Hadriel se despertó antes de que el sol asomara por el horizonte. La tenue luz de la madrugada se colaba por las ventanas, iluminando su habitación con un brillo suave y grisáceo. Había dormido poco, pero eso no le molestaba; estaba acostumbrado a largas jornadas con escasas horas de descanso. La importancia del día que tenía por delante, sin embargo, lo mantenía en un estado de alerta inusual.Sin hacer ruido, se levantó de la cama y se dirigió al baño. El agua fría de la ducha lo ayudó a despejarse, aunque su mente ya estaba completamente despierta, enfocada en la ceremonia que estaba a solo unas horas de distancia. Mientras se secaba, su reflejo en el espejo le devolvía una imagen de calma y control, esa misma máscara de frialdad y seriedad que siempre había llevado y que, hoy, parecía más necesaria que nunca.Después de la ducha, se dirigió al vestidor. La elección de su atuendo era un ritual meticuloso, como todo lo que hacía en su vida. Deslizó sus dedos por las camisas perfecta
El jardín del hospital, que había sido preparado para la ceremonia, era un espacio íntimo, adornado con un toque de elegancia sencilla. Las flores que lo decoraban eran de colores suaves: rosas blancas, lilas y algunas margaritas, que aportaban un aire fresco y sereno. Un pequeño arco cubierto de enredaderas verdes y flores blancas había sido colocado como punto focal, donde los votos serían intercambiados. Las sillas para los invitados estaban alineadas en filas, decoradas con cintas de seda blanca que caían en suaves ondas hasta el suelo.Los invitados eran una mezcla única de personas, que reflejaba la particularidad de la boda. La mayoría de ellos eran pacientes del hospital, personas de todas las edades que luchaban con diversas enfermedades, pero que habían sido invitados a participar en este evento como una forma de traerles un poco de alegría. Había niños con sonrisas brillantes a pesar de sus rostros pálidos, ancianos con ojos llenos de sabiduría y esperanza, y adultos que, a
Hellen se sentía atrapada en una mezcla de emociones mientras viajaba al hospital con sus hermanos, Hellan y Howard. En el asiento trasero del auto, su mente se debatía entre la alegría, la incertidumbre y un nerviosismo que parecía envolver cada uno de sus pensamientos. El suave balanceo del vehículo era un recordatorio de la realidad que se aproximaba rápidamente, mientras sus manos, ligeramente temblorosas, sostenían el ramo de flores blancas con una delicadeza casi reverente.Hellan, con su energía habitual, trataba de mantener la conversación ligera, pero Hellen apenas escuchaba. Sus pensamientos se centraban en lo que estaba por venir, en lo que significaba este día. Howard, sentado a su lado, le ofreció una sonrisa de apoyo, aunque en su mirada se percibía el mismo nerviosismo que Hellen sentía. Él, su protector y confidente desde siempre, la iba a entregar en el altar, un gesto que parecía simbólicamente enorme, una transferencia de protección y cuidado.El hospital, con su fa
—Queridos amigos y familiares —dijo el sacerdote, iniciando con su voz, resonando en el jardín—, hoy estamos aquí reunidos para celebrar la unión de dos almas que, guiadas por el destino y las circunstancias, han decidido caminar juntas en la vida. En medio de las pruebas y dificultades que ambos han enfrentado, han encontrado en el otro un apoyo, una razón para seguir adelante.Los ojos de Hellen se humedecieron al escuchar estas palabras. Sabía que lo que estaba a punto de suceder no era simplemente una formalidad, sino un compromiso profundo, uno que implicaba no solo a ellos dos, sino también a las vidas que estaban a punto de traer al mundo. Su corazón latía con fuerza, consciente de la importancia del momento, mientras la mano de Hadriel, aun sosteniendo la suya, le brindaba una sensación de calma.—El matrimonio —comentó el sacerdote— es un acto de amor, de confianza y de entrega mutua. No es solo un contrato, sino un compromiso sagrado que une a dos personas en cuerpo y alma.
Cuando los labios de Hadriel rozaron los suyos, Hellen sintió un leve estremecimiento recorrer su cuerpo, como si una corriente suave y cálida se deslizara por cada rincón de su ser. Aunque fue un beso breve, un gesto fugaz parte del protocolo de la boda, para ella significó mucho más. El ligero peso de sus labios sobre los de ella fue delicado, casi etéreo, pero dejó una impresión profunda, como un acto sencillo, pero memorable al contacto.El mundo alrededor pareció desvanecerse en ese instante. Todo lo que existía era el contacto sutil entre ellos, un punto de conexión que, aunque efímero, contenía una carga de promesas y emociones no dichas. Sentía su corazón latir con fuerza, cada latido sincronizándose con la realidad de lo que acababa de suceder.La suavidad del ósculo le transmitió una extraña mezcla de seguridad y vulnerabilidad. Era consciente de que, a pesar de que el gesto fue breve, había una ternura en la forma en que Hadriel la besó que la dejó ligeramente aturdida. No
El sol de la mañana seguía brillando suavemente, bañando el jardín del hospital con su cálida luz dorada. Después del primer baile, Hellen y Hadriel se dirigieron juntos hacia la mesa donde les esperaba el pastel de bodas, un hermoso pastel blanco de varios niveles decorado con flores de azúcar que combinaban con el tema floral del día.Hellen sonrió con timidez, mientras tomaba el cuchillo de la mano de Hadriel. Los dos se inclinaron hacia adelante, cortando juntos la primera rebanada. Sus movimientos eran pausados y elegantes, reflejando la solemnidad del momento. Los invitados aplaudieron y algunos incluso dejaron escapar exclamaciones de alegría al ver a la pareja compartir esta tradición.Después de cortar el pastel, Hellen y Hadriel se tomaron un momento para disfrutar de ese primer bocado, alimentándose mutuamente con sonrisas discretas. La dulzura del pastel fue un reflejo perfecto de la dulzura del momento, un instante de tranquilidad en medio de la emoción del día.Luego, la
La noche de bodas de Hellen y Hadriel, aunque marcada por la formalidad y la rigidez de un acuerdo contractual, fue un evento que ninguno de los dos olvidaría, pero no por las razones tradicionales. En lugar de una celebración de amor y pasión, fue una noche envuelta en un aire de distancia y desconexión, un recordatorio constante de que su unión no se había forjado en el fuego del deseo mutuo, sino en la fría lógica de un contrato.Habían llegado al hotel tras una discreta ceremonia, una boda sin la pompa y circunstancia que uno podría esperar. No hubo música resonante, ni pétalos de flores lanzados al aire, ni risas de amigos y familiares. Solo la firma en un documento, las palabras necesarias para sellar un trato, y la leve incomodidad de saberse unidos por algo más que el simple deseo de estar juntos.En la suite del hotel, el ambiente estaba impregnado de una formalidad casi palpable. Los obsequios, dispuestos cuidadosamente sobre una mesa, eran una mezcla de artículos prácticos
El embarazo de Hellen, sin embargo, era solo una parte de la tormenta que se desarrollaba en su mente. Su padre, el hombre que había sido una figura tan dominante y poderosa en su vida, estaba muriendo. El hecho de que estuviera al borde de perderlo llenaba a Hadriel de una tristeza que no sabía cómo expresar. Siempre había habido una distancia entre ellos, una barrera invisible que los mantenía separados, incluso cuando estaban juntos. Y ahora, cuando su padre más lo necesitaba, él estaba aquí, casado con una mujer que apenas conocía, atado a un contrato que le exigía responsabilidades que nunca había anticipado.La vida, como parecía, había tomado un giro inesperado, uno que Hadriel nunca habría podido prever. El matrimonio por contrato, aunque inicialmente parecía una solución lógica y práctica, ahora se sentía como una carga. Pero no era Hellen quien le resultaba una carga, sino la complejidad de la situación en la que ambos se encontraban. ¿Cómo podía hacer que esta relación func