Pereza mortal

Cuando abrió los ojos, la oscuridad reinaba, sintió como si hubiera despertado de un largo sueño que, más bien le sabía a muerte. Su cabeza daba vueltas, no sabía quién era o cómo había llegado ahí. Pasado un tiempo en silencio, escuchó pasos, murmullos y ruidos. Se alertó cuando alguien removía aquel lugar de sombras.

Sus ojos verdes divisaron dos figuras humanas mirándola fijamente y también una luz casi cegadora de una vela. De inmediato se sobresaltó. «¿Quiénes son?, ¿Qué quieren?, ¿Por qué están aquí?». Fueron demasiadas preguntas en un solo instante, hasta que sintió el roce de algo en su piel.

Aún no distinguía muy bien con su vista lo que ocurría, pero las voces sonaban en un idioma desconocido para ella. La voz fina le transmitía paz, pero la voz más ronca la hizo estremecerse en un escalofrío. Le costaba moverse, era como si su cuerpo no funcionara bien del todo y la sola idea la llenaba de una molesta sensación que apenas llegaba a soportar. De pronto sintió cómo su cuerpo era envuelto en algo suave parecido a una manta ¿Qué pretendían envolviéndola de esa manera? ¿Estaba desnuda? Todo era confuso.

—¿Cosa é su…? —Alcanzó a murmurar aquella chica, pero esto no fue problema para los dos jóvenes, ya que sabían defenderse en el idioma que escuchaban.

—Acaso quiso decir, ¿qué pasa? ¡Sí es italiana, Velkan! —susurró Ileana, mientras tocaba el brazo del joven y lo zarandeaba con un tanto de discreción y emoción a la vez.

—Eso parece, sigue hablándole para que reaccione —respondió Velkan entre susurros, sin quitar la mirada de la chica que, parecía más muerta que viva.

—Oye... ¿Puedes escucharme? ¿Cómo te sientes? —Una voz suave y fina le hablaba, era una chica de cabello castaño y corto con grandes ojos color miel, quien comenzó a tocar su brazo con insistencia.

—Creo que está en shock —La voz gruesa del otro individuo llamó su atención, era alto y fornido, de cabello oscuro como la noche y ojos azules cual océano.

De un momento a otro, la chica se intentó parar, pero comenzó a sentir un temblor en su cuerpo; un dolor agudo en la cabeza le hizo crear imágenes fugaces, quizá… ¿recuerdos?

—Caray, se ve muy mal, debemos ayudarla —decía la chica, mientras él sacaba una botella de agua de su mochila.

—¿Bianca?... ¿Leo? —masculló con voz entrecortada, quiso seguir hablando pero no pudo, seguía temblando.

—No —contestó la viajera de inmediato—, mi nombre es Ileana. —Le ofreció agua de la botella y ella la recibió con sus temblorosas manos.

—Yo soy Velkan y nos sorprende encontrar a alguien aquí y en este estado —dijo el joven que se limitaba a mirar de pies a cabeza a la pálida mujer de cabello rojo.

Ella intentó beber, pero con la misma escupió, no pudo dar ni un solo trago. Comenzó a toser como si se estuviera ahogando mientras Ileana le daba unos leves golpecitos en la espalda alta.

—No… puedo —dijo a la chica, devolviendo la botella.

—No te preocupes —Le dijo Ileana, guardándola de nuevo en la mochila de su novio—. Por cierto... No es necesario que lo respondas pero… ¿Recuerdas cómo te llamas?

Ella llevó ambas manos a su cabeza, como si tuviera una especie de conflicto y tratara de procesar la pregunta. De repente un nombre llegó a sus labios, aún sin estar segura de nada, pero se atrevió a decirlo sin titubear.

—Antonella —dijo con debilidad y la confusión apoderándose de su mente.

—Mucho gusto, Antonella —sonrió Ileana con amabilidad y ella devolvió una débil sonrisa.

Antonella volteó a ver a Velkan para sonreírle, ya que la chica castaña era demasiado amable, pero este joven permanecía con un semblante serio, ella se quedó viendo cómo sus ojos azul intenso la eludían y su sonrisa desapareció.

En ese momento, los dos jóvenes se acercaron para ayudarle a ponerse de pie; Ileana la tomó de un brazo y Velkan empujó un poco su espalda, en definitiva la pelirroja sentía el rechazo perenne del joven.

Salieron de ese oscuro sótano, con mucho cuidado, ya que estaba oscureciendo allá afuera y lo único que habían en el suelo eran muchas velas regordetas y candelas alargadas. Pronto Ileana y Velkan notaron que Antonella comenzaba a caminar un poco mejor.

Los tres jóvenes se encaminaron a la sala principal. Antonella notó que conocía esa casa, todo le resultaba familiar, aunque muchas cosas faltaban, en especial la imagen de su familia y objetos de ellos, de quienes tenía imágenes borrosas mientras caminaba; algo le decía que ellos existían.

Se sentaron en el suelo, ya que lo único que había en el centro de la sala era una mesa de madera; no había sillas y eso parecía extraño. Velkan, con algo de dificultad por el dolor del pie, comenzó a recolectar las candelas que yacían en el sueño, mientras Ileana trataba de reanimar a Antonella.

Estuvieron en silencio un momento, a la luz de los candelabros y el olor de un incienso que había aparecido en el suelo de igual manera. Mientras tanto, Ileana relató que llegaron huyendo de un monstruo, así dieron con ese pueblo deshabitado; no tenían opción.

—Como ves, Antonella, nuestro viaje ha sido largo, muy difícil y por lo visto aquí no hay hospital —señaló la herida de Velkan.

—Ya pasará, no es para tanto. Estoy perfectamente bien —respondió Velkan, despreocupado a pesar del persistente sangrado.

Antonella vio la herida y otra cadena de imágenes vino a su memoria: «vestía uniforme blanco, atendía enfermos y aquello le llenaba de felicidad». Sonrió con debilidad tener aquella sensación que le provocaba la labor que había elegido cuando era una "chica normal" y solo pensaba en estudiar y trabajar.

—Yo... puedo ayudar —dijo la chica pelirroja.

Ileana y Velkan voltearon a ver a la joven de tez blanca y ojos esmeraldas; acto seguido, Antonella con las manos temblorosas, rompió un pedazo de la manta blanca que la cubría y aplicó un torniquete al joven, pero el olor de la sangre, la llamaba a querer clavar sus dientes en aquella herida y beber, beber, beber. Se alejó de inmediato, desconociendo lo que le pasaba con respecto al líquido carmesí, pero algo era cierto: no podía ignorar aquello.

—Gracias —esbozó Velkan una sonrisa ladeada, aunque sin mirarle a los ojos. Antonella sonrió y luego otro temblor se apoderó de su cuerpo.

—En serio muchas gracias Antonella, creo que ahora debes descansar, tú también necesitas atención médica inmediata y tenemos que salir de aquí —dijo y la cubrió con una manta.

Velkan se levantó y comenzó a andar con un poco de dificultad. Se sentía mucho mejor. Aunque, sin proponérselo, algo le daba mala espina en esa muchacha pelirroja, piel pálida. Parecía que había vuelto del más allá, le recordaba a los tan mencionados y afamados zombis. No hallaba una explicación lógica al hecho de que ella estuviera como sepultada en el desván de esa lúgubre casa. Luego una voz lo sacó de sus pensamientos:

—Amor, con esto te vas a aliviar, se vé que ella hizo un muy buen trabajo con tu herida. —La chica besó su mejilla y revolvió sus negros cabellos.

—Sí, cariño, lo sé —suspiró y la abrazó—. Es sólo que... algo no me cuadra en esa mujer —frunció el ceño y vio de reojo a Antonella.

—Velkan... Ella ha perdido la memoria, no sabe nada de lo que le pasó aquí. Debemos sacarla de este pueblo desolado y buscar un centro médico para curarlos a ambos.

—Bien... —gruñó Velkan entre murmullos—. Ahora durmamos.

Antonella vio a lo lejos que, pronto la pareja de viajeros se acurrucó bajo una manta aterciopelada para dormir, mientras que ella pasó despierta toda la noche; el sueño era algo que sentía desconocer desde ya hace tiempo, sólo que, aún no sabía las causas de que se sintiera tan ajena al cerrar los ojos y roncar, como lo hacían ellos. La noche se hizo eterna.

Al día siguiente los dos jóvenes notaron que Antonella no estaba en el sitio que la dejaron. La buscaron por toda la casa, o al menos por la sala, los pasillos y el desván que estaban vacíos. Velkan la encontró en una de las habitaciones, sentada, abrazando sus piernas y se veía más pálida, aunque estuviera oscuro; Ileana llegó a la habitación y entreabrió una de las cortinas

—¡Ah! —La decrépita Antonella pegó un alarido que los dejó helados de miedo, lo que hizo que Ileana cerrara de inmediato aquella cortina.

—T-ten —dijo Velkan, aún experimentando el susto le extendió una galleta y un jugo de caja.

—S-sólo queremos que comas algo —trató de animarla Ileana.

—Gracias —dijo Antonella en un hilo de voz, luciendo en extremo más delgada que la noche anterior.

La consternada pareja de jóvenes la dejó en la habitación para que intentara comer con más privacidad, sin saber qué hacer en realidad, ya que no sabían que tenía la muchacha y no sabían cómo manejar la situación de agonía de una persona. El sentimiento de impotencia por parte de ambos se hizo presente.

—Yo creo que… está muriendo —dijo Velkan cabizbajo y con pesar.

—Yo también —respondió Ileana con resignación, mientras mordía la uña de su pulgar.

Ileana regresó a ver a Antonella quien yacía sentada, recostada en la pared sin pronunciar palabra y con la comida intacta entre sus manos, mientras Velkan aprovechó la luz del día, salió a explorar fuera de la casa, pero no había nadie allí; realmente ese era un pueblo abandonado y fuera del mapa. No pudo encontrar mucho allí a la vista, tendrían que indagar aún más.

El día siguió su curso y Antonella durmió todo el día ante la enorme preocupación de los jóvenes. Lo que no tenían ni idea era que, la pelirroja sabía cuál era la solución para recuperar energía, su instinto se lo dictaba, pero simplemente no quería hacerlo.

De alguna manera ellos le agradaban. Se habían preocupado por ella y habían sido muy amables con su estado deplorable; Velkan era un poco la excepción, pero sentía mucha bondad en su corazón. No era alguien malo como para querer dañarlo.

Llegada la noche no deseada, Antonella sentía que se desvanecía. Su mente le pedía con exigencia el líquido escarlata que su cuerpo le dictaba necesitar para vivir y estaba tan cerca en aquellos dos jóvenes. Mucho más en aquella herida que aún sanaba con lentitud, justo frente a ella. El par de viajeros había decidido pasar allí la noche junto a ella y aquello podía ser o muy bueno, o muy malo.

Los jóvenes se habían tapado con la frazada pero luego de unas horas ya cada quien había tomado otra postura y la tela gruesa que los cubría yacía hecha un molote en una esquina de la habitación. Realmente la pelirroja no deseaba hacerles daño, pero su anatomía casi le hablaba a gritos lo que tenía que hacer si deseaba vivir.

El olor era muy fuerte y tentador para Antonella, tanto que daba vueltas ahí acostada, devanándose en un conflicto mental y físico hasta que, en una de esas vueltas desesperadas, quedó frente a Velkan, su respiración se agitaba debido a la insuficiencia respiratoria; todo su cuerpo daba lo último que tenía de energía.

En esos pocos segundos, se detuvo a ver aquel rostro varonil con facciones hermosas que dormía apacible. La vista de su cabello azabache azulado y su leve ronquido la hacían ahogarse en la indecisión. No quería pero, tenía que hacerlo. Estaba tan cerca que la chica tuvo que acortar un poco más la poca distancia que tenía del muchacho hasta sentir su aliento chocar con su mejilla.

«No puedo más». En un acto de desesperación descubrió la pierna, quitó el torniquete, sus colmillos, que parecían tan pequeños por la debilidad de su cuerpo, estaban listos para dar la mordida al fin, cuando sintió un movimiento notó que Velkan la veía fijamente. Ella se sobresaltó y con lentitud dejó lo que estaba haciendo.

«¡Me descubrió, soy historia!», pensó Antonella, mientras sentía como la muerte despiadada le respiraba en la nuca.

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