La luz del sol se comenzaba a colar por las rendijas de la puerta principal y por las ventanas, mas aquel cuarto, carente de ellas, permanecía en penumbras y dos individuos yacían acostados, muy juntos el uno del otro mientras el trinar de los pájaros no los dejaban dormitar en paz.Antonella abrió los ojos con dificultad, aún los estragos en su cuerpo se hacían presentes, sin sumar a aquello el severo dolor de cabeza que casi la hacía gritar; era consciente de que debía reposar un poco más. Sabía muy bien que el golpe que se dio al caerse, solo había acelerado lo que ya su cuerpo le estaba pidiendo a gritos: Sangre humana.Con respecto a ese tema en particular, la casa era un severendo desastre: En las paredes de aquella habitación habían salpicaduras carmesíes y ni hablar del piso. Una hilera de huesos y manchas grandes de sangre rodeaban a ambos, como un recuerdo de lo que tuvo qué hacer si quería vivir.Antonella recordó con dificultad cómo el hombre todavía gemía de dolor y en su
La noche anterior había sido un tanto devastadora después de que las Virtudes abandonaran su título frente a sus narices y cortaran la amistad de años con él. Lo cierto y que ellos no querían ver era que, una vez se es una Virtud, nunca se podrá dejar de serlo hasta que muera, ya que, el que de verdad los había elegido no había sido él, sino el mismo radar. Después de haberse enterado que el radar dejó de funcionar por la huelga que todos habían hecho, Sorin recogió las capas y los kits de cazavampiros, los echó al baúl de su auto y emprendió camino hacia su apartamento. «Sin el radar es cuestión de tiempo para que la magia oscura se expanda y si no tengo aliados en esta misión, me corresponde a mí reclutar nuevas Virtudes, para ver si el radar se estabiliza o si no buscaré más soluciones –se decía mientras manejaba–. Por de pronto, necesito descansar bien para generar nuevas ideas. Eso haré…» Frenó, ya que un semáforo en rojo estaba frente a él. En cuestión de segundos, el sentimie
El camino hacia donde quiera que los señores Enache se dirigieran, en verdad era largo. A la distancia, Sorin podía escuchar la discusión de la pareja; estaban en extremo malhumorados y al parecer se bombardeaban el uno al otro con críticas bastante subidas de tono. –Creo que debí manejar yo –espetó el señor Cosmin. Por poco chocamos con un maldito poste ¡Ya deberías haber aprendido, carajo! Nuestra vida está en riesgo cada vez que te sientas al volante. –¿Te quieres callar de una vez? –inquirió con molestia la señora Katia–. Si no fuera porque me distraes con tus berreos, yo manejaría bien. Cuando he ido con Ileana, nunca ha pasado nada ¡Cierra el pico o de verdad nos vamos a accidentar, por todos los cielos! Sorin rodó los ojos y le dio otro jalón a su cigarrillo para después exhalar el humo por la ventana del auto, todo con tal de calmar los nervios, ya que, por más que quisiera no podía evitar escuchar aquella tonta discusión marital. «Ojalá que lleguemos pronto a la bendita ca
La casa de Raguel lucía por fuera pacífica y en sus alrededores no había más individuos que Gabrielle y él. Todos los muchachos se habían ido muy temprano hacia sus respectivos lugares de trabajo. Todo eso sonaría muy normal con excepción de que ambos sudaban y respiraban fuerte a causa de haber entrado en la vivienda, como almas que se llevaba el diablo. –Gab, jamás me vuelvas a pedir otra locura de estas, por amor a Dios –sermoneó Raguel mientras seguía recuperando el aliento. –No te hagas la víctima, Raguel –enunció Gabrielle en el mismo estado que su compañero– ¡Tú aceptaste, así que no te quejes! Mejor agradezcamos que salimos vivos de esta. Raguel cayó desplomado en su cómodo sofá y Gabrielle le cayó encima. –¡Gab, quítate ya! –exclamó y la empujó con suavidad, pero esta no hizo caso. Raguel dejó de forcejear, suspiró resignado y cuando notó el ronquido de su compañera no pudo evitar reírse para sus adentros. Con cuidado se deslizó hacia fuera del sofá, dejando que la joven
En cuanto Sorin se hizo presente en la sala principal y su expresión denotaba mal humor y frustración, Raguel respiró hondo e intentó colocar una expresión neutra para no evidenciar cómo por dentro hasta se encontraba temblando como un chiquillo. –Sorin… –dijo, con serenidad a modo de saludo. –¿Cómo estás, Raguel? –inquirió también a manera de saludo y le ofreció la mano. Raguel hizo una mueca de desaprobación, y no aceptó el saludo de mano en un principio. –¿Qué?, ¿ahora ya ni siquiera te queda un poco de cordialidad al menos? Aunque bueno, ahora que lo pienso lo dudo, después de la manera en que abandonaron sus títulos de Virtudes. –Si no tuviera cordialidad ni siquiera te hubiera dejado entrar a mi casa –espetó Raguel con mucha seguridad. El joven violinista, recapacitó en un segundo y su sentido de la educación, sumado al comentario que Sorin le había hecho, lo hizo al fin corresponder al saludo del rubio, estrechando su mano con la de él. –¿Qué se te ofrece, Sorin? –interro
La casa de Raguel rebosaba de la presencia de sus visitantes, las verdaderas Virtudes divinas aunque Sorin lo negara. El joven técnico de computadoras y músico, se sorprendió de lo relativamente rápido que todos habían atendido el llamado, aunque no tan contentos por aquello tan precipitado.La única manera en que se habían contentado un poco había sido a base de bocadillos dulces y salados, que su mayordomo había colocado en la mesa, acompañados de una deliciosa cocoa caliente y de café.–¿Tienen idea de lo que significa salirse del hospital cuando estás de turno? Creo que jamás lo sabrán –alegó Raziel, con los nervios alterados.–Creo que yo sí te entiendo, Raz –contestó Daniel–. Dejar a otro encargado de la cocina en un restaurante prestigioso no es nada agradable y menos salir a cualquier hora. –¿Verdad que sí, Daniel? Al menos tú me comprendes –respondió la rubia con una sonrisa tímida, la cual él, como cosa rara, había correspondido con esa sonrisa amplia que la derretía por den
La tarde estaba llegando a su fin y para Antonella estaba yendo de maravilla; al menos hasta ese momento. La señora Doina y su hija Romina, durante toda la tarde, le habían pasado enseñando lo básico de la magia sin chistar y sin dudar ni un momento sobre su condición de chica buena. Doina había pasado explicándole a Antonella un sinnúmero de conceptos sobre lo que envuelve dicha magia: como hechizos de protección, otros para la buena suerte, para comunicarse con el universo; las leyes intrínsecas de la magia blanca, el propósito benevolente de esta con todos los beneficios que su práctica trae para la persona y quienes la rodean. Todo sonaba genial conceptualmente, pero lo que la señora Doina desconocía, era que aquella “chica buena” no era nada más que un espejismo con un pasado oscuro y tétrico, pero eso ellas no tenían porqué saberlo nunca. Mientras Antonella sonreía con amabilidad y mostraba luminosidad en su rostro, –además de total disposición para acatar las reglas ante aqu
En efecto, la expectativa de Antonella había sido acertada, pero por alguna razón se había ilusionado un poco cuando Mireya había mencionado la palabra “fuego”. La mente de la pelirroja había tomado la idea de una fogata grande al aire libre donde quizá harían una danza intensa o algo parecido, pero aquello había resultado ser diferente. El grupo de mujeres se había dispuesto a encender velas blancas y a sentarse en círculo mientras daban algún pequeño discurso de bienvenida. Prácticamente se estaban presentando, como en la escuela, cuando era el primer día y cada uno debía decir su nombre. Aquello la había decepcionado, sobre todo porque Antonella no deseaba recordar los nombres de aquellas mujeres. Primero le habían pedido a Antonella que se presentara de una manera un poco más resumida. Después había sido el turno de Doina, luego Romi, después Mireya, Raiza, Angeli, Sam y Carmina. «Vamos, Antonella, ahora ya estás aquí. Deberás aprenderte sus nombres al menos y ser una buena chi