Secuestro generoso

Los rayos de sol le alumbraron el rostro y fue allí cuando se dio cuenta de la llegada de un nuevo día. Sorin abrió los ojos y se removió entre sus sábanas; la pesadez del estrés no lo dejaba en paz ni dormido ni despierto.

Se frotó los párpados con sus manos cerradas, bostezó porque dormir en el sofá era la peor cosa del mundo y después de estirarse dejó la pereza enredada entre las mantas y se dispuso a comenzar un nuevo día: el día en que Ileana Enache al fin le traería respuestas.

Ya había pasado una semana desde que aquellos traidores que una vez habían sido sus camaradas, se atrevieron a robar aquello a lo que horas antes habían renunciado: sus capas y kits de Virtudes. Sorin se sacudió para ya no pensar en eso y decidió pasar la página.

Se desvistió con premura, entró a la ducha y se relajó con el agua que comenzaba a acariciar todo su cuerpo. La verdad era que estaba esperando a una persona y él estaba casi seguro de que le ayudaría al menos en una especie de secuestro.

Aquell
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