Capítulo seis.

Ylva despertó lentamente, con la mente nublada y la vista borrosa. Se dio cuenta de que estaba en una habitación desconocida, rodeada de paredes de un blanco inmaculado y con el suave sonido de aparatos médicos zumbando a su alrededor. Antes de que pudiera procesar completamente dónde se encontraba, la puerta se abrió y entraron sus hermanos, Federico y Elsie.

—¡Ylva! —exclamó Federico con alegría, corriendo hacia su cama.

—¡Estás despierta! —añadió Elsie, con una gran sonrisa.

La alegría de sus hermanos fue contagiosa, y Ylva no pudo evitar sonreír. Ver sus rostros aliviados le dio una sensación de calidez y consuelo.

—¡Mamá, papá, Ylva está despierta! —gritó Federico, llamando a sus padres con emoción.

No pasó mucho tiempo antes de que Elena, entrara apresuradamente en la habitación, seguida de cerca por Thomas. La preocupación en sus rostros se transformó en alivio al ver a Ylva despierta y consciente.

—Ylva, cariño, ¿cómo te sientes? —preguntó Elena, acercándose a la cama y tomando la mano de su hija, la cual había estado tres días inconsciente. 

Ylva parpadeó, tratando de recordar los eventos que la habían llevado a este lugar. Lo último que recordaba era haberse desmayado en el colegio.

—¿Dónde estamos, mamá? —preguntó Ylva, con voz débil—. Lo último que recuerdo es que me desmayé en la escuela. 

Elena respiró hondo antes de responder, mirando a Thomas con una mezcla de preocupación y determinación.

—Tuvimos que viajar, Ylva. Tu fiebre era muy alta y no bajaba, así que buscamos una mejor atención médica en otra clínica. Queríamos asegurarnos de que recibieras el mejor cuidado posible.

Ylva asintió, asimilando la información. Aunque estaba agradecida por el esfuerzo de sus padres, una sensación de inquietud seguía presente en su mente. Sabía que había algo más detrás de todo esto, algo que aún no comprendía por completo.

A pesar de los mejores esfuerzos de los padres de Ylva, Elena y Thomas, no lograban encontrar un médico que pudiera darles una explicación clara sobre la fiebre repentina de su hija. La situación se volvió frustrante y desgastante, ya que cada visita a un especialista terminaba sin respuestas.

Los Mistral, habían iniciado su búsqueda desde su hogar en Seattle, un lugar conocido por su vibrante naturaleza y su clima lluvioso. La familia viajó incansablemente, visitando clínicas y hospitales en ciudades importantes a lo largo del país. Desde Nueva York hasta Chicago, y finalmente incluso hasta Vermont, en la costa este.

—Mamá, papá, ya no quiero viajar, por favor —suplico la joven agotada una noche—. Necesitamos un descanso, incluso nuestros estudios se están viendo afectados. 

Así que, después de tantas consultas y pruebas sin resultados concluyentes, la familia decidió quedarse en Vermont. Ylva estaba agotada por el constante viajar, y su cuerpo necesitaba descansar. Además, Vermont les ofrecía un entorno tranquilo y pintoresco que parecía el lugar ideal para recuperarse del agotamiento físico y emocional.

Establecidos temporalmente en una acogedora casa de campo, la familia Mistral intentó encontrar un ritmo normal en medio de la incertidumbre. Elena y Thomas seguían preocupados por su hija, pero sabían que necesitaban darle un respiro de tanto ajetreo.

Ylva, por su parte, aprovechaba la calma de Vermont para reflexionar sobre todo lo que había sucedido.

—¿Qué me está pasando? —se preguntaba la joven mientras miraba las estrellas cada noche. 

Una tarde, mientras caminaba por los bosques cercanos a su nueva casa, Ylva sintió una extraña conexión con la naturaleza que la rodeaba. Los sonidos del viento entre los árboles y el canto de los pájaros parecían susurrarle secretos antiguos, y, por un momento, se sintió en paz.

La familia, finalmente, había logrado establecerse en Vermont. Después de todos los trámites necesarios, Federico, había comenzado sus estudios universitarios, mientras que Ylva ingresaba al último año de secundaria le faltaba poco para graduarse y Elsie empezaba 5º grado en la primaria. La rutina diaria empezaba a tomar forma, proporcionando una sensación de estabilidad que tanto necesitaban.

El primer día de clases, Thomas llevó a Ylva a la escuela. Mientras estacionaba frente a la entrada, el hombre miró a su hija con una expresión de remordimiento y ternura.

—Ylva, lo siento mucho cariño —dijo Thomas, rompiendo el silencio.

Ylva lo miró, sorprendida por la repentina disculpa.

—¿Por qué lo dices, papá?

Thomas suspiró y buscó las palabras adecuadas, quería que ella entendiera que todo lo hacían porque están preocupados y la aman mucho.

—Sé que estos últimos meses han sido difíciles para ti. Todos los cambios, tener que dejar a tus amigos en Seattle y adaptarte a un nuevo lugar… No ha sido fácil.

Ylva asintió lentamente, reconociendo la verdad en las palabras de su padre.

—Ha sido complicado, pero entiendo que lo hicieron por mi salud —respondió Ylva, tratando de mostrar una valentía que no siempre sentía.

Thomas le sonrió con calidez, sintiéndose aliviado al ver la madurez en su hija.

—Prometo que nos quedaremos en Vermont por mucho tiempo. Quiero que tengas la oportunidad de asentarte, hacer nuevos amigos y sentirte en casa aquí.

Ylva se sintió conmovida por las palabras de su padre. La promesa de estabilidad y permanencia le brindó un consuelo que tanto anhelaba.

—Gracias, papá. Realmente aprecio que lo intentes, te amo.

Thomas la abrazó rápidamente antes de que Ylva bajara del auto y se dirigiera a la entrada de la escuela. Mientras observaba a su hija caminar, Thomas sintió una mezcla de esperanza y determinación. Sabía que mantener esa promesa no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para el bienestar de su familia.

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