54. Los síntomas

Cuando Hellen terminó, se quedó arrodillada junto al retrete, respirando con dificultad. El frío del suelo del baño se le metía en los huesos, y se sentía débil y vulnerable. Se apoyó contra la pared, tratando de recuperar la compostura, pero las lágrimas comenzaron a caer sin control. Era demasiado, todo era demasiado.

Al salir, tenía la zurda en su vientre y la diestra en la boca, Hadriel estaba allí, con una expresión de preocupación que rara vez se veía en su rostro serio e inflexible, con ese traje de sastre tan ostentoso que lo hacía ver elegante y majestuoso.

Hellen trató de sonreír, pero solo logró emitir un sollozo ahogado.

—Lo siento... no quería que me vieras así...

Hadriel negó con la cabeza, sus ojos celestes fijos en los de ella.

—No tienes que disculparte —dijo él con su voz calmada y reconfortante.

Hadriel le ofreció una toalla húmeda para que se limpiara la boca.

—¿Ya te encuentras bien? —preguntó Hadriel, notando lo pálida que estaba.

—Sí, ya estoy… —dijo Hellen. Sin
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