Envidia corrosiva

«Soy un vampiro, no puedo creerlo».

Durante lo que quedaba de la madrugada, y después de dar una rápida ojeada a la intimidad de su diario todo tenía sentido. Antonella no daba para más, se detuvo a analizar la situación allí parada frente a los muchachos que le habían salvado la vida y se preguntaba con pesar: ¿Cómo podía ver a los ojos ahora a los que debían ser sus presas inmediatas? Bueno… El ragazzo se merecía un poco que le arrebatara la vida, pero igual lo ponía en tela de juicio.

Por supuesto que no había leído todo, era imposible en ese momento, ya que el documento era demasiado extenso como para terminarlo de un tirón. Prácticamente toda su vida estaba entre las páginas de ese simple y grueso libro de páginas amarillentas. Llegó si mucho un poco más allá de la mitad y se saltó algunas hojas más para enterarse de lo inevitable. Ahora ya sabía los por qués de casi todo, al menos de su odio contra la raza humana.

Aún no quería llegar hasta las últimas páginas, no ahora que tenía tan escaso tiempo para leer con devoción; por lo menos ella lo veía así, y todavía le faltaba escudriñar aquel otro libro forrado de papel dorado con un símbolo extraño en el frente y con unas letras de carta grandes que decían: La magia delle tenebre.

El cielo aún estaba oscuro, pero eso no detuvo a Antonella para buscar la entrada de la casa, abrir la puerta y asomar el rostro hacia el exterior. La luna se veía incompleta, pero aún así le parecía magnífica. Las casas de los alrededores, vaya que estaban vacías.

La luz del día se comenzaba a colar por los resquicios de la casa. Los dos chicos aún no daban señales de querer despertar. Dejó de un lado el temor a lo que había afuera e intentó dar unos pasos hacia lo que era la calle.

En seguida recordó cómo era de alegre y pintoresco todo cuando había gente viviendo allí. Comparado con el presente todo era lúgubre, pero eso no le molestaba, mas bien, se sentía reconfortada. Caminó hacia la derecha y allí descubrió que su casa tenía un pozo ¿Habría agua allí después de tanto tiempo? Esperaba que sí, sobre todo porque ellos no podrían estar tanto tiempo sin este líquido.

Cuando jaló de la soga ¡Eureka! El viejo pozo aún funcionaba. Tomó la cubeta llena de agua, pero un gruñido en la lejanía la hizo regresar tambaleando y encerrarse en la casa.

(…)

Ileana despertó de un sobresalto, su rostro estaba perlado de sudor, había confusión en su mente y su respiración estaba agitada. Al parecer ya había amanecido porque, a pesar de haber cortinas, la luz atravesaba la tela sutilmente.

Volteó a ver a su alrededor y ahí estaba Velkan, profundamente dormido, con el ceño fruncido y una extraña palidez en su rostro. Antonella, quien estaba muy despierta, sentada en el suelo de esa misma habitación, tenía en sus manos una especie de libro color avellana; la pelirroja volteó a verla directo a los ojos e Ileana sintió un escalofrío en su espalda.

—¡Hola Ileana, buenos días! —saludó Antonella con una amplia sonrisa.

La diferencia era abismal de la noche a la mañana. El color blanco de su rostro había desaparecido, teniendo un poco de rubor. Sus ojos tenían un brillo del que carecía el día anterior. Su cabello largo y ondulado también lucía más saludable y arreglado, sin dejar de ignorar que había recobrado mucha de su energía.

Lo más extraño de todo era que, un vestido blanco manga tres cuartos y un poco vueludo cubría su cuerpo. En la casa no había señales de ropa que hubieran podido encontrar para ella; era en extremo raro. A no ser que, la casa albergara cosas que no habían explorado; como por ejemplo esas habitaciones que no pudieron abrir. Ileana no quiso hacer preguntas, su malestar podía más en esos momentos; en realidad no se sentía nada bien de salud.

—B-buenos días —saludó Ileana y al instante, no podía creer la imagen del sueño con la que despertó:

De inmediato Ileana comenzó a recordar haber sentido entre sueños los movimientos de Velkan en la madrugada y se incorporó para ayudarlo. Ella vio esos ojos azules abiertos, que luego cerró de golpe, ya que su novio sufría episodios de insomnio desde mucho antes de conocerse. Unos segundos después giró su mirada y vio que Antonella yacía en el suelo, parecía asfixiarse.

Ella se angustió y cuando se dirigió a ella, recuerda con dificultad que Antonella aferró sus manos a su cuello, removió la tela de la manga de su blusa y posó los labios en su hombro. Ileana no supo reaccionar a tan incomprensible acción, ya que acto seguido la pelirroja se desmayó y ella se sintió mareada también. Sin duda fue un sueño muy extraño.

—¿Te ocurre algo? ¿Acaso no han dormido bien? —preguntó Antonella con sus comisuras hacia abajo, se veía preocupada por ella.

—La verdad es que al parecer, tuve pesadillas anoche —respondió Ileana en un hilo de voz, mientras llevaba su mano a su cabeza y volteaba hacia Velkan.

—Despertaste a tiempo —dijo Antonella—, parece que la herida de Velkan se complicó un poco, debido a una invasión de gérmenes patógenos, y estos ya van extendiéndose por todo su cuerpo.

—¿Qué quieres decir exactamente? —Ileana elevó una ceja y sintió un vuelco en su corazón, eso sonaba grave; se acercó a tocar la frente de Velkan y este se quejó con un gruñido.

—¡Está hirviendo en fiebre! —Se alarmó la chica.

—Sí lo sé, pero descuida, me logré dar cuenta a tiempo cuando desperté. Le he puesto paños de agua fría y fui en busca de unas hierbas medicinales, las puse en su herida. Pronto le daré una infusión, ya casi está lista —dijo Antonella con tono sereno, lo que alivió un poco a Ileana.

—¡Santo cielo, qué susto! En serio, creí que Velkan estaba al borde de la muerte. —Se llevó ambas manos a la cabeza, ya que le dolía mucho.

«Infusión, ¿pero de dónde?», pensó Ileana desconcertada, ya que allí no parecía haber ni siquiera agua potable. Aún así prefirió callar y seguir la corriente a Antonella.

—Él estará bien, se ve que es un muchacho con fuerza y resistencia —dijo Antonella, viendo al joven con una suave sonrisa, luego se percató del malestar de Ileana.

—¿Tú también tienes dolor? Te prepararé una infusión de manzanilla, no tardo —dijo al levantarse con un poco de dificultad, llevando su libro con ella, al parecer Antonella aún se encontraba algo débil.

Al parecer los únicos recursos para curarse eran los naturales, ya que prácticamente la fauna reinaba por los alrededores y el hecho de que Antonella tuviera conocimientos médicos era algo propicio en esa situación crítica.

Ileana sintió que el olor a manzanilla y otras hierbas desconocidas en ese momento para ella, llenaban el ambiente de la casa, que no tenía en absoluto aquel aspecto lúgubre del día anterior; se veía mucho más libre de polvo y telarañas, y por lo que la pelirroja hacía, ella sabía cocinar con leña, pronto Antonella entró con dos tazas humeantes, que parecían reliquias, en verdad lucían muy antiguas.

—Ten Ileana, esto te ayudará con tu dolor —Las palabras de Antonella de alguna manera la reconfortaban.

—Gracias. —Sonrió Ileana mientras recibía la infusión—. Por cierto, se ve bastante limpio aquí, parece como si la casa volvió a la vida, aunque suene loco —dijo viendo la habitación con sorpresa en sus ojos.

—Sí, es que yo muy temprano me puse a tratar de limpiar, no queremos que el ambiente sucio nos enferme más —respondió Antonella de lo más tranquila.

—Por cierto, Antonella —inquirió Ileana— ¿Dónde has conseguido agua? No parece que haya aquí, por lo que me he sorprendido mucho.

—Ah, eso… —respondió la pelirroja—. Tuve que salir al viejo pozo para ver si aún tenía agua y como te darás cuenta, conseguí un poco.

—Tienes razón, entonces tú conoces el lugar —bebía y cuestionaba con asombro, ya que era un pueblo deshabitado en su totalidad.

—Si Ileana, yo... conozco este lugar —decía mientras bajaba un poco la mirada, con pesar en su voz.

—¡¿Es en serio?! —Ileana no esperaba escuchar eso—. Pero, ¿quién te encerró, ¿qué pasó en este lugar? —dijo horrorizada esperando todas las respuestas del mundo.

Antonella vio a Ileana y entreabrió sus labios; se preparó para hablar, pero a tiempo Velkan se movió, en señal de estar despertando. Ileana y Antonella se acercaron para observar qué pasaba. En efecto el muchacho despertó.

—¿Dónde... estamos?— la voz del joven sonaba gangosa y débil.

—Tranquilo cariño, estamos con Antonella, ¿recuerdas? Ella te ayudará a recuperarte —Ileana se inclinó hacia él y acariciaba su rostro—¿Todo bien Antonella? —Se extrañó la chica viajera, ya que notó cabizbaja a la pelirroja, que se acercaba sosteniendo la infusión.

—Sí, sí, por supuesto —despabiló Antonella, acercándose al joven para ayudarle a levantarse.

—No... —Se quejó Velkan mientras Antonella lo levantaba.

—Mi amor, vamos tú puedes. Es por tu bien. —Lo animaba su novia.

Ileana volteó a ver las paredes de la habitación buscando un reloj, pero no había, y recordó que en su mochila tenía uno de pulsera. Cuando buscó no lo encontró, es probable que lo hubiera perdido en el acontecimiento de aquel monstruo que los atacó al adentrarse en ese bosque que parecía maldito.

La joven no le dio más largas a lo del reloj. Se levantó para estirar su cuerpo; caminó unos pasos en la habitación y desplegó con cuidado un lado de la cortina. Cuando observó el pueblo casi en ruinas, sintió un escalofrío, y con la misma apartó su mirada para observar que Antonella le daba a Velkan la infusión con una cuchara sopera.

—¡Esto está jodidamente amargo! —se quejaba Velkan mientras hacía una mueca de asco.

—Vamos, abre la boca... eso —Antonella estaba muy cerca de Velkan y lo tomaba suavemente del mentón.

Ileana tomaba su infusión y se dedicaba a ver todo lo que Antonella hacía, al parecer sabía mucho de medicina, en cambio ella no sabía nada. No era lo mismo saber un poco de teoría sobre hierbas, que saber jugar con ellas para crear medicinas. Se sintió impotente de alguna manera y se preguntó: «¿Qué hubiera podido hacer yo si Antonella no hubiera aparecido para atenderlo?».

Velkan terminó de beber la infusión con mucho desagrado y Antonella fue por una especie de caja. Descubrió la venda con el puré de hierbas; comenzó a limpiar la herida y veía a Velkan a los ojos mientras le dedicaba una amable sonrisa.

Un sentimiento de impotencia le estrujaba el corazón a Ileana al ver a la pelirroja sumamente cerca de su novio. Algo en sus entrañas le hacía sentir un escozor combinado con aversión al trato demasiado amable que ella le estaba dando. A pesar de que Velkan no le devolvía la sonrisa, la estaba viendo a los ojos y aquel cuadro de paciente-enfermera le revolvía el estómago y la hacía sentir incómoda o más bien… ¿enojada?.

«¿Por qué me siento así?», pensó mientras sus dedos apretaban con fuerza la taza.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo