Propuesta diligente
Ya habían pasado algunas horas desde que amaneció y Sorin se había ido a trabajar desde temprano. A pesar de que, el rubio no sabía ni un carajo sobre enfermería, se armó de valor para quitarle co torpeza todos los puntos para que se completara el proceso de cicatrización, y no hubo complicación en aquello, ya que el trabajo que Raziel le había hecho era profesional y sus heridas comenzaban a sanar muy bien, aunque no al cien por ciento.

Ariel seguía tendido en el lugar del que, con dificultad podía moverse, aunque esa mañana estaba bien acompañado. La joven amiga de Ileana, que estaba amordazada por si despertaba y que también estaba herida por causas que desconocía, se había quedado junto a él por orden de Sorin.

Ariel comenzó a recordar la noche anterior:

–Oye Sorin, ¿a dónde vas? –inquirió Ariel con nerviosismo–. La chica, no la dejes aquí. Este es mi dormitorio –renegó mientras la señalaba.

–¿Crees que tengo una mansión por casa? Ni que fuera Raguel –refunfuñó–. No tengo otro
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