—¿Quién es la niña más hermosa del mundo? —preguntaba Vlad, meciendo a la bebé.Luego de dos meses la criatura había dejado de parecer un murciélago y tenía una apariencia más que aceptable para sus estándares. —Es mucho más bella que Caleb y los gemelos —agregó. Y no sólo eso, sus horarios de sueño se habían regularizado permitiéndoles un descanso reparador por las noches. —Y de seguro será una genia, me mira como si entendiera absolutamente todo lo que digo. ¿No es así, ardillita? Sofi le sonrió. Podía ser una bebé, pero vislumbraba en ella una sutil inteligencia innata, como si fuera un secreto que sólo ellos sabían.Vlad fue a sentarse junto a Sam, que trabajaba en su computador. A veces ella se llevaba a Sofi al estudio, otras traía el estudio a casa. La niña empezó a quejarse. —Estábamos tan bien ¿qué quieres ahora? Si tienes hambre, parpadea una vez; si quieres un cambio de pañal, chilla.La niña que quedó en silencio y Vlad se fue con ella. Volvió al rato, dándole biberó
Sofía Sarkov Reyes, próxima a cumplir cinco años, seguía siendo joven para tener una noción sobre el poder. Sin embargo, el lugar que se tenía en las jerarquías era una habilidad instintiva. Lo sabían los cachorros de lobo, que mostraban respeto y sumisión ante el macho alfa y también las hormigas obreras, que trabajaban sin parar hasta la muerte para servir a su reina. Ella no era la excepción. Lo importante era cómo usaría aquello a su favor.—¿Por qué mi hermosa princesita está triste? —preguntó Tomken. La había encontrado escondida, hecha un ovillo bajo su escritorio. Cogió a su única nieta y la sentó sobre sus piernas. Acostumbrado a tratar con hombres, la sutileza que requerían las niñas le era difícil de lograr. Sus intentos por lucir una expresión amistosa podían causar pesadillas, pero Sofi no era fácil de intimidar ni le temía a la mano temblorosa, que los gemelos no podían ni ver. —No es nada, abuelito —dijo ella, ocultando el rostro tras la corbata. —Vamos, confía en mí
—¿Es normal que esté nervioso? —Vlad se acomodó la corbata.—Por supuesto, también es una primera vez para ti —dijo Sam, que ya estaba lista.Cogió su bolso y la mochila de Sofi.—Envidio tus nervios de acero en estas situaciones, Sam. ¿Cómo lo haces?—Ejercicios de respiración, Vlad. Deberías intentarlo.Vlad bufó.—Y esta niña todavía no viene. ¡Sofía, vas a llegar tarde a tu primer día de clases!—Todavía falta una hora —dijo la niña.—No sabes nada del mundo y el tráfico en hora punta —dijo Vlad—. Revisemos por última vez tus materiales. ¿Cuaderno?—Sí —dijo Sofi, mirando el interior de su mochila.—¿Lápiz grafito?—Dos.—¿Sacapuntas? ¿Goma de borrar? ¿Lápices de colores?—Sí, sí y sí. Papi, ya revisamos todo tres veces. —¿Me estás diciendo obsesivo?Sofi miró a Sam.—Amor, harás que se ponga nerviosa.—Sólo quiero que su día sea perfecto.Sam le acarició la mejilla y lo besó, mientras jugueteaba con sus cabellos.—La perfección es aburrida —le susurró, con su voz de cervatillo s
La expresión de frustración sexual de Sam y Vlad no tuvo comparación con la de Sofi al salir de clases. —¡Oh, por Dios! ¿Te peleaste con alguien? —preguntó Sam.La blanca y pulcra camisa estaba llena de manchas verdes, la faldita de cuadros rojos estaba gris, llena de tierra. Apenas y le quedaba pelo dentro de las coletas. La niña venía de la guerra.Sam se apuró a fotografiarla para tener el antes y el después de su primera jornada de clases.Vlad revisó que tuviera todos los dientes.—El recreo fue divertido —dijo la niña. Vlad la abrazó.—Sí que te divertiste.El pobre Vlad no tenía idea.—Hola, ¿ustedes son los padres de Sofía Sarkov? —preguntó un funcionario del colegio.Sam y Vlad asintieron.—Vengan conmigo, por favor.Sofi los cogió de la ropa.—Antes de que vayan, recuerden que soy su única hija y que me quieren mucho. Papi, yo soy tu ardillita, nunca tendrás otra.Vlad suspiró. En el fondo de su cerebro empezaba a surgir la ira, justo entre la amígdala y el hipocampo.Fuer
Ivette suspiró, mirando hacia el techo. Su corazón todavía latía rápido y sentía un pequeño dolor también, pero sabía que eso era normal la primera vez.Por fin había tenido su primera vez y con el hombre que amaba desde los diez años.Por instantes creyó que jamás ocurriría, empezaba a convertirse en algo mítico cada vez que Ingen le decía que todavía no había llegado el momento. Supuso que tanta espera contribuyo a que el magno evento se convirtiera en el acontecimiento del año. Tal vez y hasta de su vida. El pensamiento de que jamás volvería a ser tan feliz como cuando se estremecía entre sus brazos la aterró por unos segundos.Miró hacia el velador a la izquierda, donde su premio relucía. Había obtenido el primer lugar en las olimpiadas matemáticas de la facultad de ingeniería y le habían dado un busto de bronce del matemático Gauss y una cuponera con descuentos para el centro comercial, además de ser incluida en el cuadro de honor junto a la oficina del rector.Para ella, el verd
Cuando las radiantes luces del escenario se apagan y la euforia de un público enloquecido se silenciaba, los dioses bajaban del olimpo y volvían a ser hombres comunes, como cualquier otro.Luego de una gira de una semana, en la que apenas y había tenido tiempo para dormir, Caín por fin estaba en el hotel, en su cama y con su amada familia.—¡Los Ferraris son mejores! —gritó Baruc.—¡No, los Camaros! —afirmó Elam.—¡Te digo que los Ferraris!—¡Los Camaros!Se agarraron del cabello.—Basta... necesito dormir... —La cansada voz de Caín se perdió entre los gritos de sus retoños, que ya tenían siete años.Ni levantarse para sacarlos de la habitación podía. Se cubrió los oídos con las almohadas e intentó morir. —¡¿Papá, qué es mejor?! ¡¿Un Ferrari o un Camaro?! —preguntó Elam.—Ninguno le gana en velocidad a mi Bugatti Chiron Super Sport.—¡Ese no cuenta! —reclamó Baruc.—¡Escoge uno de los nuestros!—Los dos son buenos.—¡No! ¡Tienes que escoger uno! —Insistió Baruc.—No griten, dañarán s
Vlad usaba su portátil. Trabajar en la cama era algo espantoso, un suicidio a la vida marital, pero su matrimonio con Sam era de hierro. Además, quería estar con ella y conseguir un nuevo contrato al mismo tiempo. Era un hombre ambicioso.—Esto que Sofi escribió es tan lindo, Vlad. Voy a llorar. —Sam revisaba una tarea de Sofi.Cuando la maestra los citó, ellos ya iban planeando cuál sería el siguiente castigo de la niña. Jamás pensaron que fuera para felicitarlos. Sofi ya iba en primer año y su comportamiento había mejorado con creces, tanto que a veces hasta los hacía sentirse orgullosos.—Son puras mentiras —señaló Vlad—. ¿La paz mundial? ¿El fin del hambre? ¡JA!—Nos hemos preocupado de criar a una hija con conciencia.—Esos son los embustes típicos de los políticos en sus discursos, sobre todo cuando quieren ser presidentes.—Tal vez Sofi quiera dedicarse a la política. Vlad rodó los ojos.Sam siguió leyendo.—Aquí hay algo extraño: "ruego por la abolición y el desmantelamiento
—¡Oh, Dios! De verdad necesitaba esto —decía Caín mientras subía a la cubierta del yate.—¿Te refieres a navegar? —preguntó Ingen.—No, hablo de dormir. Venía saliendo de la cama. Se estiró hacia el despejado cielo para luego recostarse en la tumbona. La vista del atlántico frente a él era una belleza, pero nada se comparaba con dormir.—Se supone que estabas de vacaciones, no deberías estar cansado. —Ingen, tal vez seas un genio, pero no tienes hijos. Cuando los tengas me entenderás.—Ni que fuera idiota para tener tantos.Caín no contestó, se había dormido de nuevo. Ingen siguió leyendo en su tumbona.Vlad venía del bar. Traía cervezas para todos.—¿Y papá? —preguntó Ingen.—Hablando con mamá. De seguro y quiere saber si trajimos mujerzuelas. —Se quedó mirando a Caín—. Mira lo apacible que se ve dormido.—Debe estar soñando algo bonito.—Sí, que está muerto. Pobre infeliz.Ingen rio. Vlad siguió mirándolo.—¿Qué estás tramando? Déjalo descansar. —¿Por qué piensas que quiero hacerl