era como observar una obra de arte, como mirar a la más bella muñeca de porcelana cuya perfección resultaba simplemente imposible. Siempre la prima dona en las funciones de ballet, siempre el primer chelo en las orquestas y siempre la primera de la clase, constantemente inmersa en una encarnizada lucha interna para alcanzar la perfección que sus padres tan inflexiblemente le exigían a cada paso, desesperada por conseguir el mas pequeño atisbo de aprobación por parte de sus progenitores, destrozándose a si mismísima en un inútil intento por alcanzar aquel ideal imposible, un amor que jamás estaría a su alcance.

Layla siempre había sido una chica dulce, encantadora, educada y de grácil andar, y aquella timidez innata hacia que resultara aún más hermosa si eso era aún posible. Layla Charlotte Catherine Goldsmith, hija de Asterion Nathaniel Goldsmith, Conde Burgos, y su esposa Raquel Alana Mariel Goldsmith, condesa de Burgos, ambos siemre buscando asender en su estatus social. La menor de cuatro hijos, la segunda mujer. Sus dos hermanos mayores empresarios exitosos, el mayor y primogenito Nolan heredaría el título de conde, y su hermana mayor Irene se había casad con un rico marques, dejándola a ella, la más pequeña de sus hijos como su última moneda de cambio, su última oportunidad de escalar más en su estatus social, por no hablar de lo sencillo que resultaba manipularla, solo era cuestión de encontrar al candidato adecuado y entregar a su hija como una yegua de cría, lo cual gracias a su belleza no les resultaría nada difícil.

Layla era ligeramente más alta que el promedio de chicas, delgada, con una figura de suaves curvas, su piel pálida del color de la porcelana, suave y tersa, su largo cabello brillante y suave como la seda le caía de forma elegante en grandes risos dorados, sus ojos grandes de largas y espesas pestañas, de un color gris azulado, sus facciones finas, esculpidas por los mismísimos ángeles, su boca chica de labios gruesos y sensuales, sus manos finas y sus hermosos pies, protegidos apenas su madre se percató de los primeros signos de maltrato prohibiéndole bailar definitivamente. Aquello le había partido el corazón a la chiquilla de apenas doce años de edad, ella le había suplicado a su madre le permitiera continuar bailando, pero como siempre ella no la escucho “las damas no ruegan, solo los perros y los mendigos” le había dicho despectiva.

Pero ahora, observar aquello, en lo que la habían convertido era casi trágico, aquella belleza siendo reducida a cenizas, un simple recuerdo de lo que alguna vez fue. Su lustroso y largo cabello de risos de oro descansaba ahora en una trenza desecha, con sus mechones de aspecto áspero y de un rubio ceniciento, sus labios partidos, sus ojos una vez un tanto melancólicos lucían ahora hondas lagunas donde solo moraba una profunda desolación y desesperanza, sus pómulos sobresalientes por la extrema delgadez que ahora reinaba por todo su cuerpo, algo que contrastaba completamente con lo que alguna vez fueron pequeños pechos ahora grandes y llenos, listos para alimentar a su hijo, una pequeña y nueva vida que le fue arrebatada incluso antes de tener la oportunidad de existir, antes de que le permitieran tener la oportunidad de cargarlo en sus brazos, aquella vida perdida cuando su esposo, el hombre elegido por sus padres y a quien la habían entregado sin tan siquiera preguntárselo, la había empujado por las escaleras cuando lo encontró teniendo relaciones con una de sus amantes  mientras ella se encontraba embarazada de siete meses de su primer hijo, siendo obligada a parir a su hijo neonato ya muerto. Aquello le destrozo el alma, Layla hablaba seis idiomas diferentes pero sintiéndose tan vacía como se encontraba fue incapaz de emitir sonido alguno, ya no contaba ni siquiera con fuerzas suficientes como para enfrentar a aquellos que la habían destruido. Y ahora, triste y desolada, se encontraba abandonada, sentada en una silla de ruedas con la mirada perdida en el infinito, olvidada en aquella sala de aquel hospital psiquiátrico, donde nadie, salvo sus padres y su esposo sabían que estaba, donde la habían escondido del mundo entero, donde todos fuera de aquel infernal lugar se habían permitido olvidarla, donde los pocos que se había tomado la molestia de preguntar se habían conformado con banales excusas sobre su paradero, donde el mundo había decidido dejar que se pudriera para no volver a pensar en ella jamás, siendo ahora una triste muñeca rota con la que ya nadie jugaría nunca más.

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