Hellen cada vez que lo miraba, se sentía más pequeña, más indigna de estar a su lado. Sin embargo, esa misma sensación de inferioridad hacía que el gesto de Hadriel se volviera aún más precioso para ella. Él no solo la aceptaba, sino que estaba dispuesto a protegerla, a compartir su vida con ella, a ser el padre de sus hijos. Esa generosidad, ese deseo de cuidarla y protegerla, la conmovía profundamente.El hecho de que Hadriel pudiera verla y, a pesar de todo, querer estar a su lado, hacía que su corazón se abriera más y más hacia él. Poco a poco, estaba cayendo en las redes del amor, un amor que parecía inevitable, como una flor que se abre al sol aunque tema ser quemada. Hellen sabía que se estaba enamorando de Hadriel, y aunque el miedo y la culpa aún la acechaban, la calidez de sus sentimientos hacia él comenzaba a ahogar esas dudas.Ella no podía controlar lo que sentía; era algo más fuerte que su razón, algo que la empujaba hacia Hadriel, a pesar de todas las barreras que había
Los preparativos para la boda comenzaron de inmediato, con un aire de determinación y entusiasmo que envolvía a todos los involucrados. Hadriel, con su influencia y recursos, se encargó de gestionar los permisos necesarios con los directores del hospital. No fue una tarea difícil; los Drews, siendo los principales inversionistas y benefactores del lugar, contaban con el respeto y la gratitud de la administración. Así, el jardín del hospital, un espacio tranquilo y lleno de vida, fue aprobado como el escenario para la ceremonia.Hellen, acompañada de su hermana Hellan y su hermano Howard, quien fue avisado y viajó a Alemania para el evento, luego de que la informaran sobre la gran noticia de que estaba embarazada y de que iba a casarse. Ellos se dedicaron a los detalles más personales. Juntos, diseñaron invitaciones discretas, pero elegantes, destinadas exclusivamente a los pacientes del hospital. La idea era compartir ese momento con aquellos que también estaban enfrentando desafíos,
Luego fue el turno para comprar el atuendo al novio. Hellen y Hadriel entraron a la sastrería, un lugar con una atmósfera que exudaba lujo. Hadriel, con su porte natural, se movía con una confianza tranquila mientras el sastre le mostraba diferentes trajes.—Este sería una excelente elección, señor Drews —dijo el sastre, sacando un traje negro clásico con solapas de raso—. Corte italiano, ajustado, perfecto para su figura.Hadriel asintió, tomando el traje sin mucha emoción en su rostro, pero con la habitual precisión en sus movimientos. Entró en el probador mientras Hellen lo observaba desde un sillón cercanoHellen jugaba con sus manos de forma nerviosa, con un mechón de su cabello. Cuando Hadriel salió el aire pareció detenerse por un instante. El traje le quedaba a la perfección, resaltando su figura atlética y su porte impecable. Se puso de pie, sorprendida por lo bien que se veía.—Te... te ves increíble, Hadriel —murmuró ella, sin poder evitar el rubor que subía a sus mejillas.
Hadriel se dio cuenta de que no se trataba solo de un trato o una obligación. Hellen había logrado llegar a un lugar en su corazón que nadie más había tocado, y aunque aún no entendía del todo lo que eso significaba, supo que ella era especial. Mientras sus ojos permanecían fijos en los de Hellen, algo dentro de él se suavizaba, como si la frialdad que lo había definido durante tanto tiempo se estuviera desvaneciendo lentamente.A pesar de que su rostro seguía siendo una máscara de calma, por dentro, Hadriel experimentaba una transformación silenciosa. Su corazón, antes de hielo, comenzaba a latir con una nueva fuerza, cada latido derritiendo un poco más de esa barrera gélida. No sabía adónde lo llevaría todo esto, pero en ese instante, no podía negar que Hellen estaba cambiando algo fundamental en él.Hellen intentó mantener la compostura mientras se apartaba de Hadriel, su voz temblorosa cuando pronunció las palabras. Dio un paso hacia atrás, sintiendo cómo la cercanía de él aún res
Al esperar en silencio, Hadriel podía sentir que algo en su interior estaba cambiando. Era un desconcierto que rara vez había experimentado, pero era demasiado disciplinado para dejar que eso afectara su comportamiento exterior. Mantendría las cosas bajo control, asegurándose de que su relación con Hellen avanzara de manera segura y estable. En su mente, proteger ese vínculo, aunque fuera nuevo y frágil, era lo más importante en ese momento.Después, Hadriel y Hellen decidieron que, en lugar de las tradicionales despedidas de soltero por separado, preferían una cena romántica juntos. La elección del lugar fue un restaurante en el corazón de Alemania, conocido por su elegancia y atmósfera íntima, un lugar perfecto para una noche tan especial.El restaurante, situado en un edificio histórico de piedra, exudaba un encanto antiguo y refinado. La fachada estaba iluminada suavemente por faroles que proyectaban una luz cálida y acogedora, creando un contraste con la fresca noche alemana. Al
Hellen se preguntaba cómo sería vivir junto a él, compartir el día a día, aun si comenzaban en habitaciones separadas. La idea de estar tan cerca de Hadriel, y al mismo tiempo mantener cierta distancia, la llenaba de una mezcla de ansiedad y anhelo. Había un abismo entre ellos, uno que Hellen temía cruzar, pero que al mismo tiempo la tentaba. ¿Qué pensaría él en ese momento? ¿Estaría él, en la soledad de su habitación, pensando también en ella?El ambiente tranquilo del apartamento era una paradoja para sus emociones turbulentas. Sabía que el próximo día cambiaría su vida para siempre, y aunque la idea de casarse con Hadriel debería haberla llenado de seguridad, no podía ignorar el remolino de dudas que la acosaban. ¿Podría realmente ser feliz con él? ¿Podría llegar a amarlo de la manera que él merecía? Y más importante, ¿podría él amarla, aun con todo lo que ella ocultaba?El silencio de la noche acentuaba cada uno de sus pensamientos, haciéndolos más pesados. Se sentía sola, incluso
Hadriel se despertó antes de que el sol asomara por el horizonte. La tenue luz de la madrugada se colaba por las ventanas, iluminando su habitación con un brillo suave y grisáceo. Había dormido poco, pero eso no le molestaba; estaba acostumbrado a largas jornadas con escasas horas de descanso. La importancia del día que tenía por delante, sin embargo, lo mantenía en un estado de alerta inusual.Sin hacer ruido, se levantó de la cama y se dirigió al baño. El agua fría de la ducha lo ayudó a despejarse, aunque su mente ya estaba completamente despierta, enfocada en la ceremonia que estaba a solo unas horas de distancia. Mientras se secaba, su reflejo en el espejo le devolvía una imagen de calma y control, esa misma máscara de frialdad y seriedad que siempre había llevado y que, hoy, parecía más necesaria que nunca.Después de la ducha, se dirigió al vestidor. La elección de su atuendo era un ritual meticuloso, como todo lo que hacía en su vida. Deslizó sus dedos por las camisas perfecta
El jardín del hospital, que había sido preparado para la ceremonia, era un espacio íntimo, adornado con un toque de elegancia sencilla. Las flores que lo decoraban eran de colores suaves: rosas blancas, lilas y algunas margaritas, que aportaban un aire fresco y sereno. Un pequeño arco cubierto de enredaderas verdes y flores blancas había sido colocado como punto focal, donde los votos serían intercambiados. Las sillas para los invitados estaban alineadas en filas, decoradas con cintas de seda blanca que caían en suaves ondas hasta el suelo.Los invitados eran una mezcla única de personas, que reflejaba la particularidad de la boda. La mayoría de ellos eran pacientes del hospital, personas de todas las edades que luchaban con diversas enfermedades, pero que habían sido invitados a participar en este evento como una forma de traerles un poco de alegría. Había niños con sonrisas brillantes a pesar de sus rostros pálidos, ancianos con ojos llenos de sabiduría y esperanza, y adultos que, a