Cap. 3. Frente a él

“Querida Darla:

Estoy rumbo a lo que parece ser la aventura de mi vida. El doctor Zaragoza dijo que los Keller son especiales y allí está él con ellos. El joven que vino ese día, es especial.

Ya sé lo que me dirás, Darla. Cuidado, Rowena, pero no me asusta saber que no es como los demás, es más, quiero probar sus labios y ver si son como los de todos los hombres.

El doctor dice que esto cambiará la perspectiva de mi vida y que voy a conocer el otro lado del mundo. Yo solo quiero saber que tanto puede cambiarme esta experiencia. Por el momento ya llevo 2 horas de camino y he llegado a la villa de los Susurros y el paisaje se ve tan exclusivo…

Bueno, Darla, te escribiré ya instalada en la casa.

Rowena.

Cuando el taxi frenó frente a un portón muy elegante que tenía un letrero que en letras doradas decía: Keller—Vanoni. El taxista se bajó y le abrió la puerta diciéndole:

—Bienvenida a la villa Keller, no lo dejó adentró, pues… Esta gente es muy rara.

—Gracias.

Rowena miró el portón y tocó entonces, este se abrió ante su mirada atónita y ella se asomó, lo que vio fue muchos árboles rondando el interior y un camino bastante delineado. Ella arrastró su maleta y comenzó a caminar, hacía frío y la nieve cubría las copas de los pinos albares y ella miraba como el sol se filtraba por entre sus copas, había mucha quietud y se escuchaba el ruido de las aves; sin embargo, podía sentirse observada.

—Tranquila, Rowena, sabíamos a lo que venimos, estos no son normales…

Escuchó un gruñido.

—¡Santa madre de Dios!

Quiso correr, más se enredó con la maleta y cayó al suelo.

—¡Rayos!

El follaje se movió y ella se arrastró y luego se irguió. No podía detenerse justo al llegar, pero después de 20 minutos de camino, alcanzó la pendiente y al coronar la cima vio una majestuosa mansión alzándose.

Nunca vio una casa tan hermosa y elegante.

Alguien corrió veloz a ella y se detuvo, ¡era él! El joven de ese día.

—¡Viniste!

—Hola…

—Soy…

—Sé, quién eres, eres mi luna.

Ella abrió los ojos sin entender lo que decía y él salió corriendo.

No entendió nada. Todo muy raro. Vio emerger a otros jóvenes, mujeres y hombres, la miraron con atención, era la manada Keller.

Lo que pudo hacer es caminar hacia la mansión, que era de tono mostaza, suavizado y tejado de color ocre.

La casa tenía frente a ella una fuente y estaba bastante congelada, por lo que los dueños la adornaron con flores rojas y la hacía llamativa a la vista. Miró todo y de repente escuchó una vocecilla detrás de la fuente…

—Monja, viuda, soltera o casada… me equivoqué…

Rowena se asomó y vio a una pequeña catira jugando en el suelo y la saludó.

— Hola, pequeña…

La niña tardó en notarla y respondió.

—Hola…

—¿Vives aquí?

—Desde hace mucho tiempo…

—¿Conoces a los dueños de casa?

—Los veo siempre, pero no son mis amigos. Yo no tengo amigos, la paso muy sola aquí —entonces le preguntó—. ¿Quieres ser mi amiga?

—Sí. ¿Eres hija de alguno de los dueños?

—No, no, no, no… —saltaba en un pie—. Alicia no tiene padres, no tiene a nadie… Está sola, muy sola como una ostra…

Los ojos de Rowena se dirigieron a la mansión y al voltear, la niña ya no estaba. Un viento frío le caló los huesos y ella decidió ir hacia la entrada.

La entrada era muy llamativa, tenía seis escalones que llevaban hasta arriba y la puerta era de madera labrada, tenía hierro noble dispuesta en forma de flores y hojas de una delicadez inigualable y también tenía cristal para complementar la exquisitez.  Tocó el timbre y solo fue esperar unos minutos para que la puerta se abriera y un hombre con uniforme de librea se asomó y le echó una mirada curiosa y ella se presentó:

—Buenos días…

—Dijeron que vendría —dijo muy serio.

—Me llamo Rowena Claire y vengo para trabajar con la niña…

—¿Qué niña? Aquí no hay niños, solo jóvenes, pase, la esperan.

Era un tipo osco para su gusto, tan recto como una pluma y muy sobrio en sus actos.

—Sígame, por favor.

El recibidor era elegante con jarrones y pinturas de una armonía agradable, tenía iluminación empotrada en el cielo raso y se desplegaba de forma que le daba claridad al entorno, pero claro no estaba encendida porque la entrada tenía unos tragaluces junto a la puerta que hacían que la luz llegase a cada rincón para iluminarlo. Unos metros más adelante estaba la puerta de entrada a la sala, desplegada para que se aprecie la extraordinaria sala que quedaba dos escalones más abajo de todo y que dominaba gran parte de todo aquello.

La sala estaba dispuesta muy al alto gusto de sus dueños, con infinidad de objetos de una valía muy grande, y eso distrajo toda la atención de la joven que se fijaba en los candelabros y jarrones que le daban un encanto muy especial.

En el fondo de la sala había cerca de una gran chimenea tres personas, él estaba entre ellas y se veía tan diferente, más alegre que el resto. El mayordomo dijo por presentación.

—La señora de la casa, madame Enrietta Keller.

Enseguida, Rowena fijó sus ojos verdes en la dama que estaba en un sillón, mirándola detenidamente. Le calculó los años entre 70 y 75 años, aunque sabía que se engañaba, podía ser más edad, refinada en toda la palabra, se notaba la clase impregnada en ella.

—Buenos días.

—La señorita Claire, supongo —dijo la dama.

—Sí, señora.

No se adelantó en decir palabra, la anciana la estaba analizando detenidamente, notó que entre sus manos estaba una carta que le había enviado Gilberto días atrás y unos graciosos lentes de lectura estaban dispuestos en la punta de su nariz. La anciana miró la carta y luego a la joven.

—El doctor Zaragoza es un buen amigo mío —se dirigió a sus nietos—. Él me habló de la joven sudamericana que hospedó en su casa y me propuso que la acogiera como dama de compañía. La idea no dejó de inquietarme y decidí aceptarla.

Rowena no gesticuló la palabra, la dejó continuar con su monólogo pacientemente.

—La señorita Claire es de un país del que no he oído hablar hasta ahora, por sus orígenes y su cultura es por demás una joven interesante.

El joven sabía que ese aroma a hierbas frescas era de un sitio silvestre.

—Tiene el cabello como una zanahoria —comentó Anabel—. Es muy rara.

—Su madre era latina y su padre un inglés.

—Una mezcla muy interesante —comentó Boris.

Su abuela convino con una sonrisa.

—Sí, supongo que la madre era muy hermosa, salió interesante.

Rowena ya comenzaba a inquietarse por tanta atención; la anciana continuó.

—Gilberto habló tan bien de esta joven y se responsabiliza por ella, lo cual me da plena confianza de que es honesta —entonces le preguntó—. ¿Cuántos años tienes, querida?

—Dieciocho años, señora.

—Eres joven, ¿tienes parientes aquí?

—No, señora, soy huérfana…

—¡Lamentable! —dijo la dama, miró la carta y dijo—. Aquí te acogeremos como una de nosotros, ¿verdad?

—Sin dudarlo —respondió Boris.

—A mí me da igual.

—Gracias, señora —dijo apenada.

—Me gusta que sea educada…

El varón no dejaba de mirarla de pies a cabeza como si la analizara, y la voz de la anciana los sacó de sus cavilaciones particulares.

—¿Qué opinan, queridos nietos?

—No tengo objeciones algunas, abuela —dijo la joven.

—Abuela, yo la apruebo.

Rowena se ruborizó ante sus palabras, ¿la aprobada? Se sentía probada, pero con su mirada.

—¡Perfecto! —exclamó aplaudiendo como niña con juguete nuevo y dijo—. Me siento complacida, señorita Claire, puede quedarse.

—Gracias.

—Oswaldo, acomoda a la señorita Claire en una de las habitaciones.

—Como ordene la señora —hizo una reverencia y le dijo a la joven—. Sígame en las habitaciones de servicio.

Entonces la voz de la dama se escuchó.

—Espere un momento, Oswaldo.

Todos se extrañaron ante este gesto y la anciana anunció.

—Creo que no fui clara con mi orden… —hizo una pausa para meditar sus palabras y le dijo—. La señorita Claire será mi dama de compañía y de ningún modo quiero que se mezcle con la servidumbre. Acomódela en la antigua habitación de mi difunta hermana Anna y asegúrese de que la señorita se informe de las normas de la casa.

—Sí, madame…

Hasta ese momento, Rowena no entendía lo que estaba pasando y la mirada galante de Boris la tenía inquieta. Siguió al mayordomo por las escaleras y en el segundo piso había muchas habitaciones.

El sujeto hizo sonar el llavín y fue a una puerta al final del pasillo, era doble y abrió ceremonioso.

Privilegios de pocos.

Rowena entró y vio una hermosa, hermosa habitación

—Espero que esté consciente del enorme privilegio que tiene en esta casa, nunca nadie ha sido tratado como un igual —empujaba la puerta y le indicó el paso.

Ella no era igual a ellos y, sin embargo, ahora estaba en sus terrenos y, con una tentación de hombre bestia muy irresistible, ¿lograría salir entera de todo eso? Solo el tiempo le daría la respuesta.

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