Cap. 4 Advertencia

La habitación tenía una exquisita decoración, la cama de hierro forjado era enorme y tenía un suave edredón blanco con ligeros bordados de flores amarillas en sus flancos.

El piso era alfombrado en su totalidad, la habitación constaba con su propia coqueta de diseño clásico con tonos suavizados y delicados, el espejo era muy nítido.

El mayordomo le indicó.

—Tendrá que estudiar las normas de la casa —le tendió un librito y recalcó—. Los horarios de comida están perfectamente detallados y son una hora después de que los señores coman, espero no tener inconvenientes con usted.

Al quedar sola, se lanzó sobre la cama y rebotó. El frío menguaba poco a poco, empezó a tocar cada pieza, a oler las sábanas que destilaban un perfume muy delicado.

Recorrió con sus dedos las paredes y se sentó en la coqueta y se miró al espejo. Sus dedos tocaron la superficie y sonrió.

Caminó al balcón y abrió las puertas. El viento remeció las cortinas, el aroma de rosas llegó hasta sus narices. En efecto, había un gran rosal de grandes y hermosas rosas rojas, algunas ramas tocaban el principio del piso del balcón y el perfume que despedían era suave y delicioso.

La nieve se veía por los alrededores como espesas masas; al regresar a la cama encontró su maleta sobre ella y abierta, se acercó extrañada, pues no recordaba ese gesto.; sin embargo, toda la emoción debió confundirla, sonrió complacida y se dijo:

“Rowena vas a vivir como mereces”

**

En la sala había un enfrentamiento de pareceres entre Boris y su hermana. La joven, visiblemente molesta, daba su opinión.

—Abuela, comprendo que necesites a una persona que se encargue de tus necesidades, pero no comparto tu decisión de darle una habitación cercana a la nuestra y menos aquella que significó mucho para ti.

—Querida mía… —dijo con voz suave y cadenciosa—. Es solo un capricho de tu abuela, además no quiero que Gilberto piense que trato a su protegida de forma vulgar.

Boris aprovechó para congraciarse con su abuela y comentó:

—Estoy de acuerdo contigo, abuela. Si es tu deseo hacer que tu dama de compañía tenga privilegios, no pondré objeción alguna.

Anabel lo miró con rabia y la mujer dijo satisfecha.

—Gracias, querido. Tengo planes para esa joven, la educaré y a la vez aprenderé de ella lo mejor.

Anabel no era tonta y pensó: “Lo que realmente quieres es alguien a quien dominar y esa sudamericana es un blanco perfecto…”.

Con suerte pensó la joven, la muchacha lograría distraer a su abuela de sus acciones y si era lista hasta podía utilizarla para cubrir sus fallas. En buen momento llegó la inmigrante.

**

Rowena ponía los pies sobre la tierra, si bien vivía en la habitación de una reina, tenía obligaciones de plebeya, había ojeado el libro de reglas y esa familia pecaba de estricta. Cuando colocaba una ropa en el armario, sintió que alguien pasaba por detrás de ella y se volteó presta y no vio a nadie; sin embargo, sentía que no estaba sola.

Ignoró aquel detalle, pues se sentía tensa con su nuevo trabajo, fue a la cama a recoger más ropa y al mirar hacia el espejo del armario vio una figura reflejada, se volteó presta y no había nadie; sin embargo, el espejo parecía reflejarla, sacudió su cabeza alejando esas tonterías, no podía creer que a estas alturas viese fantasmas, no, eso quedó en el pasado, se fue a duchar necesitaba relajarse para bajar y explorar el nuevo entorno, se sumergió en la bañera con agua tibia y se abandonó al éxtasis del descanso.

Cerró sus ojos y en ese momento imágenes vinieron a su mente, eran de un gran lobo gris que la miraba fijamente y le decía: Vete de aquí o te arrepentirás por intervenir, bruja.

Abrió los ojos y sintió que alguien estaba detrás de ella, pero estaba sola.

—¿Qué es todo esto?

Decidió dar una vuelta, al bajar no encontró a nadie de la familia en la sala, y al admirar los cuadros tan elegantes, las criaturas tenían buen gusto. Encontró una salida hacia el jardín trasero, las puertas de cristal dejaban ver el paisaje y a jóvenes haciendo ejercicio sin camisa.

Tal vez si se acercaba a ellos, podría entenderlos mejor y fue dar unos pasos cuando un gran lobo se le fue encima, dio tal grito y corrió a la casa gritando y le cerró la puerta en la cara.

El animal se desesperaba por romper la puerta, su cuerpo se estremecía de la impresión recibida.

—¡Asustó a Dash!

Al voltear vio al extraño y apuesto caballero.

—¡Solo quería dar una vuelta y…! ¡Y esa bestia se me echó encima! —dijo alterada.

—¡Es un lobo! —abría la puerta.

—¡No salga, por favor! —tiró de él con fuerza.

El joven sorprendido la miró por su arrebato.

—¡Cálmese, señorita! A usted no la conoce, pero a mí sí —salió.

En efecto, el lobo se puso contento al ver a su amo, saltaba a su alrededor y hacía cabriolas para él y el joven lo acariciaba diciéndole palabras dulces.

—Dash, bonito, ¿te asustó la señorita? —tomaba su cabeza con sus dos manos y se la sacudía y le explicó—. Dash, ella volvió, es mi luna, solo que ella no lo sabe, pero lo sabrá pronto.

Tal parecía que ambos se entendían muy bien, justo cuando Rowena se iba a retirar.

—Será mejor que venga.

—Lo siento, le temo a los lobos.

—¡Es una orden! —dijo firme.

Había olvidado por un segundo que tenía patrones y que les debía respeto y obediencia, regresó guardando distancia entre ellos. Dash gruñía y el joven lo calmaba con caricias y se dirigió a la joven.

—Dash no muerde, al menos que yo se lo ordene, es mi guardián.

—No lo sabía.

—No la conoce, por eso fue agresivo, pero ahora que va a convivir con nosotros, deben conocerse.

—No tiene por qué molestarse, me quedaré siempre dentro de la casa.

—Va a convivir con lobos, Rowena, es mejor adaptarse a su nueva vida.

El lobo fue hasta ella y le ladró. Rowena sudaba de los nervios y le dijo en voz baja.

—¡Quítelo, quítelo!

—Aún no lo saluda…

—No, no, quítelo.

—Extiéndale su mano.

—No, ya sé que no muerde, pero prefiero no arriesgarme.

Boris se irguió ante ella, dejando ver la distancia que había entre los dos y además lo atractivo que era, tenía los ojos verdes y centellaban haciéndoles más oscuros de lo que eran y con autoridad le ordenó.

—Tiene algo que aprender, Rowena —hizo una pausa para decir con tono fuerte—. Soy tu señor y me debes respeto.

—Usted puede ser mi jefe, pero mi mano sigue siendo mi mano y la quiero así.

—Acércate a ella, Dash —dijo entonces.

El animalito se acercó y comenzó a olfatearla. “¿Así huele a tu luna?, a hierbas frescas”, después se retiró y el joven.

—Ahora, ya puede darle la mano.

Rowena extendió su mano con muchas dudas y el lobo colocó su gran pata en ella sorprendiéndola.

—¡Qué listo!

—Es una extensión mía, mi amigo, mi sombra —dijo complacido.

Consultó con su reloj y dijo.

—El almuerzo se sirve en pocos minutos.

—Yo, como una hora después.

—Es verdad, usted es parte de la servidumbre… por ahora —se apartó con el lobo.

La joven le arremedó y se dijo: “Parte de la servidumbre, Idiota”.

Él gritó en ese momento.

—Te escuché.

Rowena palideció, sabía que estaba en territorio desconocido y que debía ser cauta, aunque no entendía lo que Zafica quería que hiciera allí.

Sin nada más que hacer, se dirigió hacia la cocina para conocer al resto de sus compañeros de jornada.

La cocina era amplia y muy bien organizada, al mando estaba Miquela Ríos, quien se encargaba de preparar los más deliciosos platos; la mucama Arlette Lozano y el mayordomo que dirigía a todos allí y que tenía por nombre Oswaldo Prado, gente sencilla a simple vista y en ese momento disponían la vajilla para el almuerzo. Rowena entró sorprendiéndolos.

Todos fijaron la mirada en la sudamericana y no pareció agradarles que una desconocida se integrase y, además, con privilegios a la casa.

—Hola, soy Rowena Claire y seré la dama de compañía de la señora de la casa.

—No me dijiste que era tan joven —Arlette codeó a Oswaldo y se presentó—. Hola, soy Arlette, ¿cuántos años tienes?

—19 años.

—Joven, tengo 30, claro, no los aparento, pero los tengo.

La cocinera la saludó.

—Hola, señorita.

—Hola.

—Ella es Miquela y cocina, divino, y ya conoces a Oswaldo, el mandón de la casa.

—¿Todos viven aquí?

—Solo hasta el sábado por la noche en que empieza nuestro día libre —le explicó la joven.

—Yo no vivo aquí.

Respondió Miquela, cortando unas zanahorias.

—Por supuesto, Miquela tiene una casucha dentro del bosque, allí vive.

—Bueno, basta de charlas, a poner la mesa, Arlette, que vamos retrasados.

La mujer salió de mala gana y quedaron la cocinera y la joven solas, entonces Rowena le preguntó.

—¿Es muy complicada la señora de la casa?

—Solo tenga cuidado. Es una mujer impredecible —y no dijo nada más.

Aquella referencia no la tranquilizó, estaba en territorio oscuro y debía ser cauta con todos.

La Pluma

Comenzamos, a ver qué les parece esta novela de lobitos.

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