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Cap. 5 Primeros tropiezos

Los empleados iban y venían con los preparativos de la mesa y se vio cómo Oswaldo disponía la comida en un carrito con ruedas que empujó hasta el salón comedor.

Rowena miraba la pulcritud y el esmero con que servían a los patrones y podía imaginarse la mesa y todos esos deliciosos platos siendo servidos y los detalles que rodeaban las conversaciones de la gente rica. Todo era un sueño, pero de cierta forma estar tras el telón no era tan malo.

**

Afuera los tres miembros de la familia Keller eran servidos cuando Enrietta bastante inquieta, miró en torno; fue su nieto quien le preguntó.

—¿Sucede algo, abuela?

—Sí, querido… —se dirigió a Oswaldo, que le ofrecía la crema, y ella dijo—. Oswaldo.

—Dígame, madame.

—¿Dónde se encuentra la señorita Claire?

—Madame, la señorita Claire, está en la cocina esperando la hora de la comida de los sirvientes.

Eso ofendió a la dama que exclamó.

—Pero… pero, ¡cómo se atreve!

—¿Qué sucede, abuela?, preguntó Anabel.

—¡Mi dama de compañía mezclada con la servidumbre! —tiró la servilleta en el plato y dijo—. ¡La quiero aquí conmigo! ¡Llámela, Oswaldo!

—Sí, madame.

Oswaldo se dirigió a la cocina, al entrar la encontró sentada en la mesa del comedor.

—Claire, la solicitan en la mesa del comedor.

—¿Pasó algo malo?

—Averígüelo, usted mismo —iba a un cajón y sacaba unos cubiertos.

Rowena fue nerviosa y se presentó en el salón del comedor. Preguntó tímidamente.

—¿Me mandó a llamar, señora?

—Sí, señorita, tome un lugar en la mesa —dijo Enrietta.

—¿Yo? —preguntó admirada.

—Por supuesto.

Rowena fue cohibida y tomó una silla próxima a la de la anciana y se sentó frente al joven y Enrietta complacida, dio la orden.

—Sirvan la comida.

La mesa estaba divinamente dispuesta, había muchos cubiertos, demasiados según juicio, y ella miraba las copas y no sabía si era de tomarlas todas o solo observarlas. Arlette le colocó una ensalada César y la joven miró el plato con atención. Los demás comensales se desenvolvían con naturalidad.

A cada uno les pusieron una ensalada césar muy exquisita y ella, mirando los cubiertos que iban desde el tenedor para ensalada, cuchara para la crema y cubiertos para el plato principal, también incluía los cubiertos del postre y las copas de agua y vino tinto.

Rowena deslizaba su mano tratando de atinar al cubierto y…

—¿No es de su agrado, señorita? —preguntó el joven.

—Sí, por supuesto… —tomó la cuchara.

Ese gesto llamó la atención de todos y Anabel lo dijo en forma de burla.

—Parece que la señorita no sabe usar los cubiertos…

—Así parece, pero hay muchas cosas que la señorita va a aprender a mi lado con el correr de los días.

El rostro de Rowena estaba rojo como el tomate que cortaba con la cuchara, comió poco y mal y ese era solo el principio.

“Querida Darla:

Nunca me había sentido tan humillada en toda mi vida, se rieron de mí por causa de los cubiertos, nunca vi tantos cubiertos, yo solo he usado la cuchar. Quiero salir de aquí. Sé que no soy una cobarde, pero no se rieron de ti, se me cae el rostro de la pena.

Solo no quiero pasar por esto de nuevo.”

La nieve caía lentamente esa noche, Rowena pensaba en lo hermoso que era soñar con grandes casas, gente refinada, celebraciones y más; sin embargo, la realidad era distinta, la gente rica estaba llena de códigos y reglas, y hacían que un simple almuerzo se complicara tanto.

Y ahora ella tenía que bailar al son de la música que le tocaban, se durmió al rato y de repente vio a una mujer en sus sueños saliendo de la casa. Vio al lobo gris acechando y se levantó sobresaltada.

La nieve había dejado de caer, eran las siete en punto y oficialmente ese era su primer día de trabajo. Se duchó y cambió. Según el librito, a las siete y media los dueños tomaban el desayuno y ella debía estar presente. Bajó minutos antes de la hora marcada y al llegar al último escalón, escuchó.

—Jordano, no debiste llamarme, es una necedad… Sí, espero poder escaparme esta noche también, espérame donde siempre.

Colgó sonriendo y al voltear vio a Rowena parada.

—Vaya, ahora le da por escuchar conversaciones privadas.

Rowena le dijo apenada.

—Yo bajé y…

—Escuchó todo, eso me parece de mal gusto, zanahoria con patas.

Eso fue cruel, y Rowena bajó y le dijo a la joven.

—Lo siento, no fue mi intención y no soy una zanahoria con patas.

Anabel, enseñada a hacer su voluntad.

—Tú serás todo lo que yo quiera, y si dices algo sobre mi conversación, te pesará.

¿La estaba amenazando? No podía con tanta petulancia.

—No tengo por costumbre el chisme, no entiendo por qué me trata así.

—No confío en los intrusos.

Rowena bajó la escalera y le recalcó.

—No soy una intrusa, trabajo aquí y exijo respeto.

Era muy petulante esa chica, la tomó del brazo con fuerza y le dijo.

—Si dices algo de Jordano a mi abuela, te pesará.

No se dio cuenta de que había sido escuchada por Boris.

—¿Jordano? ¿Hablas de ese maldito salchichero?

Anabel miró a su hermano sorprendida.

—¿Te sigues viendo con ese sujeto?

Rowena estaba en problemas y Anabel le respondió.

—A veces, ¿qué tiene de malo?

—Es un normal —dijo entre dientes—. Un maldito normal.

—Ese es mi problema.

—Tenemos algo mejor para ti.

—No quiero algo mejor, fíjate.

Pasó por su lado y él le gritó.

—Mataré a Perdomo.

Ella se detuvo y se volteó a mirar a su hermano.

—Él no tiene la culpa de que me guste.

—Lo siento, por tu bien, ese sujeto no debe estar en tu mundo.

Anabel hizo un puchero y salió corriendo. Rowena fue testigo de algo y sabía que eso le traería consecuencias. Boris la miró y le dijo.

—Siento que haya presenciado esto, mi hermana es algo rebelde.

—Descuide, señor.

Boris conocía a su hermana menor y sabía que la presencia de la sudamericana la tenía bastante inquieta, pues la joven era el nuevo centro de atracción de la casa y su luna.

El joven no dijo más, su hermana era una rebelde, suspiró, pensando que antes de llegar a esa casa ella no era así; sin embargo, el frío de la mansión y el trato con su abuela los había ido endureciendo a ambos.

 En Anabel nació un deseo de rebelarse contra las reglas y ya se hablaba de ella en la manada por sus amoríos con el salchichero de provincias Jordano Perdomo, era algo que a él le molestaba, pues esperaba hacer una alianza con otra manada a través del matrimonio de su hermana.

**

Estaba en el estudio donde Enrietta le explicó lo que haría para ella. Se encargaría de llevar su correspondencia, de contestar a mano las cartas de sus amigas y de acompañarla a los tés de la tarde, tomaría nota de los recados y aprendería a desenvolverse en sociedad para ser la compañía idónea de la señora.

Enrietta analizaba la figura de la joven con atención, tenía formas exóticas; sin duda, ese cabello rojizo, ese porte tan exótico.

—Tendrás que usar uniforme. Unos trajes clásicos tal vez resuelvan tu desgarbo.

—Sí, señora.

—Responderás mi correspondencia usando siempre frases cordiales con mis amistades —hizo una pausa para meditar y después decir—. Esta tarde practicaremos tus modales en la mesa… Empieza por responder mis cartas el día de hoy.

—Sí, señora.

Ese fue más o menos el comienzo de su rutina. En principio, estar sola en el estudio era algo inquietante; sin embargo, con las horas todo fue mejorando, después les cogió ritmo a las frases cordiales y fluían párrafos bastante familiares.

Hasta ese momento no veía en qué podía ser útil allí, no hacía nada extraordinario y ella era una bruja.

Encontró un libro de hechizos sanadores, lo ojeó.

—Esto me gusta.

Comenzó a ojearlo y memorizar algunos hechizos. El recuerdo del sueño con el lobo gris la tenía desconcertada.

—¿Quién es ese lobo gris? ¿Por qué sueño con él?

Boris escuchó esto último y le preguntó.

—¿Con quién sueñas?

—Señor, me asustó.

Eso le molestó, no le respondía a su pregunta y le indicó.

—Eres muy desobediente, Rowena.

—No entiendo.

—¿Con quién sueñas?

—¡Ah… eso…! Bueno, sueño con… —Tenía que decir algo coherente—. Sueño con un libro, un libro que mi abuela me mostró cuando era niña, tenía cubierta plateada y un escudo o labrado sobre él.

—¿Y de qué se trataba?

—No lo sé, ella decía que era un libro muy especial, pero que no era el tiempo de leerlo.

—¿Y qué pasó con él?

Rowena le indicó.

—No lo sé, un día mi abuela desapareció y no la volví a ver ni a ella ni al libro.

—Es una pena.

—Lo es.

Boris le comentó entonces.

—Mi abuela va a desear pulirte e indicarte cómo debes actuar, será toda una tortura, pero debes aprender.

—Eso haré.

—Eso debes hacer.

—¿Por qué?

—Porque toda manada debe tener una luna acorde a su rango y nuestra familia tiene mucho poder en la comarca de lobos.

Ok, eso lo tenía claro con respecto a la casa misma.

—Además, cuando seas mi luna todo esto será tuyo y yo estaré completo.

Rowena no entendía nada de la luna, pero pensó que era alguna moda. Se retiró con muchas dudas sobre su destino en esa casa.

La Pluma

perdón, pero este cap. fue mal publicado..

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