El doctor Gilberto Zaragoza se paseaba por las inmediaciones de la aldea de niños huérfanos, niños a los que el infortunio o la pobreza los había tocado con el abandono.
Aunque era un panorama lleno de dolor en medio de la inocencia, siempre hay perlas en donde otros desechan y él sabía apreciar muy bien esas perlas.
Rowena tenía 18 años y era una chica muy desprolija, de cabellos ensortijados, de un naranja muy hiriente y unos ojos verdes intensos.
¿Bella? Mucho, su belleza era su descuido en su arreglo, la delgadez que la hacía parecer frágil, pero con curvas bien acentuadas y arregladas, sería una joven interesante y notable.
¿Qué se sabía de Rowena Claire? Pocas cosas, su abuela, una mujer que tenía fama de ser una bruja poderosa.
La dejó allí cuando tenía tan solo seis años, nadie sabía la razón y de cuando en cuando la visitaba y le dejaba extraños obsequios, hablaba con la niña y parecía muy cariñosa, pero lejos de eso no la llevaba.
Rowena creció en ese ambiente de desolación y tristeza, pero ella brillaba por su aspecto muy diferente a los demás.
Le agradaba al ver su amabilidad con los niños y lejanía en el trato con los adultos, era como si viviera pensando en otra cosa o viendo otras cosas a su alrededor.
Rowena no tenía a nadie, de su abuela no se sabía nada y se la creía muerta y él estaba allí por una misión especial.
—Así que ella es Rowena.
—Una perla, una joven hacendosa, silenciosa, muy especial.
—Conocí a Zafica, la abuela de Rowena —vio el interés de la monja—. Hacía prácticas en el Amazonas y allí ella se iniciaba como bruja, una mujer muy brillante y peligrosa.
Recordar era volver a vivir. Zafica era bella, una belleza de mujer de ojos verdes, del tono de Rowena, pero muy especial. Además, se enamoró de un hombre inglés que le dio una hija y luego la hija se embarazó con otro inglés que le dejó otra hija. Parecía la maldición de una familia, pero así fue todo y el testigo de todo aquello.
—Oh, entonces lo era, creí que eran cuentos… Ese tipo de cosas del vulgo, ¿y usted qué hacía por el Amazonas?
—Estudiando, todo lo que se dice de Rowena es muy muy cierto.
—Entonces, Rowena heredó su forma de ser.
—Sí, por eso vine por ella.
La monja miró al buen doctor con atención.
—¿Vino por ella?
—Ajá, le prometí a su abuela cuidar de ella y se me ha dado una oportunidad importante para poder cumplirla.
—Oh, qué bueno es, doctor, hoy pocos hombres cumplen con sus promesas.
—Es cierto, pero yo soy de esos pocos.
Llamaron a la joven que estaba ayudando a unos chicos en unos juegos y se acercó a ellos.
—Rowena, el doctor, desea hablar contigo.
La joven asintió y miró al doctor con atención, tenía ese aire de extranjero típico de los médicos que iban a realizar operaciones gratis en Sudamérica.
—Rowena, es un nombre muy raro, pero bonito.
—Gracias, pero creo que la persona que me lo puso se quería burlar de mí.
Gilberto sonrió y le explicó.
—¿Sabes algo de tu abuela?
—De mi abuela no sé nada, salvo lo que me dijo cuando tenía ocho años —recordó la voz tosca de su abuela—. Ella dijo que mi vida era especial, que yo era especial y que mi vida iba a cambiar para siempre.
—Sí, son grandes palabras.
—Pero tengo 10 años aquí y no pasa nada.
—Eso va a cambiar, tu abuela fue una gran amiga mía y la aprecié mucho siempre y juré ayudarte en su momento.
No sabía de qué forma hasta que el anciano le explicó.
—Voy a viajar a España y deseo que vengas conmigo.
—¿A España?
—Sí, hay una familia que necesita a una persona especial y pensé en ti.
—¿Especial?
—Sí, una persona especial que los entienda y respete tal como son.
Rowena frunció el ceño, no entendía nada y el anciano le explicó.
—No sé si tu abuela te habló de los diferentes seres que habitan este mundo.
—¡Ah, eso…! Sí, me contó varias historias.
—¿Qué piensas de sus historias?
—La abuela decía que no debía sorprenderme por nada en el mundo, aunque… No sé a lo que se refería.
—Bien, piensa en eso y empaca tus cosas, pues nos vamos de este lugar.
Sintió una gran emoción en su interior al poder salir de ese lugar, aunque no sabía bien a dónde.
Recordó que su abuela solía decirle que no todo era como se esperaba o veía, siempre le contaba historias sobre seres sobrenaturales, criaturas fantásticas y que podían helar la sangre y sus palabras con respecto a ello.
—No tengas miedo, las personas como nosotras podemos ver esas criaturas y muchas más, eso nos vuelve especial.
—¿Eso existe?
—Sí, conviven con nosotros, son parte de nuestro mundo, pero pocos lo saben y los sospechan.
—¿Qué pasa si veo uno?
—Nada, no te pueden hacer nada, eres especial, Rowena, tienes un don, un don que pronto se va a canalizar y verás lo poderosa que serás.
En ese instante pensaba que su abuela solo intentaba subirle la autoestima a la zanahoria con patas, como solían gritarle los chicos.
—Ten esto, querida.
Le había dado un extraño amuleto en forma de medallón como un relicario que no se podía abrir por nada del mundo, sobre él incrustado un colmillo y unos grabados raros.
—Esto hará que te respeten y se te abrirán puertas donde quiera que vayas.
No lo vio como la gran cosa, pero cuando se sentía sola solía tocarlo y admirarlo con suma atención sin poder explicar su valor.
Ahora el Buen Dios se había acordado de ella y ahora podía hacer algo con su vida en ese momento. Rowena iba a vivir la aventura de su vida. Afuera, la risa de los niños la acompañaba, pero se alejaba, sí, se alejaba a cada momento y ahora era un susurro grato, como un canto en baja voz… Y era bueno. Suspiró mirando a la cama en donde una pequeña maleta celeste descansaba, era fácil llenarla con las pocas prendas que tenía para su uso.
El doctor, antes de irse, le había preguntado.
—¿Tienes miedo, Rowena?
La voz del doctor la trajo a la tierra.
—Bueno, es la primera vez que voy a salir de mi hogar.
—Te espero allá, recuerda que las cosas van a cambiar y vas a ir a un lugar muy especial, con gente muy especial.
Y no dijo nada más, solo tenía esa promesa en su voz y ahora iba rumbo a ese nuevo mundo especial que le habían prometido.
—Busca al gris, busca al gris.
La voz de su abuela parecía resonar en su interior, abrió los ojos y estaba dentro del avión. ¿El gris? Su abuela le contaba sobre un lobo gris, una extraña criatura con un hechizo: en el día caminaba como hombre y en la noche, como lobo, sonrió. Su abuela debió trabajar para Disney, pero decía que ese colmillo le perteneció a un poderoso Gris.
—Los grises son poderosos, aunque escasos, desconfiados y algo temerosos con los desconocidos.
—Abuela, ¿eso existe?
—Todo existe, solo debes de ver las cosas con esos ojos verdes que Dios te dio.
Concibió el sueño y se vio en un bosque caminando y de repente escuchó el crujir de ramas. No estaba sola, trató de ver algo en medio de la noche, caminó mirando a su alrededor hasta dar con un claro de luna y allí, vio un par de ojos plateados que resplandecían en la oscuridad.
Con cautela se fue acercando hasta llegar al borde del rayo de luna y vio emerger a un… Dios mío, un lobo enorme.
Era la primera vez que veía a un lobo tan grande en su vida, era gris con manchas oscuras y sus ojos parecían transmitirle algo, una mezcla entre sosiego y cautela.
Rowena sintió que su mirada la traspasaba, era la mirada de un humano en un animal.
—¿Qué eres?
La criatura dio un paso hacia adelante sin dejar de mirarla.
—¿Qué eres?
La voz del anciano doctor se escuchó llamándola y, al girar ligeramente la cabeza, la criatura desapareció entre el follaje.
—¿Qué es todo esto?
El anciano se acercaba a paso lento y miró a la joven estática bañada por la luna, y su rojizo cabello resplandecía.
—Rowena, ¿qué tienes?
—Acabo de ver un… Un lobo grande, el más grande que he visto en mi vida, si es que eso es capaz de existir.
El anciano emocionado le preguntó.
—¿Lo viste? ¿Era un gris?
—Sí, me miró… sus ojos eran… Eran tan humanos y a la vez… —No supo explicar.
—No me equivoqué, Rowena, eres alguien especial —el anciano le explicó entonces—. Solo las personas especiales pueden verlo.
—¿Es el don de mi abuela?
—Ajá, mañana te llevaré a la villa de los Keller, debes ganarte la vida y allí encajarás perfectamente.
—¿Encajar?
—Sí, siempre hay un lugar especial para alguien especial.
Siempre deseó encajar en algún lado y ahora con lo visto supo que su abuela tuvo razón todo el tiempo, ella fue una bruja y ella heredó sus dones, estaba completa.
Le escribía a su amiga imaginaria en un diario improvisado.“Querida Darla:Estoy cerca del cielo, es increíble esa sensación, puedo ver las nubes. Si tan solo pudiera tocarlas, Darla.Si tan solo pudieras verlas, son como grandes algodones que al ser atravesados se diluyen.Creo que hasta Dios me está viendo, aunque ese sueño extraño todavía me tiene preocupada, ¿será verdad todo lo que decía la vieja Zafica?Solo me queda averiguarlo”.Horas después estaba en otro país y se sentía bastante impactada, porque se dio cuenta de que había dejado lejos a su país natal. Toda su vida se había quedado a cientos de kilómetros.Caminó por un rato mirando rostros que no le eran familiares y de repente un hombre vestido con un uniforme negro y una gorrita se acercó a ella.—¿Rowena Claire?—Sí.—Venga conmigo, el doctor Zaragoza la espera.El tipo tenía una expresión muy rara, como si ella apestara, tocó su amuleto, solo esperaba que todo saliera bien.—¿El doctor se encuentra bien?Nada, parecí
El auto del doctor Zaragoza frenó frente a un portón y este automáticamente se abrió. El auto se deslizó por un camino perfectamente delineado, tomó una pendiente y ante sus ojos se alzó una imponente mansión totalmente iluminada. Algunos jóvenes hacían guardia y él rodeó una fuente que dominaba la entrada y vio a Boris esperándolo.—Gracias por venir, doctor —entonces preguntó—. ¿Y la joven que olía a hierbas frescas?Dijo el joven exaltado.—Hablas de Rowena, es mi huésped una chica especial.—Extraño nombre —caviló y repitió—. Rowena.—Sí, es un nombre curioso, pero entonces ella es una criatura curiosa.—Mi abuela, ella se puso mal…—Calma, muchacho —lo serenó—. Ya estoy aquí.—Sí, gracias —lo acompañó a la entrada y le comentó—. La abuela se sintió mal durante la cena y no se ha podido levantar de su lecho.Sabía que era una simple pataleta; esos seres no se desmoronaban con facilidad.—Boris, sé cuánto amas a tu abuela, pero nada conseguirás con alterarte.El joven no se sentía
“Querida Darla:Estoy rumbo a lo que parece ser la aventura de mi vida. El doctor Zaragoza dijo que los Keller son especiales y allí está él con ellos. El joven que vino ese día, es especial.Ya sé lo que me dirás, Darla. Cuidado, Rowena, pero no me asusta saber que no es como los demás, es más, quiero probar sus labios y ver si son como los de todos los hombres.El doctor dice que esto cambiará la perspectiva de mi vida y que voy a conocer el otro lado del mundo. Yo solo quiero saber que tanto puede cambiarme esta experiencia. Por el momento ya llevo 2 horas de camino y he llegado a la villa de los Susurros y el paisaje se ve tan exclusivo…Bueno, Darla, te escribiré ya instalada en la casa.Rowena.Cuando el taxi frenó frente a un portón muy elegante que tenía un letrero que en letras doradas decía: Keller—Vanoni. El taxista se bajó y le abrió la puerta diciéndole:—Bienvenida a la villa Keller, no lo dejó adentró, pues… Esta gente es muy rara.—Gracias.Rowena miró el portón y tocó
La habitación tenía una exquisita decoración, la cama de hierro forjado era enorme y tenía un suave edredón blanco con ligeros bordados de flores amarillas en sus flancos.El piso era alfombrado en su totalidad, la habitación constaba con su propia coqueta de diseño clásico con tonos suavizados y delicados, el espejo era muy nítido.El mayordomo le indicó.—Tendrá que estudiar las normas de la casa —le tendió un librito y recalcó—. Los horarios de comida están perfectamente detallados y son una hora después de que los señores coman, espero no tener inconvenientes con usted.Al quedar sola, se lanzó sobre la cama y rebotó. El frío menguaba poco a poco, empezó a tocar cada pieza, a oler las sábanas que destilaban un perfume muy delicado.Recorrió con sus dedos las paredes y se sentó en la coqueta y se miró al espejo. Sus dedos tocaron la superficie y sonrió.Caminó al balcón y abrió las puertas. El viento remeció las cortinas, el aroma de rosas llegó hasta sus narices. En efecto, había