62. El tacto

El tacto de Hadriel era firme y cálido, transmitiendo una mezcla de seguridad y vulnerabilidad. Mientras sostenía las manos de Hellen, una corriente eléctrica recorría su cuerpo, haciéndola consciente de cada punto de contacto. Las manos de Hadriel, fuertes y protectoras, contrastaban con la suavidad de su propia piel, y ese simple gesto hizo que su corazón latiera con más fuerza. Cuando Hadriel pronunció su nombre, Hellen sintió que el mundo se detenía por un instante. Sus ojos turquesas, profundos y brillantes, la miraban con una intensidad que la desarmaba. Eran como dos océanos que podían ver a través de su alma, desnudando sus miedos y deseos más profundos. Esa mirada la hacía sentirse vista, como si no hubiera nada en el mundo más importante para él en ese momento que ella.

El cabello oscuro de Hadriel enmarcaba su rostro de manera perfecta, realzando aún más la simetría de sus rasgos. Tenía una belleza etérea, casi divina, que lo hacía parecer inalcanzable, como si fuera un ser
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