El camino hacia donde quiera que los señores Enache se dirigieran, en verdad era largo. A la distancia, Sorin podía escuchar la discusión de la pareja; estaban en extremo malhumorados y al parecer se bombardeaban el uno al otro con críticas bastante subidas de tono. –Creo que debí manejar yo –espetó el señor Cosmin. Por poco chocamos con un maldito poste ¡Ya deberías haber aprendido, carajo! Nuestra vida está en riesgo cada vez que te sientas al volante. –¿Te quieres callar de una vez? –inquirió con molestia la señora Katia–. Si no fuera porque me distraes con tus berreos, yo manejaría bien. Cuando he ido con Ileana, nunca ha pasado nada ¡Cierra el pico o de verdad nos vamos a accidentar, por todos los cielos! Sorin rodó los ojos y le dio otro jalón a su cigarrillo para después exhalar el humo por la ventana del auto, todo con tal de calmar los nervios, ya que, por más que quisiera no podía evitar escuchar aquella tonta discusión marital. «Ojalá que lleguemos pronto a la bendita ca
La casa de Raguel lucía por fuera pacífica y en sus alrededores no había más individuos que Gabrielle y él. Todos los muchachos se habían ido muy temprano hacia sus respectivos lugares de trabajo. Todo eso sonaría muy normal con excepción de que ambos sudaban y respiraban fuerte a causa de haber entrado en la vivienda, como almas que se llevaba el diablo. –Gab, jamás me vuelvas a pedir otra locura de estas, por amor a Dios –sermoneó Raguel mientras seguía recuperando el aliento. –No te hagas la víctima, Raguel –enunció Gabrielle en el mismo estado que su compañero– ¡Tú aceptaste, así que no te quejes! Mejor agradezcamos que salimos vivos de esta. Raguel cayó desplomado en su cómodo sofá y Gabrielle le cayó encima. –¡Gab, quítate ya! –exclamó y la empujó con suavidad, pero esta no hizo caso. Raguel dejó de forcejear, suspiró resignado y cuando notó el ronquido de su compañera no pudo evitar reírse para sus adentros. Con cuidado se deslizó hacia fuera del sofá, dejando que la joven
En cuanto Sorin se hizo presente en la sala principal y su expresión denotaba mal humor y frustración, Raguel respiró hondo e intentó colocar una expresión neutra para no evidenciar cómo por dentro hasta se encontraba temblando como un chiquillo. –Sorin… –dijo, con serenidad a modo de saludo. –¿Cómo estás, Raguel? –inquirió también a manera de saludo y le ofreció la mano. Raguel hizo una mueca de desaprobación, y no aceptó el saludo de mano en un principio. –¿Qué?, ¿ahora ya ni siquiera te queda un poco de cordialidad al menos? Aunque bueno, ahora que lo pienso lo dudo, después de la manera en que abandonaron sus títulos de Virtudes. –Si no tuviera cordialidad ni siquiera te hubiera dejado entrar a mi casa –espetó Raguel con mucha seguridad. El joven violinista, recapacitó en un segundo y su sentido de la educación, sumado al comentario que Sorin le había hecho, lo hizo al fin corresponder al saludo del rubio, estrechando su mano con la de él. –¿Qué se te ofrece, Sorin? –interro
La casa de Raguel rebosaba de la presencia de sus visitantes, las verdaderas Virtudes divinas aunque Sorin lo negara. El joven técnico de computadoras y músico, se sorprendió de lo relativamente rápido que todos habían atendido el llamado, aunque no tan contentos por aquello tan precipitado.La única manera en que se habían contentado un poco había sido a base de bocadillos dulces y salados, que su mayordomo había colocado en la mesa, acompañados de una deliciosa cocoa caliente y de café.–¿Tienen idea de lo que significa salirse del hospital cuando estás de turno? Creo que jamás lo sabrán –alegó Raziel, con los nervios alterados.–Creo que yo sí te entiendo, Raz –contestó Daniel–. Dejar a otro encargado de la cocina en un restaurante prestigioso no es nada agradable y menos salir a cualquier hora. –¿Verdad que sí, Daniel? Al menos tú me comprendes –respondió la rubia con una sonrisa tímida, la cual él, como cosa rara, había correspondido con esa sonrisa amplia que la derretía por den
La tarde estaba llegando a su fin y para Antonella estaba yendo de maravilla; al menos hasta ese momento. La señora Doina y su hija Romina, durante toda la tarde, le habían pasado enseñando lo básico de la magia sin chistar y sin dudar ni un momento sobre su condición de chica buena. Doina había pasado explicándole a Antonella un sinnúmero de conceptos sobre lo que envuelve dicha magia: como hechizos de protección, otros para la buena suerte, para comunicarse con el universo; las leyes intrínsecas de la magia blanca, el propósito benevolente de esta con todos los beneficios que su práctica trae para la persona y quienes la rodean. Todo sonaba genial conceptualmente, pero lo que la señora Doina desconocía, era que aquella “chica buena” no era nada más que un espejismo con un pasado oscuro y tétrico, pero eso ellas no tenían porqué saberlo nunca. Mientras Antonella sonreía con amabilidad y mostraba luminosidad en su rostro, –además de total disposición para acatar las reglas ante aqu
En efecto, la expectativa de Antonella había sido acertada, pero por alguna razón se había ilusionado un poco cuando Mireya había mencionado la palabra “fuego”. La mente de la pelirroja había tomado la idea de una fogata grande al aire libre donde quizá harían una danza intensa o algo parecido, pero aquello había resultado ser diferente. El grupo de mujeres se había dispuesto a encender velas blancas y a sentarse en círculo mientras daban algún pequeño discurso de bienvenida. Prácticamente se estaban presentando, como en la escuela, cuando era el primer día y cada uno debía decir su nombre. Aquello la había decepcionado, sobre todo porque Antonella no deseaba recordar los nombres de aquellas mujeres. Primero le habían pedido a Antonella que se presentara de una manera un poco más resumida. Después había sido el turno de Doina, luego Romi, después Mireya, Raiza, Angeli, Sam y Carmina. «Vamos, Antonella, ahora ya estás aquí. Deberás aprenderte sus nombres al menos y ser una buena chi
Los rayos de sol le alumbraron el rostro y fue allí cuando se dio cuenta de la llegada de un nuevo día. Sorin abrió los ojos y se removió entre sus sábanas; la pesadez del estrés no lo dejaba en paz ni dormido ni despierto.Se frotó los párpados con sus manos cerradas, bostezó porque dormir en el sofá era la peor cosa del mundo y después de estirarse dejó la pereza enredada entre las mantas y se dispuso a comenzar un nuevo día: el día en que Ileana Enache al fin le traería respuestas.Ya había pasado una semana desde que aquellos traidores que una vez habían sido sus camaradas, se atrevieron a robar aquello a lo que horas antes habían renunciado: sus capas y kits de Virtudes. Sorin se sacudió para ya no pensar en eso y decidió pasar la página.Se desvistió con premura, entró a la ducha y se relajó con el agua que comenzaba a acariciar todo su cuerpo. La verdad era que estaba esperando a una persona y él estaba casi seguro de que le ayudaría al menos en una especie de secuestro.Aquell
Sorin decidió parquear su auto en el garaje para tener más privacidad, pero al tratarse de un parqueo general que todos los vecinos utilizaban, justo esa noche de viernes habían un par de vecinos platicando quizá de chismes variados, ya que no parecía que tuvieran prisa de retirarse pronto de allí. –¿Bajamos ya? –inquirió Megara, pero Sorin negó con su cabeza y el ceño fruncido–. Es que… Creo que ella va a despertar –musitó la médium. La sangre del rubio comenzó a hervir por la desesperación de sentirse impotente y deseó con todas sus fuerzas que Ileana no gritara o algo parecido. Volteó a ver hacia atrás y en efecto, la bolsa comenzaba a moverse o, más bien, la chica lo estaba haciendo. –Oiga, señora… –susurró Sorin, pero fue interrumpido por Megara. –¿Señora? Señorita o Megara a secas, más respeto –alegó muy ofendida. Sorin rodó los ojos y suspiró de inanición. No sabía de dónde sacar más paciencia con las insensateces de Megara. –Solo escuche, tengo una idea, no le puedo expl