Layla observo a Marcus desde la sombra del lobby del edificio y memorizo sus rasgos temiendo que esa fuera la última oportunidad que tendría de hacerlo, temiendo no volver a verlo, temiendo que todo su tiempo con él hubiera sido un sueño y ahora fuera tiempo de regresar a la pesadilla que era su realidad.
Lo miro, y casi quiso llorar, pero no lo haría, no le daría nada más a ese terrible lugar que había terminado de consumirla en el peor momento de su vida, así que se centró en el único que la había mirado, el único que real mente la había visto en toda su vida, y mirando en su interior cuando nadie más lo hizo. Ella trato de memorizar cada uno de sus rasgos, su cabello castaño oscuro ligeramente largo que le llegaba a la nuca peinado hacia atrás con mucho fijador con extremo cuidado y meticulosidad, sus ojos cafés de aspecto frío pero que sabía de primera mano podían ser los más cálidos en el mundo, sus cejas pobladas, su rostro un tanto cuadrado, sus facciones severas, sus labios finos que desaparecían en una dura línea cuando se molestaba por algo, su nariz recta, sus hombros anchos y aquel torso de acero oculto en un traje de una prestigiosa marca hecho a la medida, sus manos anchas llenas de cicatrices y callosidades que se encontraban en los lugares correctos que se requerían para sostener casi cualquier tipo de arma, lo cual contrastaba con sus regio y pulcro porte.
Él se acomodó las mancuernillas de su traje una última vez, un hábito que tenía cuando amenazaba alguien, uno que seguramente no notaba o habría tratado de corregirla o de disimularlo con esa actitud que lo hacía lucir aterrador e intimidante, y cuando el guardia cerró la puerta del auto y este arranco ella sintió que el alma se le iba los pies y esa maldita reja y esas paredes se cernían sobre ella para encerrarla para siempre en aquel lugar infernal.
Cuando uno de los guardias se inclinó en torno a ella tanto por lo pálida que se había puesto, como para hacerle entrar, ella lo miro amenazadoramente sorprendiéndolo y haciendo que se replanteara la idea prefiriendo detenerse en el acto.
— No te atrevas a ponerme las manos encima — amenazó autoritaria con una actitud agresiva — Dime lo que deseas que haga y lo haré, pero si me toca no responderé por mis actos —advirtió mostrando los dientes y pudo ver desde su lugar como el director se acomodaba la corbata y se pasaba una mano por el cabello ahora desordenado antes de girarse hacia ella en una actitud un tanto condescendiente, y sus ojos grises tan parecidos a los de su padre la hicieron odiarlo de inmediato.
El director se tomó un momento para observar a la joven con evidente desagrado en el semblante.— Todo aquí conocemos su situación actual señora Rosental, y nadie desea disgustarla síganos por favor — indico él autoritario, y ella lo observo con desprecio siguiéndolo cuándo comenzó a caminar hacia el interior del edificio recorrieron los lúgubres pasillos que contaban con una triste iluminación. Sus pasos sonando por todo el lugar haciendo eco de su avance, al menos hasta que llegaron a una puerta que parecía más resistente que el resto.El director la abrió indicándole a Layla que entrara, ella obedeció, y cuando el tomo asiento en el sillón detrás del escritorio ella se sentó en una de las butacas frente a él. Los guardias, aunque un tanto didutativos cerraron la puerta tras ellos dejándolos a solas al tiempo que ellos hacían guardia fuera de la puerta. Ella observo lo que había a su alrededor, analizando todo lo que había en el cómo le habían enseñado en los meses a
El director le había avisado a Layla que su esposo Robert ya había llegado a recogerla, así que se dio un último vistazo en el opaco y desgastado espejo de su pequeña habitación pasándose la mano por el cabello perfectamente peinado en un moño francés para asegurarse de que hasta el último cabello continuara en su lugar, Evangeline, la amable enfermera encargada de su cuidado y supervisión inclusive la había prestado un poco de su labial y el poco maquillaje que cargaba en su bolso para que pudiera arreglarse más minuciosamente.Sin poderse demorar más conociendo perfectamente el carácter volátil y explosivo de su terrible esposo se apresuró hacia la oficina del director siendo escoltado por dos de los gorilas que tenía por guardias, respiro hondo recordándose quién se suponía que era, metiéndose lentamente en la piel de su antiguo yo y en ese momento aquel traje en el que había vivido prácticamente toda su vida parecía quedarle pequeño, asfixiándola y haciéndola sentir incóm
Después de salir de la oficina del director, Robert ni siquiera se volvió a dignar a dirigirle la palabra, se dedicó como siempre a responder mensajes y llamadas hasta que llegaron al palacio de invierno.El palacio de invierno, la residencia predilecta de la reina, era un lugar que parecía haber salido de una parecía haber salido de una pintura. Su arquitectura exquisita de torres y terrazas, de tejados azules y paredes blancas, lleno hasta el hartazgo de ventanas, ventanales y balcones que daban hacia el espectacular jardín del frente adornado con setos, fuentes y rosales cuidados con esmero, todo hasta el último detalle colocado de forma perfecta entre las flores y senderos empedrados, aunque por supuesto dentro de las puertas del palacio las muestras de extravagancia y opulencia no eran menos sorprendentes, con candiles, candelabros de cristal, oro y plata, y pinturas tan antiguas y famosas que valían más que ella misma, alfombras y muebles de la mejor calidad y la más ex
Cuando la reina indicó discretamente que deseaba retirarse y que ese encuentro debía terminarse en los próximos minutos con un gesto sutil, Robert invento una excusa sobre un motivo urgente que debía atender en su oficina y lo excuso ambos para poder irse.La reina acepto amablemente la excusa y les dio el permiso para retirarse, ambos salieron del palacio tan rápido como se podría considerar adecuado, y una vez que regresaron al auto, a solas con el chofer, el silencio se tornó nuevamente como el protagonista ente ambos, pero la sonrisa de suficiencia en el rostro de Robert a ella le resultó bastante inquietante, haciéndola cuestionarse que sería lo que se estaría tramando en aquella retorcida cabecita que tenía su aparentemente perfecto marido, pero aun así negándose a sucumbir ante la angustia que le causaba se dedicó a mirar por la ventana notando que se introducían en la ciudad siendo recibida por los escaparates de lujosas marcas, restaurantes y cafeterías tan exclusivo
Layla le había ordenado a Gabriela comprarle una báscula digital para monitorear su peso y el resto de la semana se la paso ordenándoles a ella y a el resto de personal pedirle al chef privado que Robert tenia de planta las veinticuatro horas del día, cocinarle todo tipo de comida, y ordenando a casi todos los restaurantes de prestigio de la ciudad, a casi a todas horas, en un intento desesperado para que comer y recuperar el peso que había perdido le resultará menos desagradable, y aunque al principio su estómago no lograba retener casi nada devolviéndolo todo al instante en un par de días después empezar comer se hizo más fácil con comidas más pequeñas de alto valor calórico y muchas veces al día. Cuando después de varios días de ese alocado régimen alimenticio y a tan solo un día del regreso de su esposo considero que había logrado rellenarlo suficiente en los lugares correctos y se dio un baño temprano para luego arreglarse cuidadosamente preparándose para salir. Layla se encont
Fuera de la habitación se escuchaba el fuerte barbullo causado por los sirvientes que realizaban los preparativos de último momento para la llegada de su esposo después de su largo viaje de trabajo a otra ciudad, y cuando de un momento a otro todo se tornó en un silencio sepulcral, Layla supo que él ya había llegado a la mansión.Sus pasos pesados y furico resonaron en la escalinata de la entrada siguiendo por el piso de mármol pulido de la planta baja y continuando hasta la escalera que conecta con la planta superior.Layla tomo aire preparándose para lo que vendría a continuación e infundiéndose con el coraje y el valor necesario para continuar con todo según lo planeado.Colérico, su esposo abrió la puerta de un golpe haciendo un gran estruendo que resonó por toda la mansión.—¿Porque demonios mi esposa no me ha recibido en la puerta? — bramó iracundo callándose de inmediato al mirarla.Ella sonrío traviesas desde s
Una vez que tanto Layla como Robert estuvieron listos y arreglados concienzudamente para la ocasión, se encaminaron al palacio de invierno para reunirse con la reina y cumplir con la cita a la que se habían comprometido asistir.En un intento desesperado por la monarquía y la prensa Real para así poner fin de una vez por todas al infierno mediático que se había desatado cuando Layla había desaparecido tras la muerte de su primogénito de una forma tan repentina, y a todas las especulaciones y chismes que se habían desarrollado alrededor del escandaloso incidente.De camino al palacio, mientras su chofer conducía diligentemente por la carretera en medio de él insufrible tráfico de la ciudad, Layla había atrapado a su esposo despegando la vista de su teléfono celular para mirarla furtivamente en un par de ocasiones, un hecho insólito, algo que él jamás había sucedido ni siquiera cuando la conoció y aun no se hallaban comprometidos formalmente.Una vez dentro del pa
Su reincorporación a la vida pública fue mucho más fácil de lo que recordaba que hubiera sido cuando asumió el papel de Duquesa de Nolan la primera vez, aunque claro, en esta ocasión ya tenía completo conocimiento de lo que debía hacer además de experiencia en el área, pero de igual forma que cuando se unió a la rama principal de la familia real con todas los deberes y derechos que eso implicaba comenzó acompañando la reina al cumplimiento de sus compromisos reales. Algo que hacían para mantenerla vigilada al tiempo que se aseguraba de que cumpliera adecuadamente sus funciones, enalteciendo la imagen pública de la monarquía.Lleva varios días acompañando a la reina cuando debía asistir a algunos de sus compromisos, mayormente saludando los invitados a los eventos y solo ocasionalmente contestando de manera vaga cuando le cuestionaban sobre estado de que había hecho durante su ausencia, rápidamente cambiando de tema, preguntas que solo algunos osados asistentes se atrevían hac