EPÍLOGO

El viento soplaba suavemente entre los jardines del palacio real, haciendo ondear las banderas de Velghary en lo alto de las torres. El cielo estaba despejado, y el sol bañaba la ciudad con su luz dorada, reflejando la calma y la prosperidad que habían florecido en los últimos años. Balar, una vez devastada por el fuego y la guerra, ahora se erguía como un símbolo de renacimiento. Sus calles estaban llenas de vida, sus plazas rebosaban de actividad y sus habitantes, aunque marcados por la historia, caminaban con la frente en alto, con la certeza de que su país jamás volvería a caer en la sombra de la opresión.

En el balcón principal del castillo, una figura alta y de porte firme observaba su reino con una mirada serena. Brion DuMartelle, ahora rey de Velghary, mantenía una expresión muy relajada mientras sus ojos recorrían la ciudad. A su lado, una mujer de cabello oscuro y mirada cálida se apoyaba suavemente contra él, su mano entrelazada con la suya. Clarisse O'Nelly, ahora la reina
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