Capítulo treinta y nueve.

Al traspasar la barrera, sus ojos se abrieron de par en par al ver cómo el paisaje cambiaba de forma instantánea.

Lo que antes era un bosque invernal, cubierto de nieve y envuelto en el frío silencioso, ahora era un hermoso paraíso.

—Wow, esto es… es… hermoso —dijo Ylva extasiada.

Los árboles estaban cubiertos de hojas verdes y flores de colores que parecían susurrar entre sí. Un cálido sol iluminaba todo el lugar, haciendo que pequeños rayos de luz bailaran sobre el suelo alfombrado de hierba fresca y flores silvestres. El aire era dulce, cargado con el aroma de flores y tierra húmeda, completamente opuesto al fresco y helado aire que había quedado atrás.

Había un suave sonido de agua corriendo, probablemente de un riachuelo cercano, y el canto de aves llenaba el aire. Era como si hubiera entrado en otro mundo, un lugar donde la primavera nunca terminaba, un refugio eterno para la vida.

—Esto… esto es increíble —murmuró Ylva, incapaz de apartar la mirada del escenario.

—Bienvenida al
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