Saciedad sangrienta
La luz del sol se comenzaba a colar por las rendijas de la puerta principal y por las ventanas, mas aquel cuarto, carente de ellas, permanecía en penumbras y dos individuos yacían acostados, muy juntos el uno del otro mientras el trinar de los pájaros no los dejaban dormitar en paz.

Antonella abrió los ojos con dificultad, aún los estragos en su cuerpo se hacían presentes, sin sumar a aquello el severo dolor de cabeza que casi la hacía gritar; era consciente de que debía reposar un poco más. Sabía muy bien que el golpe que se dio al caerse, solo había acelerado lo que ya su cuerpo le estaba pidiendo a gritos: Sangre humana.

Con respecto a ese tema en particular, la casa era un severendo desastre:

En las paredes de aquella habitación habían salpicaduras carmesíes y ni hablar del piso. Una hilera de huesos y manchas grandes de sangre rodeaban a ambos, como un recuerdo de lo que tuvo qué hacer si quería vivir.

Antonella recordó con dificultad cómo el hombre todavía gemía de dolor y en su
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