CAPÍTULO 4

La belleza de aquella casa dejó sin palabras a Clarisse.

El diseño moderno del lugar era una maravilla, las paredes y el piso eran iguales que en la habitación en la que despertó, al igual que la decoración minimalista que predominaba.

La casa era de tres pisos, por lo que mientras bajaban las escaleras se percató de que en todo el recorrido no vio fotos de alguna familia o incluso del mismo Soren.

«Que extraño, ¿vivirá solo?», se preguntó la chica y miró de soslayo a su acompañante.

Pasaron por la sala de estar principal que tenía un hermoso juego de sofás en color gris, una mesa ratonera de cristal y en la pared una chimenea que se encontraba apagada, pero sobre ésta había una enorme pantalla.

«¿Quién es este sujeto? ¿El hijo de la presidenta?», se cuestionó mentalmente mientras iban hacia la salida.

Una vez fuera comprendió que no sólo la casa de Soren era hermosa, las que estaban alrededor también lo eran y por las fachadas lujosas se notaba que eran igual o más costosas.

—Por favor, sube —le pidió el chico amablemente al abrir la puerta del copiloto para ella.

Clarisse se le quedó viendo un momento. El auto era de una marca que ni siquiera reconocía, sólo sabía que era bellísimo y con ese hombre sonriéndole mientras sostenía la puerta para ella, era una vista fascinante.

La chica asintió y subió sin decir más que un débil gracias ante el acto del Soren.

Él le sonrió antes de cerrar la puerta y dar la vuelta para subir tras el volante. Con presionar un botón el vehículo se encendió con un rugido silencioso y se pusieron en marcha.

Centró la mirada hacia la ventana y se percató de que ya estaba atardeciendo. No lo había notado por estar embelesada con todo lo que la estuvo rodeando recientemente y también porque sin su teléfono no sabía la hora.

Tras salir del complejo privado y tomar rumbo hacia las calles más concurridas, ella notó que Soren se tomaba momentos para verla. Era extraño, no se sentía incomoda con su mirada, pero ciertamente le afectaba de alguna manera.

De un momento a otro el auto se detuvo y él se giró hacia ella con una diminuta sonrisa en esos labios carnosos.

—¿Sabes? Sería de mucha ayuda si me indicaras el camino a tu casa —informó el hombre de ojos ocres.

—Oh, disculpa. Estaba un poco distraída —respondió velozmente, avergonzada por estar al pendiente de los gentos de su acompañante.

—¿Algo en particular que te mantenga distraída? —inquirió Soren encarnando una ceja.

«¿Cómo puede ser caballeroso y sexy al mismo tiempo?», le cuestionó aquella voz en su cabeza.

—¿Estás bien? Te ves un poco roja —mencionó con desconcierto el pelinegro.

Hasta ese momento ella no había notado que por el comentario de su cabeza se estaba sonrojando terriblemente. Se pasó las manos por las mejillas y tomó una postura más recta en el asiento.

—Sí, estoy bien —sonrió apretando los labios—. Vivo en el centro de la ciudad, yo te guio.

Soren asintió y puso en marcha el vehículo, sin embargo, durante el camino se tomaba la libertad de observarla cuando ella no prestaba atención.

Clarisse era una mujer hermosa con aquella piel tersa y blanca, su rostro con facciones delicadas era enmarcado por la cabellera negra y sedosa. Sus labios eran finos y sus ojos eran de un azul que le hacía recordar al océano.

También notó la manera en la que sus manos jugueteaban con el teléfono y sus ojos azules se perdían en el camino. Claramente estaba nerviosa, pero no estaba seguro de la razón y eso era algo que despertaba la curiosidad en él.

 —Es en este edificio —señaló Clarisse tiempo después y el auto se detuvo frente a la entrada—. Muchas gracias por traerme y también por ayudarme hoy.

—No tienes nada que agradecer, no iba a permitir que ese hombre efectuara ese crimen con éxito —aseguró el pelinegro con voz suave y una leve sonrisa—. No soy capaz de tolerar esa clase de actos.

—De igual manera te lo agradezco y quisiera compensártelo.

—No es necesario, Clarisse. No lo hice con la intención de recibir una recompensa y en todo caso no realicé correctamente la tarea —dijo apuntando al teléfono de la chica.

—¡Pero eso no fue tu culpa! —saltó ella rápidamente, pero luego se acomodó en el asiento—. Si no hubieras aparecido, bueno, nadie sabe qué habría pasado…

Su tono bajo y suave le pareció bastante adorable a Soren, incluso lo hizo sonreír, algo que sus amigos suelen decir que no hace muy seguido.

—Clarisse… —su voz aterciopelada acarició la piel de la chica y sus ojos azules viajaron hacia él—. Me alegra haberte ayudado.

Ella no pudo apartar la mirada de aquellos ojos tan extraños, le parecían tan hipnóticos e intensos que causaban una rara sensación en su interior. La expresión calmada de Soren y su hablar tan elegante con ese acento le pareció sumamente atractivo.

«Te gusta, ¿verdad?», la voz en su cabeza preguntó y sólo eso bastó para que ella se sonrojara nuevamente.

—Bueno, yo creo que ya…, que ya debería entrar —murmuró avergonzada por lo que rondaba en su mente.

—Muy bien. Te deseo una buena noche, Clarisse —se despidió Soren mientras ella bajaba.

—Gracias, igualmente, Soren —dijo con una pequeña sonrisa.

Clarisse fue directo a la entrada del edificio y en todo ese momento el auto no se movió de su lugar. Podía sentir la mirada de Soren a través de aquel vidrió polarizado, aunque no sabía cómo podía ser si no se veía nada hacia el interior del vehículo.

De camino al elevador fue que escuchó el motor del auto cuando Soren aceleró, por alguna razón eso la hizo sonreír nuevamente.

Llegó a su piso, entró en su departamento y se dejó caer sobre el sofá con un largó suspiro. Después del día que tuvo, estaba agradecida de estar en casa sin ningún daño y todo gracias a un hombre caballeroso como Soren.

Tenía que hablar con alguien, pero en cuanto tomó el teléfono se estampó con la realidad de que ya no funcionaba. Así que desde el sofá se estiró hacia la mesa adjunta y tomó el teléfono fijo para marcarle a su amiga.

¿Hola? —sonó extrañada la voz de Lorna.

—Lorna, no tienes idea del día que tuve. ¿Estás ocupada? —curioseó la pelinegra viendo al techo.

Amiga, me asustaste. Es muy raro que me llames desde tu casa —rio la chica en el otro lado de la línea—. No, no estoy ocupada. ¿Por qué?

—Sí, eso es parte de lo que me pasó. Ven a mi casa y te lo contaré todo—fue interrumpida por el sonido de su estómago exigiendo alimento y comprendió que no había comido nada en todo el día—. Y, por favor, trae algo de comida.

De acuerdo, ya salgo para allá —respondió la pelirroja antes de colgar.

Dejó el aparato de nuevo en la base y se quedó viendo el techo un rato más, pensando en todo lo que ocurrió y también lo extraño que fue.

Un momento después se levantó y se dirigió a su habitación para desvestirse y luego darse un baño. Tras ponerse una pijama de algodón fue a la cocina para comer unas frituras mientras su amiga llegaba y a los minutos el timbre sonó.

Rápido fue hacia la puerta para abrirla y se encontró con la pelirroja que estaba entregándole dinero a un repartidor.

—Quédate con el cambio, gracias —le dijo la chica al recibir las bolsas de papel que claramente eran de comida china.

—Muchas gracias, feliz noche —se despidió el joven y se marchó.

—Bueno, ya estoy aquí y traje comida —musitó al entrar al departamento y dejar las cosas sobre la barra de la cocina.

—Genial, muero de hambre. No he comido en todo el día —contó la pelinegra y desempacó todo.

—¿Qué era eso que debías contarme con tanta urgencia? —inquirió Lorna al quitarse el abrigo.

—Ésta mañana fui a la cafetería de siempre para comprar el desayuno y cuando salí para irme al super, un idiota intentó asaltarme…

—¡Santo Dios! ¿Estás bien? ¿Te hizo algo? —preguntó rápidamente la otra con mucha preocupación.

—Tranquila, estoy bien —aseguró Clarisse para calmar a su amiga y dio el primer bocado de comida—. Por fortuna por ahí pasaba alguien con quien me había chocado en la cafetería al salir. Golpeó al ladrón hasta que le rompió un brazo y cuando creí que todo se había solucionado, me desmayé.

—¿Te desmayaste? ¿El ladrón te había hecho algo antes de que esa persona interviniera?

—Tenía un arma —con esas palabras Lorna comprendió la razón y se cubrió la boca con ambas manos para no gritar del susto—. Calma, ni siquiera fue capaz de sostenerla mucho tiempo cuando Soren lo desarmó y lo dejo inconsciente en el suelo.

—¿Soren? ¿Quién es él? —preguntó Lorna con una ceja en alto y un rollo primavera en una mano.

—Así se llama el que me ayudó. Soren Oversax —dijo con una sonrisa que no pasó desapercibida para la pelirroja—. Alto, apuesto y, sobre todo, muy educado. Cuando me desmayé me llevó a su casa y su ama de llaves me atendió.

—Bien, tu caballero de brillante armadura parece un gran sujeto y parece tener dinero —expresó Lorna viendo como su amiga aplicaba algo de salsa a su comida y sonreía—. ¿Ahora me dirás por qué esa sonrisa?

La pregunta de su amiga la descolocó por completo y le dio una mirada de confusión.

—¿Cuál sonrisa?

—La que tienes grabada en los labios, Clarisse —respondió la pelirroja con obviedad.

—No tengo ninguna sonrisa grabada en los labios —aseguró ella con diversión.

No comprendía porqué, pero algo la hacía reír sin sentido.

—Dices que es apuesto, ¿le tomaste una foto a tu héroe?

—No, el ladrón estropeó mi teléfono cuando pelearon. Además, ¿por qué quieres verlo? —cuestionó la pelinegra.

—Sólo quiero saber cómo se ve tu caballero, amiga —aclaró sin más la otra—. ¡Ya sé!

Corrió hacia la habitación de Clarisse y regresó en un momento con la laptop de ésta. Abrió el navegador y sus dedos teclearon el nombre de Soren en el buscador.

—¿Qué tratas de hacer? —preguntó Clarisse.

—Trato de buscarlo en línea. Tal vez haya algo sobre él, incluyendo una foto —explicó la pelirroja mientras revisaba las páginas.

Por un momento Clarisse dudó, pero la verdad es que moría de ganas por saber más de quien la rescató. Dejó la comida a un lado y se posicionó junto a Lorna.

—¡Espera! ¡Es él! —dijo Clarisse cuando lo reconoció en una fotografía.

—Que espécimen tan impresionante, amiga —murmuró Lorna al detallar al hombre en la imagen—. No es apuesto, es sexy. Tiene veintiocho años, es un empresario, no hay nada sobre familiares o sobre su vida personal, excepto por algo importante —dijo esto con una gran sonrisa.

—¿Qué cosa? —la sonrisa de su amiga le pareció rara.

—Es soltero, mi niña —dijo sin más y Clarisse rio por el mensaje que le enviaba la pelirroja al mover las cejas repetidas veces—. Déjame ver si tiene redes sociales. Quiero verlo mejor.

A Clarisse le pareció divertida la manera en la que Lorna trabajó por varios minutos en busca de más información de Soren y logró su cometido cuando dio con su cuenta de I*******m.

Aunque el perfil estaba lleno de fotos de paisajes.

—Lástima que es la única foto que hay de él… —murmuró Lorna haciendo un puchero.

—No importa, tampoco es que lo vuelva a ver de nuevo —Clarisse le restó importancia con un ademan y le dio un trago a su bebida.

—Yo en tu lugar haría lo que fuera por verlo de nuevo —dijo Lorna mientras acariciaba la pantalla.

—Lorna, estás babeando —se burló la pelinegra.

—¡¿Cómo no hacerlo?! ¡Míralo, mujer! ¡Ese hombre es delicioso! —exclamó ella con gestos exagerados que hicieron reír a su amiga—. ¡Niégamelo!

—De acuerdo, sí es muy apuesto, pero no es para tanto.

—Sus ojos son hermosos —dijo Lorna con voz suabe.

Al escucharla no pudo evitar mirar aquellos ojos que le parecían tan peculiares y atractivos, pero todo en Soren era atractivo. Sin embargo, sus ojos ocres le parecían que estaban en otro nivel.

«Lorna tiene razón, es ardiente», pronunció la voz en su cabeza y sonrió.

—Sí, son muy lindos —susurró la chica.

Pasaron un par de horas hablando, Clarisse le contó algunos detalles más sobre lo que le ocurrió y luego Lorna le comentó sobre su día. La televisión estaba encendida cuando el sueño alcanzó a la animada pelirroja, Clarisse la apagó y se dispuso a dormir también, pero algo la detuvo.

Le dio una mirada a su amiga antes de salir de la cama para ir hacia la cocina en donde habían dejado la laptop.

Buscó nuevamente la foto de Soren y sonriendo la guardó.

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