El despertar de Antonella
El despertar de Antonella
Por: Lucy Avi
Prefacio

​​La carretera se veía desolada, al parecer ya estaba olvidada desde hace tiempo por la mayoría de personas en Italia, y ese era un tema del que nadie hablaba en los pueblos vecinos. Según comentarios fugaces sin fundamento de personas esporádicas, hace mucho tiempo que había quedado en ese estado. En aquella vieja ruta, una camioneta convertible con dos pasajeros en su interior se hacía paso entre ese sendero de concreto.

—Sí, sí mamá, que estamos bien. —La chica se detuvo a escuchar—. Sí, Velkan va al volante, ya comimos y el viaje va bien. Solo paramos por algo de gasolina, nada que reportar. Los amo, luego me comunico con ustedes. Adiós.

La llamada finalizó, ella se acomodó un mechón de su lacio cabello detrás de su oreja, mientras una sonrisa iluminaba su rostro y volteó a ver a su compañero, quien ya estaba sonriendo al verla contenta. Ella se sonrojó al darse cuenta de que, Velkan la observaba en esa acción tan cotidiana.

—Ya sabes —rió nerviosa—, mi mamá no puede dejar de llamar con frecuencia —susurró al muchacho, que intentaba ir concentrado al manejar.

—Pero claro, Ileana. Mi suegrita se preocupa mucho por ti y no la culpo —contestó Velkan, sin desviar su mirada de la carretera—. Por cierto, amor ¿Podías chequear el mapa?

—Claro —respondió ella y con sumo cuidado, levantó y desdobló el mapa para comenzar a revisar con minuciosidad.

Los segundos pasaron tortuosos y la mirada de la chica no se despegaba del mapa. Aquello llenó de intriga a Velkan ¿Por qué dudaba?, ¿acaso algo andaba mal? El silencio le era tan incómodo que decidió romperlo con su propia voz.

—¿Pasa algo, Ileana? —El joven frunció el ceño y volteó a verla, tratando de no desconcentrarse al manejar.

—Pues, ocurre que el mapa me marca un lugar con poca vegetación, pero no se parece en nada a este lugar, es más, aquí parece una especie de… ¿Bosque? —Ileana volteó a ver a los alrededores y bajó el vidrio de la camioneta.

—Bueno, las rutas cambian con el paso del tiempo, eso es normal. —Velkan se encogió de hombros.

—Es que… en realidad pareciera que estamos en otra parte. Deberías verificar tú mismo —dijo Ileana, moviendo el mapa con insistencia.

—Al menos yo no le veo algún problema, pero si eso te deja más tranquila lo haré —esbozó una sonrisa con un dejo de pesadez.

Velkan se orilló con cuidado en la carretera junto a un montón de arbustos, que más allá se convertían en árboles gigantescos e imponentes. Ileana le pasó el mapa y el muchacho lo escrutó justo en donde se suponía que se encontraban. Sus ojos bailaban de un lado a otro para analizar bien de qué se trataba la incongruencia y frunció el ceño de nuevo. Ambos bajaron del vehículo y se alejaron unos pasos para charlar mejor sobre el tema de la ruta.

—Tienes razón —musitó, sin quitar la mirada del mapa—, pero quizá es lo que te mencioné: Algunos lugares cambian demasiado con el paso del tiempo y se vuelven irreconocibles. No hay de qué preocuparse, vamos en la ruta correcta. —Velkan miraba hacia todos lados para comprobar su punto—. Es más, lo podemos verificar con la forma de aquellas montañas ¿Ves? —Le señaló con su índice.

—Oh, ya veo —Ileana respiró aliviada—. Aún así, no sé por qué tengo la corazonada de que parece muy distinto. Como un lugar totalmente diferente, pero bueno… Deben ser cosas mías —finalizó Ileana, con la confusión rondándole la cabeza.

—Bueno, ahora que ya quedamos claros y seguros del rumbo, ¡continuemos con nuestro viaje! —sugirió Velkan con entusiasmo.

El joven se encaminó un par de pasos hacia la camioneta, pero al sentir que Ileana no caminaba a su lado se extrañó. Volteó a verla y ella no se había movido ni un solo centímetro. Rápido se acercó a ver qué le sucedía y la mirada de la chica se hallaba fija en algún punto de la maleza. Sus ojos brillaban con ilusión, una que Velkan conocía más que bien.

—¿Qué has visto, eh? —Se atrevió a preguntar con mucha curiosidad.

—No me lo vas a creer, pero… —Ileana señaló hacia un par de metros más adelante— ¡Mira esa belleza, Velkan!

La joven no dudó en casi salir corriendo en esa dirección ante su atónito novio, que solo se limitó a seguirla hasta donde ella se había dirigido con tanta euforia. Él sonrió para sus adentros. Aquella forma de ser de Ileana, tan emotiva y llena de vida, era una de las cosas que lo tenían loco por ella.

Gracias a su condición alta, Velkan llegó en un dos por tres al lado de Ileana y al fin pudo ver lo que había llamado la atención de la chica: Una acumulación de maleza y flores silvestres haciendo una figura perfecta.

—Es un arco de flores, hecho al natural. Velkan ¿No te sorprende cada vez más la naturaleza? —esbozó Ileana una amplia sonrisa, sin retirar la vista del cuadro que la había enamorado, mientras tocaba los suaves pétalos de las flores violetas.

—Nada mal, para ser sincero. —Velkan rodeó con su brazo a la chica para sentirla más de cerca y por un instante pudo sentir la felicidad que llenaba a Ileana, lo cual lo hizo sonreír con satisfacción.

—Necesitamos una foto justo aquí, ¿no te parece oportuno? —inquirió ella, mientras encuadraba con sus dedos para medir un ángulo correcto antes de la foto.

—Buena idea, espera que traigo la cámara —dijo Velkan e Ileana asintió con entusiasmo.

El joven se encaminó hacia la camioneta, sacó la cámara de una de las mochilas que ellos llevaban, y regresó hasta el arco silvestre, donde Ileana ya se encontraba practicando algunas poses previas a la foto que se tomarían.

—Esta foto la mandaremos a encuadrar, será muy especial —aseguró Ileana en cuanto Velkan encendió la cámara color negro y se colocó junto a ella.

—Por supuesto que sí, amor. —Velkan levantó la cámara—. Ahora di wiski.

El flash iluminó sus rostros sonrientes y así estuvieron tomándose al menos unas doce fotos, hasta que quedaron exhaustos y con las mejillas entumecidas. De pronto otro gritito de emoción salió de la garganta de Ileana. Al parecer las maravillas seguían apareciendo, pero esta vez Velkan se mostró un poco indiferente.

—Ileana, pronto estará a punto de anochecer, debemos resguardarnos cuanto antes, sabes que los hospedajes se llenan rápido. No te gustará dormir en el suelo, te lo aseguro.

—Lo sé, lo sé mi amor —dijo rodando los ojos—, pero a penas son las tres de la tarde, además será una foto más, anda di que sí, solo mira. —Ileana tomó el brazo de Velkan y le señaló hacia dentro del bosque, justo pasando el arco silvestre— ¿Ves? Es un claro muy bello y quizá haya algo allí hermoso para recordar por siempre.

Velkan miró con detenimiento, parecía un lugar paradisíaco con ese arco natural y el claro que dejaba ver una flora espectacular llena de árboles de todos colores y tamaños, algunos en pleno auge de floración y otros mostrando sus frutos silvestres. Si lo reflexionaba bien, realmente aquel viaje lo hicieron para perpetuar momentos especiales para ambos. Ileana amaba la naturaleza, y ese momento podría no repetirse.

También algo le decía que, quizá verían alguna otra maravilla después de ese claro, de eso no había dudas. No era tan tarde, podían permitirse explorar un poco aquel lugar que parecía fuera de este mundo, así que tomó la decisión: Estarían de expedición a lo máximo una hora y si la suerte estaba de su lado, quizá a eso de las seis de la tarde ya estarían en la comodidad de un hotel, gozando de su mutua compañía y resguardados de las inclemencias de la noche.

—Bien, amor… —puntualizó con voz firme— Prepárate, porque exploraremos un poco antes de ir a la ciudad próxima y será un bello momento para recordar —afirmó con determinación.

—Gracias, te amo —musitó Ileana y guiñó un ojo a su novio.

Velkan no pudo resistir aquel gesto que lo llevó a tomar el mentón de Ileana, dio un tierno y corto beso en sus finos labios y se encaminó a por las mochilas, no sin antes cerrar bien la camioneta. La idea era conocer un poco sin adentrarse tanto –ya que podría ser propiedad privada–, e irse de ese lugar lo antes posible.

Ileana recibió su mochila, se la colocó, se acomodó el cabello y caminó a través del arco silvestre seguida por Velkan. Una sensación mágica e indescriptible llenaba los alrededores. Ella sentía aquello como entrar a las entrañas de la Madre Tierra; él por su parte, solo sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. De inmediato se tomaron algunas fotos aprovechando los tenues rayos del sol que se colaban de entre las ramas hacia ellos.

—Esta sí que nos quedó perfecta —dijo una Ileana entusiasta.

—Ahora te tomaré una más con ese árbol de fondo. —Velkan señaló el árbol del centro, allí donde la luz solar era más resplandeciente.

—¿Aquí? —inquirió Ileana y comenzó a posar con sus manos en la cintura.

Aquella blusa celeste resaltaba su tez clara y esos pantalones de lona obscura acentuaban su figura a la perfección. Su cabello corto enmarcaba su bello rostro y los rayos de luz solo afirmaban lo radiante que ella estaba ese día. Y aunque él y ella estuviesen usando ropas del mismo color, sin duda para Velkan, verla entre la naturaleza era todo un espectáculo y él por más que quisiese, se sentía anímicamente lo contrario a su novia.

—Perfecta, pareces un ángel —sonrió él, viéndola por el lente de la cámara.

—¡Pero qué cosas dices en verdad! —Ileana rió bajo y se llevó las manos a las mejillas para ocultar su evidente sonrojo.

—Solo digo la verdad, princesa —prosiguió Velkan con sus halagos.

Velkan tomó un par de fotos más, pero algo lo hizo detenerse a ver los alrededores. La claridad había disminuido de una manera muy rápida, tanto que alertó al joven. Parecía que los árboles hubieran crecido allí mismo y taparan mucho más los rayos del sol. El joven bajó la cámara para observar los alrededores e Ileana también volteaba de un lado a otro.

—Pero, ¿qué está pasando? Se habrá nublado, quizá —dijo Ileana, extrañada.

—Qué raro —murmuró Velkan, y cuando volteó a ver hacia donde estaba Ileana su corazón se sobresaltó y reprimió un grito de susto con lo que vio justo detrás de ella—. Carajo… —alcanzó a espetar y su rostro se desfiguró en algo descrito como miedo.

—¿Qué ocurre? —Ileana caminó hacia donde estaba Velkan.

—No te muevas… —susurró, dándole con su mano una señal para que se detuviera.

—Velkan… me estás asustando —dijo Ileana en un hilo de voz, que no pudo controlar al sentir que algo estaba detrás de ella.

Ileana entró en desesperación, y la cara palidecida de Velkan no le estaba ayudando en nada; ella podía percibir el miedo del muchacho. Él se agachó para tomar algo del suelo, quizá una piedra y la ansiedad en la joven se hizo presente cuando sintió detrás de su nuca una respiración fuerte, que indicaba la presencia de algo quizá muy peligroso; y antes de que pudiera moverse solo escuchó el grito de su novio:

—¡Corre, Ileana!

Ella obedeció y comenzó a encaminarse con paso rápido hacia la salida, pero Velkan había ido en dirección contraria. Ella no supo qué hacer al darse cuenta que, aquel arco por el que habían entrado ya no estaba; eso le provocó mucha más desesperación. Al mismo tiempo escuchó un gruñido, un grito de dolor de su novio y un golpe.

Ileana gritó y detuvo sus pasos para ver hacia donde estaba Velkan. Cuando volteó, él yacía herido en el suelo y se quejaba del dolor. De inmediato se dirigió hacia donde estaba y cuando elevó su vista a la lejanía, su ser no cabía en el horror que sintió cuando vio alejarse aquello que los había atacado y observado desde quién sabe cuánto tiempo ¡Era un monstruo aterrador! Lo peor de la situación era que, ahora ya no sabían en qué lugar se encontraban… Estaban perdidos.

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