Le escribía a su amiga imaginaria en un diario improvisado.
“Querida Darla:
Estoy cerca del cielo, es increíble esa sensación, puedo ver las nubes. Si tan solo pudiera tocarlas, Darla.
Si tan solo pudieras verlas, son como grandes algodones que al ser atravesados se diluyen.
Creo que hasta Dios me está viendo, aunque ese sueño extraño todavía me tiene preocupada, ¿será verdad todo lo que decía la vieja Zafica?
Solo me queda averiguarlo”.
Horas después estaba en otro país y se sentía bastante impactada, porque se dio cuenta de que había dejado lejos a su país natal. Toda su vida se había quedado a cientos de kilómetros.
Caminó por un rato mirando rostros que no le eran familiares y de repente un hombre vestido con un uniforme negro y una gorrita se acercó a ella.
—¿Rowena Claire?
—Sí.
—Venga conmigo, el doctor Zaragoza la espera.
El tipo tenía una expresión muy rara, como si ella apestara, tocó su amuleto, solo esperaba que todo saliera bien.
—¿El doctor se encuentra bien?
Nada, parecía que el sujeto no la escuchaba y eso comenzó a incomodarla.
Hacía frío y nevaba, miró con atención cómo la nieve caía de forma estrepitosa. No sabía a dónde irían y el camino se le hizo largo y agotador, tanto que se durmió y cuando despertó entraban a una villa.
—¿Ya llegamos?
—Casi…
Al menos le respondió, se restregó los ojos y miró el panorama. Era blanco, muy extraño para alguien acostumbrado al clima tropical. Se detuvieron en una gran casa muy señorial.
—Es aquí.
Era de noche y cuando al bajar del auto, el golpe de frío la tocó y era una extraña sensación.
—El doctor la espera.
Entró al rellano de la casa y una mujer la recibió.
—Bienvenida, señorita Claire.
—Gracias.
—El doctor la espera con muchas ansias, ¿fue grato su viaje?
—Largo, muy largo.
—Claro, le serviré un té caliente y algo de comer.
Solo allí recordó que estaba famélica, no había comido durante el vuelo, pues tenía náuseas y al bajar la expectativa de ver al doctor, la distrajo.
Fue a la sala que tenía un estilo muy suntuoso, sentado en un sillón cerca de una chimenea encendida que daba calor a todo el entorno. El buen doctor Zaragoza la esperaba fumando una pipa oscura.
—Rowena, es bueno verte.
—Doctor.
—Bienvenida.
—Gracias.
—¿Qué tal tu viaje?
—Largo, lleno de sensaciones y emociones.
—Lo supuse.
La anciana llegó con unos buñuelos y té para los dos.
—Espero que te gusten los buñuelos de calabaza, receta de mi madre.
Olía delicioso y el sabor era excelente, comió como desaforada y se dio cuenta de que ante el doctor parecía una especie de aborigen hambrienta.
—Lo siento, tenía hambre.
—Descuida, la señora Cleo ama que disfruten sus comidas y hay de aquel que no lo haga —alzó el dedo—. Es una total ofensa para ella.
—Pues, son los mejores buñuelos que he probado.
—Se lo diré en su momento —entonces se puso serio y le explicó—. Quiero que descanses esta noche, apuesto que estás muy cansada.
Y lo estaba, sintió que su espíritu corrió mucho y ahora había llegado a su destino.
—Descansa, Rowena.
La alojaron en una cómoda habitación y apenas pudo cerrar los ojos y caer como un fardo en la cama. Se vio corriendo por un bosque y siendo rodeada de extrañas criaturas. Una loba blanca de ojos rojos se irguió frente a ella.
—Rowena… Rowena…
Decía su nombre como si la conociera, era tan imponente que le dio miedo solo verla frente a ella. La loba habló.
—No puedes detenerme, Rowena. Tu destino está sellado.
Escuchó el aullido de un lobo y eso la inquietó tanto que despertó y ya era de día. Cuando vio el reloj eran las 10 de la mañana. ¡Eso no podía ser cierto! Había dormido tanto y eso no era bueno.
Apenas pudo, se cambió y al bajar la anciana la esperaba.
—Querida, espero que hayas dormido bien.
—Lo siento, me quedé dormida.
—Descuida, el doctor me dijo que te dejara descansar.
—¿Y el doctor?
—Desayunó y fue a atender en su consultorio a los pacientes.
La llevó a la cocina en donde le puso delante un desayuno completo y de postre una Panchineta.
—Espero que te guste todo.
—Gracias, muchas gracias.
Todo estuvo delicioso y la mujer se movía por toda la cocina haciendo cualquier cosa.
—Es bueno tener visitas, siempre es bueno.
Sacaba una funda con unos huesos de cerdo que los colocaba en una gran olla.
—Me encanta cocinar para mucha gente, pero el doctor es un hombre muy solo, su hijo viene tan poco a verle.
Eso llamó la curiosidad de Rowena.
—¿El doctor tiene un hijo?
—Bertino, es doctor, pero de un hospital en Barcelona, viene tan pocas veces y allí le preparo toda clase de postres.
Desconocía que el doctor tenía familia, pero no conocía mucho de él, entonces le dijo a la doña.
—Quisiera hablar con el doctor.
—Ya viene —miró el reloj que tenía en la pared—, siempre toma un té caliente y pica algo a esta hora.
Fueron a la sala y, en efecto, el doctor entraba en esos momentos enfundado en un grueso abrigo.
—¡Qué bueno que estés de pie!
—Doctor, gracias por todo lo que ha hecho por mí.
—Tranquila, mi té y mi panecillo, Cleo.
Fueron cerca de la chimenea y el anciano tomó asiento.
—Rowena, es bueno, verte de buen ánimo.
—Gracias por lo que hizo por mí.
—Tranquila, toma un té conmigo y te diré algunas cosas.
Tomaban un té caliente que les vino de maravilla y el doctor anunció.
—No volveré a la consulta, hace mucho frío y hay poca demanda.
Cleo asintió y se retiró, quedaron solos y el anciano habló.
—Rowena, soy médico de esta zona desde hace muchos años. Una gran responsabilidad, gente muy importante son mis clientes.
Hasta ahí, y por el lujo que imperaba en la casa del médico, era el doctor de los millonarios.
—Cuando ejercí la carrera juré proteger y velar por todos los pacientes, no esperé que eso fuera tan… Literal.
Rowena intentaba entender lo que el anciano quería explicarle, pero parecía dar rodeos que para él eran necesarios.
—Un día, llegó alguien a mi puerta, no podía negarme a nada, era mi deber atenderlo, pero esta persona no era normal… Esta persona era un hombre lobo.
Rowena quiso reír, pero recordó las palabras de su abuela, no podía subestimar a nada ni a nadie. El anciano continuó con su relato.
—No sabía que algo como eso pudiera ser posible, pero lo era y lo palpé con mis propios ojos y comprobé que era una realidad.
» Una realidad oculta aquí en esta región española, familias importantes con ascendencia lobuna viven entre nosotros.
Lo que no preví es que estas familias, cuando se le abre la puerta, te dominan por completo y ese fue mi caso. Me volví el doctor de los hombres lobos de esta región.
No sabía qué decir, lo cierto es que de su boca solo salió.
—¿Qué puedo hacer?
—Rowena, tu abuela conocía de estos seres y algunas veces los ayudó y otras los combatió.
Recordar a la vieja Zafica tan dada a meditar y revisar su cuaderno viejo y sus modos rudos.
—Mi abuela, ¿conoció seres así?
—Sí, los conoció, por eso sabía que eras especial —señaló su amuleto—. Ese amuleto te da autoridad para lidiar con ciertas criaturas; tu abuela te lo heredó.
Ahora entendía la importancia de ese amuleto en su vida y el anciano le dijo a la joven.
—Por eso es necesario que estés donde perteneces.
Escucharon el pito de una potente camioneta y el anciano se levantó diciendo.
—¡Oh no! No esperé que vinieran tan pronto.
Rowena se levantó junto con él y vio al anciano colocarse un abrigo grueso y salir, se asomó por la ventana discretamente y vio a un joven muy buen mozo charlando con el anciano.
—Boris, es bueno verte.
—Siento molestarlo, pero mi abuela… Ella se siente mal.
—Entiendo, iré para allá.
—Gracias —miró a la casa y vio a una joven asomada—, ¿tiene visita?
—Oh, sí, después te la presentaré, iré por mis instrumentos.
Entraba a la casa y Rowena miraba al joven que era alto y robusto, bello, el hombre más bello que había visto en mucho tiempo. El joven la observaba y tal vez mejor de lo que ella esperaba, pues su visión era especial.
La mirada de ambos se conectó por un instante y eso causó que el cuerpo de Rowena se estremeciese. Ese hombre no era normal, no podía ser cierto, era uno de ellos, de esos seres especiales.
Boris Keller miraba a la joven y analizaba sus rasgos; de hecho, los grababa. Era usual en él hacer eso, de esa forma podía fijar la esencia o aroma de la persona. Esta olía a hierba fresca movida por el viento en una mañana de lluvia.
Sonrió y ella se cubrió con la cortina para no ser notada, pero ya era tarde. El anciano le dijo en ese momento.
—Rowena —la sacó de sus cavilaciones—. Voy a atender a una paciente, por favor, medita en lo hablado.
—Es que…
—Solo recuerda todo lo que tu abuela te pudo decir en vida.
—Claro…
—Vengo entrada la noche, no me esperes, cena temprano y descansa.
Con todo lo que había escuchado se le haría difícil descansar, revisó su amuleto, única señal que su abuela le dejó. Nunca pudo abrirlo y ese colmillo ahora no le era nada alentador; más bien, la acercaba a cosas inimaginables
El auto del doctor Zaragoza frenó frente a un portón y este automáticamente se abrió. El auto se deslizó por un camino perfectamente delineado, tomó una pendiente y ante sus ojos se alzó una imponente mansión totalmente iluminada. Algunos jóvenes hacían guardia y él rodeó una fuente que dominaba la entrada y vio a Boris esperándolo.—Gracias por venir, doctor —entonces preguntó—. ¿Y la joven que olía a hierbas frescas?Dijo el joven exaltado.—Hablas de Rowena, es mi huésped una chica especial.—Extraño nombre —caviló y repitió—. Rowena.—Sí, es un nombre curioso, pero entonces ella es una criatura curiosa.—Mi abuela, ella se puso mal…—Calma, muchacho —lo serenó—. Ya estoy aquí.—Sí, gracias —lo acompañó a la entrada y le comentó—. La abuela se sintió mal durante la cena y no se ha podido levantar de su lecho.Sabía que era una simple pataleta; esos seres no se desmoronaban con facilidad.—Boris, sé cuánto amas a tu abuela, pero nada conseguirás con alterarte.El joven no se sentía
“Querida Darla:Estoy rumbo a lo que parece ser la aventura de mi vida. El doctor Zaragoza dijo que los Keller son especiales y allí está él con ellos. El joven que vino ese día, es especial.Ya sé lo que me dirás, Darla. Cuidado, Rowena, pero no me asusta saber que no es como los demás, es más, quiero probar sus labios y ver si son como los de todos los hombres.El doctor dice que esto cambiará la perspectiva de mi vida y que voy a conocer el otro lado del mundo. Yo solo quiero saber que tanto puede cambiarme esta experiencia. Por el momento ya llevo 2 horas de camino y he llegado a la villa de los Susurros y el paisaje se ve tan exclusivo…Bueno, Darla, te escribiré ya instalada en la casa.Rowena.Cuando el taxi frenó frente a un portón muy elegante que tenía un letrero que en letras doradas decía: Keller—Vanoni. El taxista se bajó y le abrió la puerta diciéndole:—Bienvenida a la villa Keller, no lo dejó adentró, pues… Esta gente es muy rara.—Gracias.Rowena miró el portón y tocó
La habitación tenía una exquisita decoración, la cama de hierro forjado era enorme y tenía un suave edredón blanco con ligeros bordados de flores amarillas en sus flancos.El piso era alfombrado en su totalidad, la habitación constaba con su propia coqueta de diseño clásico con tonos suavizados y delicados, el espejo era muy nítido.El mayordomo le indicó.—Tendrá que estudiar las normas de la casa —le tendió un librito y recalcó—. Los horarios de comida están perfectamente detallados y son una hora después de que los señores coman, espero no tener inconvenientes con usted.Al quedar sola, se lanzó sobre la cama y rebotó. El frío menguaba poco a poco, empezó a tocar cada pieza, a oler las sábanas que destilaban un perfume muy delicado.Recorrió con sus dedos las paredes y se sentó en la coqueta y se miró al espejo. Sus dedos tocaron la superficie y sonrió.Caminó al balcón y abrió las puertas. El viento remeció las cortinas, el aroma de rosas llegó hasta sus narices. En efecto, había
El doctor Gilberto Zaragoza se paseaba por las inmediaciones de la aldea de niños huérfanos, niños a los que el infortunio o la pobreza los había tocado con el abandono.Aunque era un panorama lleno de dolor en medio de la inocencia, siempre hay perlas en donde otros desechan y él sabía apreciar muy bien esas perlas.Rowena tenía 18 años y era una chica muy desprolija, de cabellos ensortijados, de un naranja muy hiriente y unos ojos verdes intensos.¿Bella? Mucho, su belleza era su descuido en su arreglo, la delgadez que la hacía parecer frágil, pero con curvas bien acentuadas y arregladas, sería una joven interesante y notable.¿Qué se sabía de Rowena Claire? Pocas cosas, su abuela, una mujer que tenía fama de ser una bruja poderosa.La dejó allí cuando tenía tan solo seis años, nadie sabía la razón y de cuando en cuando la visitaba y le dejaba extraños obsequios, hablaba con la niña y parecía muy cariñosa, pero lejos de eso no la llevaba.Rowena creció en ese ambiente de desolación