Secreto generoso
El camino hacia donde quiera que los señores Enache se dirigieran, en verdad era largo. A la distancia, Sorin podía escuchar la discusión de la pareja; estaban en extremo malhumorados y al parecer se bombardeaban el uno al otro con críticas bastante subidas de tono.

–Creo que debí manejar yo –espetó el señor Cosmin. Por poco chocamos con un maldito poste ¡Ya deberías haber aprendido, carajo! Nuestra vida está en riesgo cada vez que te sientas al volante.

–¿Te quieres callar de una vez? –inquirió con molestia la señora Katia–. Si no fuera porque me distraes con tus berreos, yo manejaría bien. Cuando he ido con Ileana, nunca ha pasado nada ¡Cierra el pico o de verdad nos vamos a accidentar, por todos los cielos!

Sorin rodó los ojos y le dio otro jalón a su cigarrillo para después exhalar el humo por la ventana del auto, todo con tal de calmar los nervios, ya que, por más que quisiera no podía evitar escuchar aquella tonta discusión marital.

«Ojalá que lleguemos pronto a la bendita ca
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