90. La urgencia

Los médicos los limpiaron con rapidez y cuidado, pesándolos y vistiéndolos con la ropa que Hadriel había preparado con tanto esmero. Hellen, aunque aún estaba en la camilla, con el cuerpo adormecido, no pudo evitar que su corazón se desbordara de amor al ver a sus hijos por primera vez. Su respiración se volvió más profunda, intentando absorber la realidad de lo que acababa de suceder.

Al colocarle los dos bebés en sus brazos, Hellen sintió una oleada de emociones tan intensa que apenas podía contenerlas. Sus cuerpos pequeños y cálidos descansaban contra su pecho, sus manitas diminutas se movían con una torpeza encantadora, y sus ojos cerrados, aun adaptándose a la luz del mundo, eran la visión más perfecta que había presenciado.

Miró a cada uno de sus hijos, con lágrimas en los ojos. Sus pieles rosadas, sus caritas suaves y redondeadas, eran un reflejo de la pureza y la inocencia que ahora formaban parte de su vida. Los bebés parecían tan frágiles, tan dependientes de ella, y eso des
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