Hadriel se dio cuenta de que no se trataba solo de un trato o una obligación. Hellen había logrado llegar a un lugar en su corazón que nadie más había tocado, y aunque aún no entendía del todo lo que eso significaba, supo que ella era especial. Mientras sus ojos permanecían fijos en los de Hellen, algo dentro de él se suavizaba, como si la frialdad que lo había definido durante tanto tiempo se estuviera desvaneciendo lentamente.A pesar de que su rostro seguía siendo una máscara de calma, por dentro, Hadriel experimentaba una transformación silenciosa. Su corazón, antes de hielo, comenzaba a latir con una nueva fuerza, cada latido derritiendo un poco más de esa barrera gélida. No sabía adónde lo llevaría todo esto, pero en ese instante, no podía negar que Hellen estaba cambiando algo fundamental en él.Hellen intentó mantener la compostura mientras se apartaba de Hadriel, su voz temblorosa cuando pronunció las palabras. Dio un paso hacia atrás, sintiendo cómo la cercanía de él aún res
Al esperar en silencio, Hadriel podía sentir que algo en su interior estaba cambiando. Era un desconcierto que rara vez había experimentado, pero era demasiado disciplinado para dejar que eso afectara su comportamiento exterior. Mantendría las cosas bajo control, asegurándose de que su relación con Hellen avanzara de manera segura y estable. En su mente, proteger ese vínculo, aunque fuera nuevo y frágil, era lo más importante en ese momento.Después, Hadriel y Hellen decidieron que, en lugar de las tradicionales despedidas de soltero por separado, preferían una cena romántica juntos. La elección del lugar fue un restaurante en el corazón de Alemania, conocido por su elegancia y atmósfera íntima, un lugar perfecto para una noche tan especial.El restaurante, situado en un edificio histórico de piedra, exudaba un encanto antiguo y refinado. La fachada estaba iluminada suavemente por faroles que proyectaban una luz cálida y acogedora, creando un contraste con la fresca noche alemana. Al
Hellen se preguntaba cómo sería vivir junto a él, compartir el día a día, aun si comenzaban en habitaciones separadas. La idea de estar tan cerca de Hadriel, y al mismo tiempo mantener cierta distancia, la llenaba de una mezcla de ansiedad y anhelo. Había un abismo entre ellos, uno que Hellen temía cruzar, pero que al mismo tiempo la tentaba. ¿Qué pensaría él en ese momento? ¿Estaría él, en la soledad de su habitación, pensando también en ella?El ambiente tranquilo del apartamento era una paradoja para sus emociones turbulentas. Sabía que el próximo día cambiaría su vida para siempre, y aunque la idea de casarse con Hadriel debería haberla llenado de seguridad, no podía ignorar el remolino de dudas que la acosaban. ¿Podría realmente ser feliz con él? ¿Podría llegar a amarlo de la manera que él merecía? Y más importante, ¿podría él amarla, aun con todo lo que ella ocultaba?El silencio de la noche acentuaba cada uno de sus pensamientos, haciéndolos más pesados. Se sentía sola, incluso
Hadriel se despertó antes de que el sol asomara por el horizonte. La tenue luz de la madrugada se colaba por las ventanas, iluminando su habitación con un brillo suave y grisáceo. Había dormido poco, pero eso no le molestaba; estaba acostumbrado a largas jornadas con escasas horas de descanso. La importancia del día que tenía por delante, sin embargo, lo mantenía en un estado de alerta inusual.Sin hacer ruido, se levantó de la cama y se dirigió al baño. El agua fría de la ducha lo ayudó a despejarse, aunque su mente ya estaba completamente despierta, enfocada en la ceremonia que estaba a solo unas horas de distancia. Mientras se secaba, su reflejo en el espejo le devolvía una imagen de calma y control, esa misma máscara de frialdad y seriedad que siempre había llevado y que, hoy, parecía más necesaria que nunca.Después de la ducha, se dirigió al vestidor. La elección de su atuendo era un ritual meticuloso, como todo lo que hacía en su vida. Deslizó sus dedos por las camisas perfecta
El jardín del hospital, que había sido preparado para la ceremonia, era un espacio íntimo, adornado con un toque de elegancia sencilla. Las flores que lo decoraban eran de colores suaves: rosas blancas, lilas y algunas margaritas, que aportaban un aire fresco y sereno. Un pequeño arco cubierto de enredaderas verdes y flores blancas había sido colocado como punto focal, donde los votos serían intercambiados. Las sillas para los invitados estaban alineadas en filas, decoradas con cintas de seda blanca que caían en suaves ondas hasta el suelo.Los invitados eran una mezcla única de personas, que reflejaba la particularidad de la boda. La mayoría de ellos eran pacientes del hospital, personas de todas las edades que luchaban con diversas enfermedades, pero que habían sido invitados a participar en este evento como una forma de traerles un poco de alegría. Había niños con sonrisas brillantes a pesar de sus rostros pálidos, ancianos con ojos llenos de sabiduría y esperanza, y adultos que, a
Hellen se sentía atrapada en una mezcla de emociones mientras viajaba al hospital con sus hermanos, Hellan y Howard. En el asiento trasero del auto, su mente se debatía entre la alegría, la incertidumbre y un nerviosismo que parecía envolver cada uno de sus pensamientos. El suave balanceo del vehículo era un recordatorio de la realidad que se aproximaba rápidamente, mientras sus manos, ligeramente temblorosas, sostenían el ramo de flores blancas con una delicadeza casi reverente.Hellan, con su energía habitual, trataba de mantener la conversación ligera, pero Hellen apenas escuchaba. Sus pensamientos se centraban en lo que estaba por venir, en lo que significaba este día. Howard, sentado a su lado, le ofreció una sonrisa de apoyo, aunque en su mirada se percibía el mismo nerviosismo que Hellen sentía. Él, su protector y confidente desde siempre, la iba a entregar en el altar, un gesto que parecía simbólicamente enorme, una transferencia de protección y cuidado.El hospital, con su fa
—Queridos amigos y familiares —dijo el sacerdote, iniciando con su voz, resonando en el jardín—, hoy estamos aquí reunidos para celebrar la unión de dos almas que, guiadas por el destino y las circunstancias, han decidido caminar juntas en la vida. En medio de las pruebas y dificultades que ambos han enfrentado, han encontrado en el otro un apoyo, una razón para seguir adelante.Los ojos de Hellen se humedecieron al escuchar estas palabras. Sabía que lo que estaba a punto de suceder no era simplemente una formalidad, sino un compromiso profundo, uno que implicaba no solo a ellos dos, sino también a las vidas que estaban a punto de traer al mundo. Su corazón latía con fuerza, consciente de la importancia del momento, mientras la mano de Hadriel, aun sosteniendo la suya, le brindaba una sensación de calma.—El matrimonio —comentó el sacerdote— es un acto de amor, de confianza y de entrega mutua. No es solo un contrato, sino un compromiso sagrado que une a dos personas en cuerpo y alma.
Cuando los labios de Hadriel rozaron los suyos, Hellen sintió un leve estremecimiento recorrer su cuerpo, como si una corriente suave y cálida se deslizara por cada rincón de su ser. Aunque fue un beso breve, un gesto fugaz parte del protocolo de la boda, para ella significó mucho más. El ligero peso de sus labios sobre los de ella fue delicado, casi etéreo, pero dejó una impresión profunda, como un acto sencillo, pero memorable al contacto.El mundo alrededor pareció desvanecerse en ese instante. Todo lo que existía era el contacto sutil entre ellos, un punto de conexión que, aunque efímero, contenía una carga de promesas y emociones no dichas. Sentía su corazón latir con fuerza, cada latido sincronizándose con la realidad de lo que acababa de suceder.La suavidad del ósculo le transmitió una extraña mezcla de seguridad y vulnerabilidad. Era consciente de que, a pesar de que el gesto fue breve, había una ternura en la forma en que Hadriel la besó que la dejó ligeramente aturdida. No