Venganza en bruto

Una hora después, la sonrisa de Egan era incontenible. Y aunque las sonrisas normalmente lograban hacer feliz a las demás personas, la sonrisa que Argus le veía a Egan solamente le causaba que la piel se le pusiera de gallina y quisiera alejarse lo más que pudiese de él. Era desquiciada, completamente llena de maldad y malas intenciones.

El sujeto que Egan había encargado a Argus buscar, era solo un hombre común y corriente, de unos cuarenta años y un cabello oscuro lleno de canas. Argus ni siquiera sabía su nombre, pero cuando Egan le ordenó atarlo a una silla en lo que aún seguía inconsciente, él supo que nada bueno sucedería con él.

Cuando Egan se detuvo a dos pasos de la silla donde el reportero estaba atado, Argus se mantuvo pegado a la pared de la pequeña habitación del prostíbulo. Desde aquella posición que había adoptado ni el mismo Egan lo vería, escondido en la oscuridad que le proporcionaba la pared, y así podía protegerlo a él y evitar que nadie entrara.

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