LXIX El deseo

—Creo que se lo pusiste al revés —dijo Sam.

—Claro que no. Estás celosa porque te gané.

—No es una competencia, Vlad, lo importante es hacerlo bien y esto está bien. Los ositos quedan adelante.

Aprovechando que Caín y Eva estaban en la ciudad habían ido a visitarlos y, de paso, practicaban sus habilidades parentales con sus sobrinos. La ventaja de que hubiera gemelos era que cada uno tenía a un bebé para practicar la muda.

—Yo creo que se ven mejor en la parte de atrás.

—Pero le queda un bulto en el frente.

—Necesita espacio para su genitales —argumentó Vlad.

—Sus genitales son minúsculos. Ese es el espacio para el trasero.

—¿Cómo te atreves a ofender su honra de hombre, Sam?

—Sí, lo que digas.

—Está perfecto. Así te gusta más, ¿no, Baruc? —dijo Vlad.

El niño sonrió.

—El mío es Baruc, el tuyo es Elam —dijo Sam.

Los dos bebés eran idénticos, imposible diferenciarlos salvo por un lunar que uno de ellos tenía tras la oreja, pero no recordaba cuál.

—A quién le importa, Sam. A
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