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Templanza y castidad encubiertas
La casa de Raguel lucía por fuera pacífica y en sus alrededores no había más individuos que Gabrielle y él. Todos los muchachos se habían ido muy temprano hacia sus respectivos lugares de trabajo. Todo eso sonaría muy normal con excepción de que ambos sudaban y respiraban fuerte a causa de haber entrado en la vivienda, como almas que se llevaba el diablo.

–Gab, jamás me vuelvas a pedir otra locura de estas, por amor a Dios –sermoneó Raguel mientras seguía recuperando el aliento.

–No te hagas la víctima, Raguel –enunció Gabrielle en el mismo estado que su compañero– ¡Tú aceptaste, así que no te quejes! Mejor agradezcamos que salimos vivos de esta.

Raguel cayó desplomado en su cómodo sofá y Gabrielle le cayó encima.

–¡Gab, quítate ya! –exclamó y la empujó con suavidad, pero esta no hizo caso.

Raguel dejó de forcejear, suspiró resignado y cuando notó el ronquido de su compañera no pudo evitar reírse para sus adentros. Con cuidado se deslizó hacia fuera del sofá, dejando que la joven
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