La carretera se veía desolada, al parecer ya estaba olvidada desde hace tiempo por la mayoría de personas en Italia, y ese era un tema del que nadie hablaba en los pueblos vecinos. Según comentarios fugaces sin fundamento de personas esporádicas, hace mucho tiempo que había quedado en ese estado. En aquella vieja ruta, una camioneta convertible con dos pasajeros en su interior se hacía paso entre ese sendero de concreto. —Sí, sí mamá, que estamos bien. —La chica se detuvo a escuchar—. Sí, Velkan va al volante, ya comimos y el viaje va bien. Solo paramos por algo de gasolina, nada que reportar. Los amo, luego me comunico con ustedes. Adiós. La llamada finalizó, ella se acomodó un mechón de su lacio cabello detrás de su oreja, mientras una sonrisa iluminaba su rostro y volteó a ver a su compañero, quien ya estaba sonriendo al verla contenta. Ella se sonrojó al darse cuenta de que, Velkan la observaba en esa acción tan cotidiana. —Ya sabes —rió nerviosa—, mi mamá no puede dejar de ll
Cuando abrió los ojos, la oscuridad reinaba, sintió como si hubiera despertado de un largo sueño que, más bien le sabía a muerte. Su cabeza daba vueltas, no sabía quién era o cómo había llegado ahí. Pasado un tiempo en silencio, escuchó pasos, murmullos y ruidos. Se alertó cuando alguien removía aquel lugar de sombras. Sus ojos verdes divisaron dos figuras humanas mirándola fijamente y también una luz casi cegadora de una vela. De inmediato se sobresaltó. «¿Quiénes son?, ¿Qué quieren?, ¿Por qué están aquí?». Fueron demasiadas preguntas en un solo instante, hasta que sintió el roce de algo en su piel. Aún no distinguía muy bien con su vista lo que ocurría, pero las voces sonaban en un idioma desconocido para ella. La voz fina le transmitía paz, pero la voz más ronca la hizo estremecerse en un escalofrío. Le costaba moverse, era como si su cuerpo no funcionara bien del todo y la sola idea la llenaba de una molesta sensación que apenas llegaba a soportar. De pronto sintió cómo su cuerpo
La mirada fija del muchacho de los cabellos oscuros había petrificado a Antonella, pero a tiempo Ileana, la novia de él, se había despertado para revisarlo con preocupación, de una manera casi automática. De pronto su mirada se clavó en ella; la chica se veía adormilada, pero la desesperación pudo más y con su último aliento, la pelirroja se había abalanzado hacia la viajera. Intentó morderla con desesperación, pero después de eso solo quedaba la oscuridad, porque sus ojos se habían nublado. Ya habían pasado un par de horas. Estaba muy cerca el amanecer y Antonella podía sentir cómo aquel aliento de vida le había vuelto al cuerpo ¿En serio consumió sangre?, no tenía idea, ya que de verdad había perdido la consciencia por un lapso de tiempo prolongado tras el intento de obtener su combustible para subsistir. Pensaba que había fallado pero, todo apuntaba a lo contrario. «Claro que bebí sangre, tuve qué… De no ser así todo estaría perdido», caviló la joven pelirroja. Se dio una cacheta
«Soy un vampiro, no puedo creerlo». Durante lo que quedaba de la madrugada, y después de dar una rápida ojeada a la intimidad de su diario todo tenía sentido. Antonella no daba para más, se detuvo a analizar la situación allí parada frente a los muchachos que le habían salvado la vida y se preguntaba con pesar: ¿Cómo podía ver a los ojos ahora a los que debían ser sus presas inmediatas? Bueno… El ragazzo se merecía un poco que le arrebatara la vida, pero igual lo ponía en tela de juicio. Por supuesto que no había leído todo, era imposible en ese momento, ya que el documento era demasiado extenso como para terminarlo de un tirón. Prácticamente toda su vida estaba entre las páginas de ese simple y grueso libro de páginas amarillentas. Llegó si mucho un poco más allá de la mitad y se saltó algunas hojas más para enterarse de lo inevitable. Ahora ya sabía los por qués de casi todo, al menos de su odio contra la raza humana. Aún no quería llegar hasta las últimas páginas, no ahora que te
Aquel malestar seguía haciendo averías en el estómago, el pecho y la mente de Ileana. Miles de pensamientos negativos se agolpaban y no la dejaban ni respirar bien. Ni siquiera pudo beber un sorbo más de su infusión de manzanilla. Solo se limitó a dejar la vieja taza en el borde de la ventana, donde la cortina la cubría y se cruzó de brazos para ver con un dejo de desesperación cada movimiento de Velkan y de Antonella. Ella seguía demasiado cerca de él, hasta podría jurar que, si antes Velkan se comportaba incómodo, con el pasar de los segundos, esa sensación se había suavizado un poco en él; no estaba cien porciento segura, pero podía ver una expresión relajada y hasta una leve sonrisita por parte de él que de verdad le estaba colmando la paciencia. Ileana no pudo resistir más aquella escena. Avanzó un par de pasos hacia donde enfermera y paciente se encontraban, y se acuclilló para que Velkan la viera a los ojos, pero no fue así. Él estaba como… ¿embelesado? Viendo a Antonella, mie
Ileana no podía sentirse más arrepentida de lo que su conflicto interno acababa de ocasionar. Antonella tenía una quemadura bastante dolorosa, a causa de haberse entrometido en la curación que la pelirroja le estaba proporcionando a su novio.—Discúlpame por haber intervenido, soy una torpe. Yo no debí…—No te preocupes, tú solo querías ayudar —Le dijo Antonella con una sonrisa que inmediatamente la calmó un poco.Pero Ileana realmente sabía que era más que querer ayudar, que actuó por esa emoción que se atravesó como el filo de un cuchillo en su estómago cuando se sintió inútil, y más cuando vio muy cerca de Velkan a Antonella, no pudo controlar el impulso de querer intervenir, y eso era lo que le daba aquel sentimiento de culpa.—Es que... debí fijarme y dejar mi taza lejos para evitar que te cayera encima —Se lamentó la joven, mientras bajaba la mirada.—Ya... ya pasó, fue un accidente —Antonella se había acercado para acariciarle su corto y lacio cabello—. Mira, ya me apliqué una s
Con tan solo aquella siniestra presencia, Antonella había perdido todo ápice de interés en su momento de lectura y retroalimentación con respecto a su vida. El ruido del gruñido casi le provoca una jaqueca, pero no le daría el gusto de bajar la mirada para que él se sintiera superior. Dejó su diario sobre una polvorienta superficie de madera, que antes solía ser una mesa quizá, y se dispuso a rondar por donde los escombros le permitían transitar sin quitarle la mirada de encima a la que desde afuera la acechaba. Era evidente que la magia que ella misma había dejado hace cien años la seguía protegiendo dentro de esa casa. Vaya que lo pensó bien y fue prevenida ante un posible despertar como lo que le acababa de pasar junto a esos viajeros. Y por supuesto que reconocía a aquella criatura. No era nada más que uno de sus antiguos enemigos. Aquellos que confabularon con otros para deshacerse de ella tiempo atrás ¿Por qué seguía allí? ¿Acaso la estaba vigilando? ¿O es que él también había
La pareja de viajeros había terminado sus alimentos de la mañana, o más bien, Velkan había terminado ambos desayunos, ya que al parecer Ileana se había quedado sin apetito y su estómago se sentía débil. Afuera las nubes grises comenzaban a cubrir con sutileza el manto celeste, soplaba un viento suave, pero gélido y no se escuchaba ni siquiera el sonido de los pájaros por los alrededores. —Y... ¿Te llenaste? —preguntó Ileana, con el codo apoyado en la mesa, y la mano sosteniendo su mentón, sorprendida de cuánto había comido su novio. —¿Te entretuviste mucho viéndome comer? —Velkan sonrió divertido—. Porque pareciera que no me hubieras visto nunca —susurró, como si no quisiera ser escuchado por nadie más. —Pero por supuesto que lo he hecho, llevo dos años viajando contigo, es solo que te vi con cierta ansiedad al comer, además tú nunca te has comido casi dos raciones seguidas —Ileana sonrió. —Y tú jamás has dejado comida en el plato —Velkan sonrió, posó su mano en la mejilla de la