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LXX Insomnes, pero felices

—Y sí, ser padre es lo mejor del mundo —decía Vlad—. No saben de lo que se pierden.

Bien temprano en la mañana había escapado... había ido de visita a casa de Evan, su mejor amigo, su compañero de vida. Lo quería mucho, a él y a su molesta novia Mika, que ya hasta le caía mejor.

Sofi, como llamaban a su hija, tenía ya dos semanas de vida, las dos semanas más intensas luego de que se sanara de la amnesia.

—En ese entonces, despertarme por las pesadillas era una bendición —agregó Vlad.

Tenía los ojos rojos, enmarcados por negras ojeras.

—¿Cómo? —preguntó Evan.

—Que nuestra hija es una bendición. A veces se despierta por la noche, llorando. Cinco veces, veinte veces, no las he contado. Llora hasta que logramos adivinar qué es lo que quiere. Con Sam no somos muy buenos para las adivinanzas... es difícil pensar cuando... —se interrumpió con un bostezo—. Y luego firmé el contrato... será un gran negocio.

Se quedó mirando fijamente su taza de té, con la cabeza gacha.

—Creo que se volv
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